lunes, 9 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 14

—Esto no es un juego.
—Nunca pensé que lo fuera.
Pedro  la acarició la mejilla con dulzura, pero se apartó antes de que ella lo rechazara.
—Tan solo digo que actúas con naturalidad. Y no sabes lo refrescante que resulta cuando estás inmerso en mi mundo.
—¿Cómo pensabas que iba a comportarme?
—Cuando hay tanto dinero de por medio, te sorprendería ver lo que la gente es capaz de hacer —suspiró cansado—. Vamos a ver a Isabella. Llevaré tu bolsa.
Paula subió las escaleras tras él, preguntándose si alguna vez había tenido una conversación tan perturbadora e incompleta como esta. ¿Acaso había asistido a los preparativos previos a la batalla? ¿Se trataba de la confrontación de dos puntos de vista diametralmente opuestos? ¿O acaso Pedro todavía pretendía acosarla pese a su rechazo?
¿Quería realmente saber la respuesta?
Las escaleras daban a otro amplio vestíbulo presidido por una magnífica alfombra persa en tonos rojos y azules. Sobre la pared colgaban dos cuadros que, si no estaba equivocada, eran de Matisse y Modigliani. «Debería llevar un vestido de Chanel o Dior», pensó Paula, con ironía. En lugar de esto, llevaba unos pantalones caqui, un jersey color mandarina y mocasines. Y se había recogido el pelo en una cola de caballo. Entonces, Pedro abrió una puerta de dos hojas.
—¿Isabella? —llamó—. Paula está aquí.
Paula entró en la habitación después de ser anunciada.
Era una habitación muy acogedora, pintada en azul. Había una cama pequeña con dosel en muselina blanca. Paula avanzó caminando sobre la moqueta.
—Hola, Isabella.
Isabella llevaba puesto un vestido vaquero y su bonito pelo negro brillaba con la luz. Los ojos, tan azules como los de Mariana, advirtió Paula con el corazón en un puño, estaban fijos en su osito de peluche, que sostenía en los brazos. El juguete despedía el mismo olor que la noche del incendio.
—Hola —respondió Isabella sin levantar la vista.
Paula no había preparado ningún plan, confiada en que sabría que hacer llegado el momento. Vió como Pedro dejaba la bolsa en el suelo y se acercaba a Isabella hasta agacharse junto a ella.
—Tu papá me ha dicho que tienes pesadillas por las noches.
—Mmmm.
Isabella seguía sin mirarla.
—Supongo que mi aspecto te asustó —afirmó Paula—. Así que he traído el uniforme. Te enseñaré para qué sirve cada cosa y porqué tengo que llevarlo.
Procurando no revelar la herida del brazo, Paula sacó de la bolsa los pantalones impermeables con tirantes plateados y las botas con las rayas fluorescentes. Empezó a hablar sobre cada cosa en un tono neutro, sin inflexiones.
Después siguió con la chaqueta, las correas para cargar las botellas de oxígeno y el casco. A cada paso, iba poniéndose encima cada prenda. Y era consciente de que Isabella la escuchaba atentamente, aunque la niña no mostrara ninguna reacción. Por fin, sacó la máscara y notó como Isabella parpadeaba.
—Las correas de la máscara pueden ajustarse, ¿lo ves? Y este tubo negro está conectado a la botella de oxígeno que llevo en la espalda. Fíjate, puedes alargarlo si quieres.
Haciendo un esfuerzo, Isabella alargó el brazo hasta tocar el tubo.
—Me da un aspecto diferente —aseguró Paula, y se colocó de nuevo la máscara—. Pero sigo siendo yo. No debes tenerme miedo.
Paula se quitó la máscara y trató de poner la mejor de sus sonrisas.
—Es muy grande para mí —sugirió Isabella.
—Sí, es cierto. Pero puede que le sirva a Plush.
—¿Crees que le gustaría ponerse eso? ¿No se asustará? —preguntó Isabella.
—Bueno, por qué no lo intentamos y vemos qué ocurre.
Algo remisa, Isabella soltó al peluche. Paula ajustó la máscara al osito, apretando las correas en torno a la cabeza color miel.
—Ya está. No parece importarle, ¿no crees? De hecho, está muy guapo.
—Marina quiere echarlo a la lavadora con mucho jabón para que no huela a humo —dijo Isabella de un tirón—. Pero yo no quiero. Siempre lo llevo conmigo. Por eso estaba con él cuando subí al desván.
Isabella, sin saberlo, había ofrecido a Paula la oportunidad que buscaba para saciar su curiosidad.
—¿Subiste al desván para escapar del fuego? —preguntó sin el menor énfasis.
Por primera vez, Isabella la miró directamente a los ojos.
—Oh, no. Siempre que papá se marcha y me quedo sola, duermo en el desván.
¿Y eso ocurría muy a menudo?
Afortunadamente, Paula no había hecho la pregunta en voz alta. Pero podía sentir toda la rabia acumulada al pensar que Pedro era capaz de abandonar a su hija por culpa de los viajes de trabajo. Negocios que a menudo no eran otra cosa que citas con alguna mujer. ¿Cómo podía actuar así?

No hay comentarios:

Publicar un comentario