miércoles, 11 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 19

—A Mariana le resulta demasiado doloroso verla —replicó Marta—. Siempre ha sido muy sensible. Tenía tanta sensibilidad como belleza.
Marta lanzó una mirada despectiva al aspecto de Paula  y a su melena negra.
—Es una lástima que no heredaras todas sus virtudes, Paula. Claro que mi hermana no era una mujer agraciada.
Paula se estremeció para sus adentros. Marta siempre había disfrutado comparándola con su hija. ¿Cómo podían compararse unos ojos verdes y una melena negra con la elegancia rubia de Mariana?
—Bueno, no todos podemos ser modelos internacionales, tía —asumió Paula sin rencor.
—Hubiera querido ir a Francia en Semana Santa, pero Mariana desbarató mis planes. Dijo algo acerca de los compromisos de Enrique.
Marta parecía disgustada.
—Puede que esta vez Mariana venga a verte —sugirió Paula.
—Me temo que no contempla esa posibilidad. Está demasiado ocupada. Hace tres semanas asistió a una boda en Mónaco. He recortado algunas fotos de las revistas del corazón.
Marta era una voraz coleccionista de recortes. Paula admiró sin mucho entusiasmo el brillante ramillete de aristócratas, vestidos con traje de diseño. Mariana, como siempre, estaba radiante. Aparecía del brazo de un magnate de la prensa italiana.
—Enrique estaba ocupado en sus viñedos —dijo Marta—. Naturalmente, Mariana  nunca está sola. Algo que Pedro malinterpretaría como infidelidad.
De nuevo, Marta clavó las uñas en el brazo de la butaca.
—Ni que hubiera roto los votos sagrados. Como si él fuera inocente a este respecto. No tienes ni idea de lo que ese hombre hizo sufrir a mi hija.
«Pedro besaba a cada mujer como si no hubiera mañana», pensó Paula amargamente. Ese mismo día había tratado de decirle que era especial. Pero las palabras carecen de valor. La historia de su vida lo confirmaba.
—Es muy atractivo —añadió Paula sin énfasis.
—Mariana era muy joven cuando se conocieron. Joven e inmadura. Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora, no habría consentido ese matrimonio.
Paula tenía ciertas dudas sobre esto. Marta siempre le había consentido todo a su hija, y por entonces estaba claro que Mariana amaba a Pedro. Paula, con tan solo trece años, había sabido verlo.
Afortunadamente, la doncella entró en la habitación con una bandeja de plata para el té. Esta interrupción salvó a Paula de un razonamiento peligroso. La conversación continuó por espacio de media hora. Al cabo de ese tiempo, Paula se levantó para irse. Marta le ofreció la misma mejilla fría. Con alivio, Paula emprendió el camino de regreso a casa.
El encuentro con su tía le vino bien. Pero aquella tarde solo se confirmó lo que ya sabía: Pedro había hecho desgraciada a su esposa. No existía ningún motivo para que volviera a preocuparse por él. Nunca más.
Resbaló sobre una placa de hielo. «Después de todo, Pedro no es una persona tan horrible», pensó. Habría jurado que amaba a Isabella. Salvo que fuera un consumado actor, el dolor y la indiferencia que sentía ante las pesadillas de su hija no eran fingidos.
«Deja de pensar en él» se regañó. «Nunca más lo verás y así debe ser. Así que sigue con tu vida y piensa que vas a hacer. ¿Dejar el trabajo? ¿Ser dependienta en una librería? ¿Asistir a un curso de veterinaria? ¿O gastarte todos tus ahorros en un viaje al Caribe para tostarte al sol tumbada en la playa?»
Imposible. No podía permitírselo.
Al doblar la esquina de su calle, lo primero que vio fue el Honda abollado de David estacionado frente a su edificio. Paula corrió a su encuentro. Lo alcanzó en el portal, mientras David llamaba al portero automático.
—Hola —dijo Paula con una sonrisa.

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