lunes, 30 de noviembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 9

Paula dedujo que sería soltero, puesto que no llevaba sortija de bodas y, por otra parte, era obvio que Indio era la única compañía de él en aquella casa. Se apresuró para asegurarse, y no porque sintiera real interés en ello, de que no existía ninguna fotografía, ni siquiera de sus padres o de alguna hermana o hermano. Trató de deshacerse de sus conjeturas, convenciéndose de que hay mucha gente a la que no le interesa tener fotografías a su alrededor. Claro que ese hecho, no necesariamente tenía que significar que esas personas no fueran cálidas o cariñosas.

Paula se sorprendió frunciendo el ceño cuando se dio cuenta de que ansiaba encontrar a Pedro Alfonso como una persona cálida y cariñosa. Pensó que de pronto, se estaba interesando demasiado en ese hombre. En su interior, se reprochó aunque esos reproches lograron poca cosa: Paula siguió pensando en él. Tenía que limitarse a pasar esa noche y a la mañana siguiente, podría olvidarlo completamente. Era muy factible que no volviera a verlo nunca más, entonces, ¿por qué tendría que perder su tiempo tejiendo hipótesis acerca de la vida de Pedro Alfonso?

— ¿Se siente mejor?

Al oír aquella voz ronca y tan masculina desde la puerta, la muchacha se volvió de repente para mirarlo. Él estaba de pie, con una bandeja entre las manos y parecía como si hubiera estado allí durante un tiempo.

— Sí, gracias —respondió con gentil formalidad—. Ese baño ha logrado maravillas. Gracias por habérmelo ofrecido.

Los ojos de Pedro se encendieron al notar la mirada ansiosa de Paula que se había posado en la bandeja.

— Como creo que ya ha visto usted demasiados fantasmas en sólo una Noche de Brujas, pensé que le habría llegado el turno de disfrutar de alguna delicia —explicó él—. He traído algunos emparedados y un poco de café. ¿Quiere?

— Mmmm, ¡sí! —suspiró, sin disimular ni en lo más mínimo el hambre que tenía—. Muchísimas gracias. No he probado bocado en varias horas.

— Estupendo. —le alcanzó la bandeja y se sentó a su lado, sobre el piso, ubicando la bandeja entre los dos—. ¿Le importaría si los comparto con usted? Han pasado varias horas desde la cena.

— Sí, claro —asintió, al tiempo que tomaba un copioso emparedado de jamón, mientras Pedro Alfonso servía café para ambos.

Era evidente qué la joven disfrutaba al máximo, saboreando cada bocado. Cuando él tomó un emparedado, ella le obsequió una cálida sonrisa.

— Está muy bueno —dijo ella con la boca llena, preocupándose muy poco por mantener los buenos modales.

El ambiente que la rodeaba era tan calmo y reconfortante que la muchacha pronto se sintió como si hubiera estado en su propia casa. Pedro la observaba y al sonreírle, sintió que un temblor recorría su espina dorsal.

— Gracias —fue todo lo que ella pronunció.

Terminaron sus emparedados en un silencio de camaradería, lo que disipó hasta el último de los temores de Paula.

Mientras comía y bebía, estudiaba a Pedro Alfonso. Llevaba unos jeans desteñidos, con una oscura tricota aterciopelada que pronunciaba sus masculinos hombros. Había extendido sus largas piernas hacia adelante, cruzando un tobillo sobre el otro. Los jeans le sentaban perfectos. Todo su físico reflejaba una viril seguridad en sí mismo, muy atractiva por cierto. Fue entonces cuando Paula se preguntó si habría sido cierta su hipótesis de que era un hombre soltero. Seguramente, algunas mujeres debían de haberse sentido atraídas por él años atrás, ya que Pedro sería un hombre de unos treinta años aproximadamente. ¿Cómo se las habría ingeniado para no casarse? ¿Acaso se habría divorciado?

Paula no apartaba su insistente mirada de la castaña cabellera, algo enmarañada e irresistiblemente encantadora. Sus oscuras cejas se arqueaban sobre los castaños y profundos ojos. Su nariz, era recta y firme. El mentón, oculto bajo la barba, indicaba la fuerza de Pedro y Paula pensó, que no había motivos para que lo escondiese bajo tan espesa maraña. Aquella barba era el único elemento que ella encontraba incongruente con su personalidad. Pedro era atractivo, pero la joven decidió que lo habría preferido sin barba. ¿Por qué se la habría dejado crecer? ¿A modo de camuflaje?

Sus pensamientos le hicieron olvidar por completo la cautela. Continuó contemplándolo.
La muchacha se sintió un tanto inquieta al enfrentarse con aquella sonrisa y su anfitrión le dijo suavemente:

— No se preocupe, señorita Chaves. Soy un hombre de palabra y he de cumplirla.

Por supuesto que ella sabía a qué se estaba refiriendo, pero se sorprendió respondiéndole algo completamente distinto a lo que Pedro había comentado... ¿o acaso no?

— Puede llamarme Paula—murmuró ella, sin saber a ciencia cierta lo que esta diciendo.

Pero se sintió horrorizada cuando se dió cuenta de lo que acababa de expresar.

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