domingo, 22 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 55

—No puedo hacer el amor contigo. No debo —balbuceó. Pedro rodó sobre la cama y se sentó a su lado, amparándola con su cuerpo.

—¿Qué es lo que ocurre, Paula?

—No deberíamos hacerlo. Nuestra relación no tiene futuro. Ha sido culpa mía. No debí arrastrarte hasta la ducha.

—Somos adultos. Compartimos algo único en la cama y no deberíamos desaprovecharlo.

—En eso somos diferentes —dijo con repentina amargura—. Soy una mujer convencional, del tipo que aparece en las revistas. No puedo tener una aventura contigo basada únicamente en el sexo. ¡Hacer el amor es mucho más que simple química! No nos queremos, Pedro. Fuiste muy claro al respecto. Así que prefiero dejarlo antes de hacernos daño.

—¿Estás diciendo que te has enamorado de mí? —exclamó Pedro.

—¡No! Digo que no quiero correr ese riesgo —y añadió en voz baja—. No soy una de esas mujeres de mundo con las que te codeas en las fiestas. Soy mucho más sensible. Y no quiero sufrir. Por eso prefiero cortar ahora.

—Ponte esto —dijo furioso, tendiéndola la colcha para que se tapara.

Paula se cubrió el cuerpo, agradecida por el calor y por no seguir desnuda. Consciente de que no tendría otra oportunidad, Paula tomó la palabra.

—Creo que debería marcharme antes de que se cumplan los cuatro meses. No sería justo para Isabella tenerme tanto tiempo por aquí.

—Necesitas el dinero.

—Conseguiré otro trabajo. Siempre puedo hacer el curso el año que viene.

Sabía que eso no era cierto. Tendría que cuidar de su hijo. Pero no podía decírselo.

—Quédate —imploró de pronto Pedro, sujetándola por los hombros y enfatizando cada palabra—. Deberíamos concedemos una oportunidad para conocemos mejor. La gente puede cambiar.

Por un instante, Paula albergó una esperanza tan dulce como un pétalo de rosa. ¿Era posible que Pedro cambiara y estuviera abierto a otras posibilidades? ¿Enamorarse? ¿Casarse con ella? Pero el corazón se le encogió de dolor y la esperanza se quebré como una hoja. No podía quedarse. Mucho antes de que eso ocurriera, el embarazo sería visible y funcionaría como un arma para atacar a Pedro y obligarlo a comprometerse.

—No puedo quedarme —reiteró con voz inflexible.

Pedro clavé los dedos en sus hombros con crueldad.

—Entonces te sugiero que empieces a buscar otro trabajo ahora mismo —dijo con tono envenenado—. Porque tienes razón en una cosa. Los sentimientos de Isabella están implicados en esta historia. Está empezando a quererte. Lo último que necesita es otra figura materna que la deje en la estacada.

Paula se estremeció de dolor.

—Pareces olvidar que fuiste tú quien me ofreció el trabajo.

—No lo he olvidado. Ha sido una de las mayores estupideces que he hecho en mi vida. Como ya te dije, cuando se trata de tí pierdo el sentido común.

Una vez más, la miraba con verdadero odio. Desde luego, su mirada no reflejaba el menor interés por hacerle el amor otra vez. Paula procuró mantener su dignidad a la misma altura que la colcha con la que se cubría. Se puso en pie y rezó por no tropezar mientras salía.

—Haré lo posible por marcharme esta misma semana.

—Bien —dijo Pedro, y la soltó tan repentinamente que casi pierde el equilibrio.

Paula se subió la colcha hasta las rodillas y se escabulló hasta su habitación. Después de cerrar la puerta, se desplomó en la cama. Se sentía vapuleada en cuerpo y alma. La habían echado. Tendría que alejarse de Pedro y de Isabella. Todas las puertas de la felicidad se habían cerrado ante sus narices porque su cuerpo la había traicionado. ¡Qué ironía! La intimidad que había compartido con Pedro ahora le negaba cualquier posibilidad de volver a intimar.

Al día siguiente empezaría a buscar alojamiento en otra ciudad. No podía quedarse en Montreal. Era demasiado arriesgado. Podía cruzarse con Pedro cuando su embarazo fuera evidente. O una vez el niño hubiera nacido. Cualquier posibilidad le resultaba aterradora.

Pero aún peor sería un matrimonio forzado y sin amor. Cualquier cosa era mejor que eso.

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