domingo, 22 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 54

—¿Cómo te has hecho ese arañazo? —preguntó Paula alarmada—. Además, tienes un montón de moretones en las costillas.

—Un miembro de la expedición quedó atrapado en el avión siniestrado —explicó sin muchas ganas—. Teníamos miedo del fuego, así que lo sacamos como pudimos. No hablemos de eso ahora, Paula. Por favor.

Pedro alcanzó el grifo, dejó correr el agua caliente y esbozó una sonrisa juguetona.

—El último es una gallina.

Mientras los chorros de agua caliente golpeaban su piel y el vapor la envolvía, Paula se recogió el pelo. Pedro avanzó hacia ella con la pastilla de jabón en la mano y de pronto, Paula fue presa de un incontrolado ataque de risa, un desbordamiento de felicidad al volver a estar junto a él. Paula lo salpicó. Sus ojos verdes brillaban iluminados por esa pequeña travesura. Pedro  la tomó en sus brazos y sus manos recorrieron su cuerpo. Suavemente, la empujó contra la pared y comenzó a besarla hasta dejarla sin aliento, languideciendo por él. El vello del pecho estaba pegado a su piel mojada. El agua surcaba el hueco de sus costillas hasta el ombligo.

—Eres tan guapo —suspiró Paula.

Pedro sostuvo entre sus manos sus pechos, como si quisiera adivinar el peso. Los acarició hasta que sus pezones se endurecieron. En ningún momento dejó de mirarla a los ojos.

—Quiero acostarme contigo. Ahora —subrayó con impaciencia.

—Lo estoy deseando.

Pedro se enrolló una toalla a la cintura y cubrió a Paula con otra. Volvieron a la habitación. Con mucha delicadeza, Pedro secó a Paula. Después, volvió a besarla sin desmayo en los labios, en el cuello y en la suave pendiente de sus pechos. Tiró suavemente de sus caderas hasta tenerla pegada a su cuerpo. Entonces se apretó a ella hasta que su potente erección se hundió en el cuerpo Paula. Ella emitió un gemido de placer. Se tumbaron en la cama entrelazados. La respiración acelerada de Pedro y el latido de su corazón resonaban en los oídos de Paula. Estaban acompasados. Todo le era ajeno en el mundo salvo él. Ella pertenecía a ese lugar.

De pronto, Pedro se incorporó sobre un codo.

—La última vez ni siquiera pensé en los preservativos. ¿Debería ponerme uno o estás tomando…?

Paula lo miró confundida. Estaba embarazada. No necesitaba usar protección. Y ese era el momento perfecto para decírselo.

—No necesitas protección, Pedro.

—Suponía que estarías tomando la píldora —dijo con una sonrisa cómplice—. Ya sé que debería haber preguntado, pero todo fue tan rápido en Dominica que olvidé seguir las reglas.

«Las reglas que sigue con otras mujeres», pensó Paula con asco. ¿Todas habían caído tan rápido como ella? ¿Igual que la fruta madura?

—¿Qué ocurre? —preguntó Pedro con urgencia—. ¿Por qué me miras así? La protección es un tema importante. Nunca me ha gustado la idea de traer al mundo un niño no deseado.

¿Qué pasaba con el bebé que llevaba dentro? ¿Consideraría Pedro que era un hijo no deseado? Claro que sí. Pedro no quería comprometerse. Lo había dejado muy claro dos días atrás. Ya se había casado una vez y no tenía intención de repetir.

El dilema adquirió una nueva dimensión a los ojos de Paula. Si Pedro descubriera que estaba embarazada, probablemente insistiría en que se casaran. Así sería un niño legítimo. Por lo tanto, lo habría forzado a contraer matrimonio. Eso lo incomodaría y sentiría esa misma aversión hacia ella por ser la causante de todo.

No podía ni quería hacer algo así. Por nada del mundo. Presa del pánico, Paula se separó de él y, entre tropezones, se sentó en el lado opuesto de la cama. Cruzó los brazos sobre el pecho, consciente de su desnudez.

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