lunes, 30 de noviembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 8

Él regresó tan pronto que Paula ni siquiera había terminado su taza de café cuando reapareció.

—Aquí está —dijo él, entregándole una abrigada bata de algodón, en color azul oscuro—. Iré a prepararle el baño mientras usted se pone esto. Ponga su ropa mojada en la lavadora que está en el cuarto de lavar.

Cuando Pedro Alfonso volvió a entrar, Paula estaba saboreando su café, con ambas manos abrazando la taza con el fin de calentarlas.Él la observó de arriba a abajo.

— ¿Dónde están sus zapatos? —preguntó inesperadamente.

Fue allí que Paula recordó que no había vuelto a verlos desde que Indio  la había hecho caer en aquel pozo lleno de barro.

— Espero que estén afuera, cerca de la carretera... en un pozo lleno de lodo —respondió ella, con un leve toque de buen humor en su voz—. Los llevaba en la mano para que no se mojasen y cuando vi aparecer a Indio en medio de la oscuridad de la noche, debo de haberlos dejado caer.

Una cálida risa entre dientes, placenteramente profunda y masculina, afloró como respuesta a la explicación de la muchacha. Sorprendida. Paula miró a Pedro, expresándole con sus ojos, que sus encantos eran maravillosos cuando él se tomaba la molestia de demostrarlos.

— Debe de haberlos enterrado bastante —comentó él divertido—. ...Y luego conoció a su dueño y creyó que estaba en presencia del mismísimo Satanás —murmuró él, pestañeando. Pero no le dio tiempo a Paula para que se sintiese incómoda por su acertado comentario—. Si se conociera la verdad, probablemente asustaría usted a Indio más de lo que él la ha asustado a usted —prosiguió con otra risita entre dientes—. El trata de hacer desaparecer su temor... o más bien, trata de ocultarlo detrás de un fiero gruñido.

— Lo ha hecho muy bien —respondió con énfasis—. No había sentido tanto miedo en una Noche de Brujas desde que tenía cinco años y me alejaba de mi hermano Gonzalo que estaba disfrazado y me asustó.

Pedro la condujo hasta el final de una escalera muy vieja. Se detuvo allí y ella lo miró como si estuviera interrogándolo.

—El cuarto de baño está en la mitad del vestíbulo que se encuentra a la derecha —le informó—. Ya he abierto el grifo de modo que pueda quedarse en el agua todo el tiempo que desee. Creo que allí está todo lo que puede necesitar.

Paula  le agradeció con una sonrisa y una cálida mirada, lo que motivó por parte de Pedro, una mirada investigadora. Con prisa, la joven pestañeó y corrió escaleras arriba, como si el demonio hubiera estado pisándole los talones. La molestaba sumamente el hecho de que aquel hombre la hiciera sentir como una tonta estudiante en lugar de ser una profesional que había sido capaz de valerse por sí misma durante años.

Rápidamente, Paula se quitó la bata y se decidió a gozar de la calidez del agua, suspirando de placer al hacerlo. Por primera vez, luego de haber transcurrido lo que le pareció toda una eternidad, sintió que el frío abandonaba sus huesos para hacerle lugar a una lánguida delicia. Durante largos minutos se quedó allí tendida, permitiendo que el agua ejerciera su magia, relajando sus músculos y sus pensamientos hasta un estado de somnolencia y reposo.

Cuando sintió que el agua comenzaba a enfriarse, se extendió para alcanzar el jabón. Se trataba de un producto masculino, muy fino y caro por cierto, que olía tan bien que ella decidió usarlo. Mientras se enjabonaba, pensaba que Pedro Alfonso tenía los gustos de un hombre fino, aunque era muy factible que ejerciera esos gustos en forma muy selecta. Se preguntaba de qué viviría. Tenía que ser algo que le permitiese vivir solo, en medio del campo, a kilómetros de distancia de la gran ciudad, a menos que tuviera esa casa como quinta de fin de semana o de vacaciones. Sin embargo, la casa tenía toda la apariencia de ser habitada permanentemente.

¿Acaso él sería un artista igual que su hermano? Paula meneó la cabeza, frunciendo el ceño en señal de confusión. No lo creía posible. Pedro no tenía la "apariencia" de un artista, cualquiera haya sido el significado de esa palabra. ¿Acaso sería escritor? No, tampoco eso, decidió ella por razones que no lograba explicar. Él tenía irresistibles encantos cuando se lo proponía y ella, instintivamente, adivinó que él tendría que tener una profesión en la cual tuviera que hacer relaciones públicas. No obstante, aquella casa ubicada en medio del campo, en Missouri, estaba tan aislada que la joven debió dejar de lado esa conjetura.

Finalmente, estuvo lista para bajar las escaleras nuevamente, con los pies descalzos, los cabellos mojados y cubierta solamente con la bata de Pedro Alfonso su acostumbrada seguridad en sí misma. El baño le había sentado tan bien que estaba segura de poder enfrentar la intimidación de su anfitrión con la de ella.

Encontró primero a Indio, tendido en dichoso descanso y roncando sonoramente frente a las llamas de la chimenea. Paula se arrodilló y aproximó sus manos para entibiarlas con la rumorosa calidez del fuego. Su curiosidad se incrementó al máximo: giraba su cabeza hacia uno y otro lado para captar una visión total de la habitación en la que estaba.No había dudas de que aquélla era la habitación de un hombre.

No se veían fotografías ni sobre los muros ni sobre los muebles. Sólo había pinturas muy buenas que reflejaban imágenes de cacerías y diversos paisajes que armonizaban perfectamente con la decoración del ambiente, aunque dichos elementos nada revelaran acerca de Pedro Alfonso.

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