viernes, 27 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 67

Paula miró en todas direcciones, como un animal acorralado, y corrió hacia los árboles. Pero tenía los dedos congelados y no conseguía encender la linterna. Tan pronto como salió de la zona iluminada por los faros del coche, se sumergió en la oscuridad del bosque. Su bota se enganchó con una raíz. A punto de tropezar, logró salvar el equilibrio abrazándose a un tronco. «El bebé». Tenía que pensar en el bebé. No podía arriesgarse a perderlo, y correr por el campo en mitad de la noche no era lo adecuado.

Entre sollozos, Paula se detuvo y esperó a que Pedro la diera alcance. La luz de la linterna de Pedro oscilaba entre la maleza y el suelo alfombrado de ramas menudas se quebraba a su paso. Pedro se paró a unos pasos de ella y enfocó la luz directamente a la cara de Paula.

—¡Eres una inconsciente! Podría haberte matado. ¿Qué diantres estabas haciendo en medio de la noche sin una linterna?

—Tengo linterna —replicó Paula con calma—. Eres la última persona a la que esperaba ver. ¿Dónde está Mariana? ¿Esperando en el coche para acostarse contigo?

Pedro dejó caer la linterna a sus pies y sacudió a Paula por los hombros.

—¿Qué demonios tiene que ver Mariana en todo esto? He estado a punto de atropellarte.

A pesar de la luz tenue, Paula advirtió que Pedro estaba pálido. Y de alguna manera, esa fue la chispa que encendió su rabia.

—Si esperas una disculpa, es mejor que te sientes —dijo furiosa—. Y no te hagas el tonto, Pedro. Sabes que Mariana tiene mucho que ver en todo esto. Pero, ¿sabes lo peor? Pese a todo, he tenido que volver a esta casa. Y no puedo irme esta noche porque mañana tengo que decirle a Isabella que me voy. Y no podría soportar la cobardía que supondría huir sin decírselo. ¡Ni siquiera puedo arriesgarme a correr por el bosque! Estoy atrapada. No quería volver a verte. Nunca más, ¿lo entiendes?

Parecía que Paula se hubiera quedado sin palabras. Clavaba las uñas en la corteza del árbol con la misma fuerza con que Pedro la sujetaba entre sus manos.

—¿Por qué no puedes arriesgarte a correr por el bosque? Si te diera miedo la oscuridad o la tormenta, no habrías salido.

Paula estaba cansada de tanta decepción. Ya no tenía nada que perder.

—Estoy embarazada —dijo en tono cansino.

—¿Qué?

—Ya me has oído. Estoy embarazada. Y tú eres el padre.

Una baya mojada cayó sobre su hombro, pero Pedro no lo sintió. Después de un silencio que pareció eterno, Pedro habló con una voz que Paula nunca antes había escuchado.

—¿No estabas tomando la pastilla en Dominica?

—¿Por qué razón iba a hacerlo? No había ningún hombre en mi vida. David solo era un amigo.

—Así que la otra noche, cuando estuvimos a punto de hacerlo, ya estabas embarazada. Por eso no necesitaba protección.

—Exacto —dijo Paula, y se sintió muy aliviada por haber confesado la verdad—. Quise decírtelo entonces, pero tuve miedo.

—Y por eso te desmayaste el otro día.

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