viernes, 27 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 72

—Quiero casarme porque te quiero, Paula. ¿Pero cómo puedo pedirte algo así cuando me has dicho en el bosque que me odias?

—Me quieres —repetía Paula.

—Solo te pido que te quedes —dijo Pedro con voz contenida—. Quédate con Isabella y conmigo. No podría soportar la idea de verte marchar y estar separados por medio continente.

—No me iré. ¿Por qué habría de hacerlo? —dijo Paula y una sonrisa radiante iluminó su cara—. ¿Sabes? Yo también te quiero.

—¿Te importaría repetir eso? —dijo Pedro con las manos alrededor de su cintura.

—Te quiero, Pedro Alfonso—rió Paula con ganas—. Te quiero, te quiero, te quiero. ¿Es suficiente?

—No creo que me canse nunca de oírlo —admitió aturdido—. ¿Estás segura, Paula?

—Tan segura como que estoy aquí envuelta en una toalla. Pedro, querido Pedro, te quiero con todo mi corazón.

Pedro la atrajo hacia sí. Entonces la besó con la urgencia de quien cree que el mundo se acaba. «Igual que si tuviera el paraíso entre sus manos», pensó Paula exultante. Paula lo rodeó con los brazos, sintiendo el calor de su piel, entregada por completo.

—La toalla se está cayendo —murmuró Pedro.

—Normal —dijo ella extasiada.

—¿Qué piensas hacer al respecto? —preguntó Pedro con la alegría en la mirada.

—Dejaré que la naturaleza siga su curso.

—Paula—y Pedro pronunció su nombre con premura—, ¿te casarás conmigo?

—Sí, Pedro. Claro que sí. Eso me haría más feliz de lo que nunca hubiera imaginado.

—Gracias a Dios —dijo Pedro—. Es más de lo que merezco. Estaba tan cerrado a cualquier otra posibilidad fuera de Isabella que era incapaz de mirar delante de mis narices. Y ahí estabas tú. Tan cabezota, tan temperamental y tan apasionada.

—Ni la mitad de testaruda que tú —dijo con una sonrisa entre dientes.

—No me interrumpas —dijo, y la besó en la punta de la nariz—. No solo te he gritado, sino que era incapaz de admitir que estaba enamorado de tí. Lo siento, cielo. De verdad que lo siento.

—Te perdono —dijo Paula, mientras Pedro la besaba en el cuello.

—¿He dicho que además eres increíblemente generosa? Ahora la besaba en la curva de sus pechos. La toalla había resbalado hasta la cintura, y todo su cuerpo ardía en deseo.

—No recuerdo que mencionaras eso —susurró, mientras lo besaba en la cabeza—. Soy tan feliz que casi me asusta pensar que sea un sueño. ¿No iré a despertar?

Pedro la abrazó con fuerza.

—El único sitio en el que vas a despertar será entre mis brazos, en mi cama. Paula, te juro que siempre estaré a tu lado. Te amaré con toda la fuerza de mi ser y con toda mi alma.

—Eso es lo más bonito que me han dicho nunca, Pedro —dijo Paula emocionada—. Te quiero.

—Vamos a la cama. Ahora. A veces, las palabras no bastan para expresar lo que sentimos —dijo, y acompañó sus palabras de una sonrisa—. Además, quiero verte vestida únicamente con esmeraldas y zafiros.

—¿Crees que me sentará bien?

—Estoy seguro —dijo, y se dispuso a demostrárselo.

Claro que Paula estaba casi convencida.

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