lunes, 9 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 17

Paula apoyó la cabeza en el asiento del taxi. Había mentido al decir que tenía que hacer algunos recados. No tenía necesidad. La verdad es que no tenía nada que hacer. Ese era el problema. Se pasó el dorso de la mano por la boca para tratar de borrar la sensación que aún persistía en sus labios después del beso de Pedro. Recordaba con total claridad cómo se le había acelerado el pulso. Todo su cuerpo había reaccionado ante el estímulo, deseoso de responder.
¿Dominica? ¿Con Pedro? Prefería saltar al vacío desde la azotea de un edificio en llamas.
Había indicado al taxista la dirección de su apartamento. ¿Qué pensaba hacer? ¿Ir a casa y fregar el suelo de la cocina con un solo brazo? ¿Ver la trilogía de La Guerra de las Galaxias por cuarta vez?
Podía ir a ver a Marta.
Paula adoptó una postura más formal. Marta había sido la suegra de Pedro. Sí, la haría una visita.
Había pasado mucho tiempo desde que, con solo diecisiete años, apenada y asustada, había ido a vivir con su tía Marta y su prima Mariana al caserío de ladrillo en Outremont. Durante esos años, ni una sola vez Marta la abrazó o la besó sin motivo con ternura; ni la había consolado cuando las pesadillas la impedían dormir, reviviendo el incendio en que murieron sus padres.
Era normal que no se hubiera negado a ayudar a Isabella para tratar de superar sus miedos. No tenía elección.
Haciendo memoria, Paula podía asegurar que todo el amor que Marta era capaz de ofrecer lo había recibido su querida hija, Mariana; finalmente, cuando el dolor era demasiado grande para soportarlo, Paula  había tenido que admitir que no quedaba cariño en esa casa para una sobrina desamparada. Pese a todo y aunque no se sentía obligada a hacerlo. Paula se dejó caer por la vieja casona, en el barrio francés de la ciudad, donde su tía vivía rodeada de sirvientas y gobernantas.
Esta mezcla de culturas, inglesa y francesa, era una de las razones que más le atraían de Montreal. Había sido construida en una isla del ancho río de St. Lawrence. En sus ratos de ocio, Paula  disfrutaba en los pequeños restaurantes y los cafés. Le gustaba la animación callejera y la alegría de vivir que se respiraba en el ambiente. Ahora era su hogar. Había pasado en la ciudad veintiuno de sus veintiocho años.
Hora y media más tarde, después de haber dejado el equipo en el apartamento, llamó al timbre de casa de Marta. La doncella condujo a Paula a un salón en la parte trasera de la casa, donde su tía escribía una carta bajo un pálido haz de luz. Vestía una falda negra de algodón con un impecable conjunto a juego de un azul tan pálido como sus ojos. Llevaba un collar de perlas y el pelo gris rizado.
—Buenos días, Marta —dijo Paula con amabilidad—. Espero no venir en mal momento.
Marta ofreció la mejilla empolvada para que Paula la besara y dobló descaradamente la carta para que su sobrina no pudiera leerla.
—Claro que no —asintió Marta—. A mis años, cada día se hace eterno.
Paula estaba decidida a no sentirse culpable.
—Da gusto ver brillar el sol, aunque fuera hace bastante frío —dijo con una amplia sonrisa—. ¿Estás escribiendo a Mariana?
—Hace dos semanas que no recibo noticias suyas —admitió Marta  con un deje de inquietud.

3 comentarios:

  1. Buenísimos los 5 caps, cada vez más linda esta historia. Ojalá Pedro convenza pronto a Pau.

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  2. Muy buenos capítulos! Se me hace que Paula va a terminar yendo con Pedro!

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