domingo, 22 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 56

A la mañana siguiente, Paula estaba lista para marcharse a las nueve de la mañana. Se había despertado con el corazón roto y un plan. Iría a su apartamento a primera hora para limpiar. Por la tarde, iría a la biblioteca y empezaría a buscar un sitio al que mudarse a través de Internet. Se sentiría mejor si tenía algo que hacer. Bajó las escaleras con unos vaqueros viejos y un jersey rojo. Del perchero de la entrada escogió sus plumas antes de salir. Cuanto antes se marchara, mejor para todos.

Paula trabajó duro toda la mañana y dejó listos el cuarto de baño y el dormitorio del apartamento. Estaba de regreso en casa de Pedro poco antes del mediodía. Aún tenía mucho tiempo para estar con Isabella. Se estaba quitando el plumas cuando sonó el timbre. Era demasiado pronto para Pedro, que se había comprometido a ir a buscar a Isabella a la salida del colegio. Paula abrió la puerta.

—¡Mariana! —exclamó.

—No deberías ir de rojo —dijo Mariana—. ¿No has aprendido nada en todos estos años?

Paula la invitó a pasar, avergonzada. Sabía que tenía una pinta horrible. Estaba despeinada y había pasado la mayor parte de la mañana bajando bolsas de basura al contenedor del portal.
Mariana  despidió con la mano la limusina aparcada en el camino de entrada y se adentró en el vestíbulo, cargando una maleta muy grande. Vestía un abrigo de visón, de pelo corto, teñido de azul zafiro. El conjunto de pantalón y jersey de cachemir, en color crudo, contrastaba con las botas brillantes de piel de cocodrilo. Su pelo era una estudiada cascada de rizos peinada para caer sobre los hombros.

—¿Dónde está Pedro? Espero que no esté de viaje —preguntó con mucha calma.

—No. Estará a punto de llegar. Ha ido a buscar a Isabella.

—¿Mi querida Isabella…qué tal está?

—Bien —respondió Paula sin más rodeos.

—¿Y qué haces tú aquí? —preguntó Mariana, dirigiendo su atención a un jarrón de porcelana con tulipanes rojos.

—Trabajo aquí, cuidando de Isabella.

Mariana se giró y la miró con sus pálidos ojos azules muy abiertos.

—¿Pedro te contrató? —Paula afirmó con la cabeza—. ¡Qué extraño! Supongo que estaría agradecido por lo del incendio.

—Supongo —respondió Paula—. ¿Qué haces tú aquí, Mariana? ¿Una visita sorpresa?

—No creo que sea asunto tuyo.

Paula  enrojeció. Afortunadamente, escuchó el motor de un coche en la entrada. La puerta principal se abrió y apareció Isabella. Primero reparó en Paula. Mientras se quitaba las botas, dijo a voz en grito.

—¡Adivina! El dibujo que hice la semana pasada de todos nosotros montando en trineo ha ganado un premio en el concurso de clase.

Isabella la rodeó con los brazos y la abrazó. Paula devolvió el abrazo de forma instintiva. Quería hacerlo. Al levantar la vista, vio que Pedro las estaba mirando. Y tembló al descubrir tanta hostilidad en su mirada. Pedro no quería que Isabella fuera tan cariñosa con Paula porque sabía que ella se marcharía enseguida. Entonces posó la mirada en su ex mujer.

—¡Mariana! ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Pedro sin salir de su asombro.

—Pensé que ya era hora de que viniera a ver a mi hijita —respondió Mariana—. ¿Qué tal estás, ma chérie?

—Estoy bien —respondió la niña.

—¿No vas a darme un fuerte abrazo? —preguntó Mariana con una encantadora sonrisa.

Obediente, Isabella cruzó el vestíbulo y se quedó tan tiesa como una muñeca mientras Mariana la abrazaba.

—Te he traído un regalo —dijo Mariana señalando un paquete—. Directo desde París.

—Muchas gracias.

—¿No vas a abrirlo?

Isabella desenvolvió el regalo. Era un oso de peluche enorme.

—Ya tengo uno.

—¿Te refieres a ese tan horrible que tenías hace cuatro años? —recordó Mariana con un escalofrío—. Ya es hora de que lo tires a la basura, ma petite. Este está nuevo y es mucho más grande.

—Pero a mí me gusta Plush.

—Veo que eres tan testaruda como tu padre —señaló Mariana perdiendo la paciencia—. Este peluche me costó mucho dinero. Lo he comprado en la juguetería más cara de París.

—Muchas gracias —repitió Isabella de forma inexpresiva.

—Espero que te quedes a almorzar con nosotros, Mariana—interrumpió Pedro—. Isabella no tiene mucho tiempo antes de volver al colegio. ¿Te importa guiarnos, Paula?

Así que, embutida en sus vaqueros ajustados, al ritmo que marcaban sus caderas, se dirigió hacia el solario. El sol se colaba a través del techo de cristal. En su interior, los grandes maceteros de cobre, rebosantes de narcisos y jacintos, despedían gloriosos destellos azulados y llenaban el aire con su fragancia. «Mariana es como un jacinto» pensó Paula. Compleja, extravagante y bonita sin siquiera proponérselo. ¿Había venido únicamente para ver a Isabella? ¿O estaba interesada en Pedro?

—Estoy seguro que no has venido desde tan lejos solo para ver a Isabella—dijo Pedro anticipándose a los pensamientos de Paula.

—Dejemos eso para más tarde, querido.

Paula se estremeció.

—Nunca se te ha dado bien guardar un secreto —apuntó Pedro con voz cansina—. Este es un momento tan bueno como cualquier otro para explicamos por qué has venido.

—Siempre has sabido sonsacarme —dijo Mariana haciendo pucheros—. Unos viejos amigos de Enrique, Pablo y María Gagnon, viven aquí. Es un banquero jubilado. Ofrecen una gala benéfica en su casa mañana por la noche. Creo que tocará un pianista famoso. Estoy invitada y me las he arreglado para conseguirte una invitación. Sé que es muy precipitado, pero ya sabes lo espontánea que soy.

—¿No tenían un hijo instalado en Nueva York? —preguntó Pedro—. ¿Sabes si él estará en la fiesta, Mariana?

Mariana soltó una risita entrecortada.

—¿Cómo voy a saberlo?
—¿Y dónde está Enrique? —añadió Pedro en tono sombrío.

—Tenía que hacer algo de suma importancia en los viñedos. Pero él nunca me prohibiría asistir.

—Consigue una invitación para Paula e iré contigo —dijo con toda franqueza.

Mariana arrugó la frente sorprendida.

—¿Para Paula? ¿Por qué?

—Salvó la vida de nuestra hija. ¿Lo has olvidado? Es lo mínimo que puedes hacer.

Hasta ese momento, Paula había guardado silencio. Si Pedro creía que iba a aceptar la invitación para acudir a una fiesta de gala en la que no era bien recibida, estaba muy equivocado.

—No quiero ir —advirtió con sequedad.

—Pero yo quiero que vengas —replicó Pedro, clavando sus ojos en los suyos—. Y soy tú jefe, así que irás. Es una orden.

—No tengo nada que ponerme ni tiempo para ir de compras.

—Mañana por la mañana iremos a Gautier’s.

—No —dijo Paula—. No puedo pagarme un vestido de Gautier’s. Ni siquiera con lo que me pagas. Y no aceptaré que me compres más ropa.

—Saldremos a las nueve y media —concluyó Pedro.
La estaba tratando como a una niña. ¿O acaso era un castigo por dejar el trabajo? ¿O por no hacer el amor con él? Paula estaba cada vez más furiosa. Hizo ademán de replicar a Pedro, pero entonces cayó en la cuenta de que Isabella estaba delante, siguiendo la discusión con los ojos muy abiertos. Paula se mordió los labios. Pero Mariana no tenía tantos escrúpulos.

—Querido, Paula estaría fuera de lugar. Sería mucho más inteligente dejarla en casa con Isabella.

—Iremos los tres. De lo contrario, puedes ir tú sola —remarcó Pedro con un tono que no dejaba lugar a dudas.


Mariana volvió a hacer pucheros en señal de protesta.


—¿Y quién se quedará con Isabella?¿No pensarás dejarla sola otra vez?


—Marina y su marido cuidarán de Isabella. Además, los Gagnons viven a pocas manzanas de aquí. Pero tu preocupación es digna de alabarse, querida.


Mariana nunca había estado muy familiarizada con el sarcasmo.

2 comentarios:

  1. Wowwwwww, qué intensa esta maratón. Está buenísima esta historia.

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  2. Muy buena la maratón! que insoportable que es Mariana, acaso no se da cuenta paula de cómo es ella? de lo ególatra que es! que no le importa nadie más que ella???

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