lunes, 9 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 16

Pedro esperaba su rendición. Paula se escuchó al decir:
—En todo caso, está David.
—No olvides que hay química entre nosotros —añadió Pedro—. No puedes negarlo.
Paula aguantó su mirada, rezando para que no le temblaran las rodillas.
—Hablemos claro, Pedro Alfonso. Eres una persona especial. Alto, moreno y guapo. Eres atractivo, rico y poderoso. Tú sonrisa es pura dinamita y tienes un cuerpo que volvería loca a cualquier mujer entre dieciséis y sesenta años. ¿Por qué no habría de sentirme atraída por tí? Estaría muerta si no sintiera nada. Pero no significa absolutamente nada. No me gustas, por amor de Dios. Así que, hazme un favor, y no te pavonees solo porque haya caído en tus brazos esta mañana. No hay nada de lo que…
—Todo eso es pura palabrería, pero no te creo.
—Supongo que tu ego no puede admitirlos.
—¡Maldita sea, Paula! —explotó Pedro—. Eres diferente a las otras mujeres que he conocido. No acostumbro a pedirle a una mujer con la que he pasado tres horas que me acompañe de vacaciones con mi hija. Puedes estar segura.
—Que yo te crea no tiene la menor importancia. No voy a ir contigo a Dominica. Ni siquiera iría a la tienda de la esquina. Ahora, ¿te importaría llamar a un taxi?
Pedro no se movió. No podía dejar de mirarla. Los ojos de Paula brillaban cono esmeraldas y toda su expresión delataba una firme convicción. No estaba haciéndose la estrecha. De eso estaba seguro. Pero estaba muy equivocada.
¿Qué significaba David para ella? ¿Y qué podía haberle contado Mariana a lo largo de estos años?
No conocía ninguna de las respuestas. Solo le venían más preguntas a la cabeza. ¿Cuándo fue la última vez que una mujer lo había rechazado? ¿O que había renunciado a un viaje pagado a un paraíso tropical?
Nunca.
No le gustaba la sensación. ¿De qué iba todo esto? ¿Sentía herido su ego, tal y como Paula había sugerido?
No podía tratarse tan solo de su orgullo herido. Tenía que haber algo más. ¿Algo que justificara la presión que notaba en la ingle y el deseo de poseerla? Pedro alejó de sí tales pensamientos.
—Llamaré a un taxi —dijo secamente—. Si Isabella sigue teniendo pesadillas, ¿volverías?
—Si están en Dominica, no veo cómo —respondió Paula.
La luz del sol, a través de la ventana, se reflejó en su pelo con destellos . Pedro notó vibrar todo su cuerpo. Con un movimiento brusco, dio media vuelta y marcó en el móvil el número de la estación de taxis más próxima. Llegaría en cuatro minutos. Así que disponía de ese tiempo para que Paula cambiara de opinión. La encaró casi sin querer.
—Tienes razón, Paula. Ha sido una idea absurda. Supongo que la preocupación que siento por Isabella  me ha nublado el juicio. Lo siento. Además, seguro que ya conoces todo aquello.
—Nunca he ido. ¿Cuánto tardará el taxi?
—Un par de minutos. Seguro que has estado alguna vez en las Bermudas o en las Bahamas. O al menos en Florida.
—Lo más al sur que he llegado es Boston. Además, ¿quién crees que me llevaría en un romántico viaje a los trópicos? ¿El jefe de bomberos?
—Pensaba en David. No necesito decirte que eres una mujer preciosa. No insistas en que no ha habido ningún hombre en tu vida.
—Claro que ha habido hombres. Se quedan conmigo hasta que recibo la primera llamada para cubrir una emergencia y me ausento durante seis horas. O cuando llego a casa exhausta y tengo que dormir todo el día para recuperar las fuerzas. O hasta que se cansan de verme trabajar todo el día rodeada de hombres. No te engañes, Pedro. Reaccionarías de la misma forma si estuvieras en su lugar.
Pedro no le daba la menor importancia a las horas de trabajo. El mismo podía pasar horas trabajando. Era el peligro al que Paula se enfrentaba lo que le helaba la sangre. Pero no podía decírselo.
—David conoce el percal —apuntó Pedro—. También tiene turnos. ¿Por qué no has ido con él de vacaciones?
—Nunca me lo ha pedido —respondió sin darle importancia—. Ahí está mi taxi. Adiós, Pedro.
Pedro  tomó el equipo y acompañó a Paula hasta el coche.
—Esto no es una despedida —dijo Pedro.
—Pásalo bien en Dominica —replicó Paula al subir al taxi. Y se despidió con una deslumbrante sonrisa.
Pedro abrió la puerta trasera para dejar el equipo. Cuando Paula se inclinó para colocar la bolsa, Pedro la estrechó entre sus brazos y la besó con fuerza en la boca. Antes de perder el control, dio un paso atrás.
—Ya nos veremos.
Paula respiró hondo. Tenía las mejillas coloradas.
—Por encima de mi cadáver —le espetó enojada, encorvada en el asiento del taxi. Cerró de un portazo y el taxi desapareció entre los árboles del camino.
El siguiente movimiento de Pedro en una situación parecida habría consistido en enviar un ramo de orquídeas; o una botella de Dom Pérignon junto con una caja de bombones de la máxima calidad, Incluso todo junto. Pero, de algún modo, sabía que nada de eso tendría efecto sobre Paula.
¿Qué podía hacer? ¿Iba a dejar que una mujer bombero lo derrotara? ¿Cortar los lazos y olvidarla?
Había conocido otra faceta de Paula en la habitación de Isabella. Además de la mezcla de pasión y coraje de la que hacía gala en el trabajo, Pedro podía añadir que era sensible, cálida y con sentido del humor. Había conseguido hacer reír a Isabella. Quizás Isabella la necesitaba tanto o más que él.
¿La necesitaba? ¿Él, Pedro Alfonso, necesitaba a una mujer? Solo necesitaba su cuerpo. No debía olvidarlo. Si pudiera aplacar el deseo, hacerla el amor durante toda la noche, entonces podría olvidarla como había hecho todas las demás, salvo Mariana.
Había prometido no volver a enamorarse cuando Mariana lo dejó, y estaba dispuesto a cumplir su palabra.
Aún no había nacido la mujer que pudiera hacerle cambiar de opinión.

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