domingo, 22 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 50

Pedro se marchó el jueves sin apenas despedirse de Paula. El viernes por la tarde, mientras Isabella estaba en clase, Paula fue a ver a su médico de cabecera, que le confirmó el embarazo. Hizo acopio de todas las informaciones necesarias sobre alimentación y cuidados, evitó responder cualquier pregunta y regresó a casa de Pedro.

Isabella llevó tres amigas a casa y eso mantuvo ocupada a Paula toda la tarde. Pero en cuanto Isabella se acostó, Paula se retiró a su habitación. Demasiado cansada para dormir, encendió la televisión y estuvo viendo una tele comedia que no le hizo la menor gracia. Luego cambió de canal y puso las noticias. Políticos mentirosos, atentados terroristas, manifestaciones, y una polvorienta pista de aterrizaje flanqueada por árboles de aspecto lánguido. Uno de los dos aviones de la Cruz Roja encargados de llevar alimentos a Sudán se había estrellado. La cámara se acercó a un grupo de personas de pie junto al segundo avión. Y entonces algo llamó poderosamente la atención de Paula.

Hubiera reconocido esa figura en cualquier parte. Ese hombre tan alto, moreno, vestido con unos pantalones de camuflaje y una camisa caqui era… Pedro. Estaba en África repartiendo alimentos y medicinas a los refugiados cuando ella suponía que estaba en viaje de negocios. Con una mujer.

No podía ser cierto, pero era Pedro. El comentarista anunció que no había que lamentar víctimas y pasó a otra noticia. Paula salió corriendo de su habitación, entró en el despacho de Pedro  y rasgó el sobre cerrado. Dentro encontró, escrito a máquina, el itinerario completo desde Montreal hasta Sudán, y una serie de números de teléfono en los que se lo podía localizar día y noche.

No estaba en viaje de negocios. No estaba ganando más dinero. Y desde luego no estaba con una de esas mujeres que lo acompañaban en las fotos que Marta la había enseñado. Muy al contrario, estaba colaborando con la Cruz Roja en una misión difícil y arriesgada. Recordando cómo lo había acusado de mercenario, Paula creyó que se moría de vergüenza.

Una vez más, Pedro la había sorprendido. Y la descripción de Mariana acerca de Pedro resultaba cada vez más difícil de creer. Un hombre de negocios despiadado y movido por la avaricia no arriesga su vida en un vuelo humanitario para ayudar a los refugiados. Paula estaba sentada en el sillón de cuero de Pedro. El Otro avión se había estrellado. Realmente, corría un gran riesgo en lo que hacía.

Si le pasara algo, no podría soportarlo.

Encogida sobre sí misma, Paula permaneció muy quieta. Pedro tenía razón. Tenía que elegir entre la versión de Mariana y la suya. No podía aceptar las dos. Renunciando a una lealtad  firme que había mantenido todos estos años hacia su querida prima, tenía que inclinarse a creer la versión del hombre con quien había hecho el amor tan apasionadamente. Un hombre que adoraba a su hija y que ponía en juego su propia vida para ayudar a los más desfavorecidos. ¿En quién podía confiar?

Se aprendían cosas de una persona cuando te acostabas con ella. Pedro se había entregado sin reservas, la había tratado con cariño y había arrancado de ella una pasión desconocida hasta entonces. ¿No reforzaban estos elementos la idea de un hombre dispuesto tanto a dar como a recibir? Su expresión había estado carente de artificios, pensó con humildad, tan desnuda como su cuerpo. El también había sufrido una especie de conmoción al notar su perfecta compenetración. Había calificado la noche como inolvidable.

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