viernes, 27 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 68

—Sí —afirmó Paula para proseguir—, pero no tienes que preocuparte. No voy a pedirte nada. Tampoco quiero tu dinero. Voy a dejar el apartamento y mudarme a la costa este. La semana próxima, a ser posible. Isabella no lo sabrá nunca, y tanto Mariana como tú pueden olvidarme.

No podía ocultar toda la amargura que sentía. Pedro se agachó y recogió la linterna del suelo, enfocando nuevamente a la cara de Paula. Ella apartó la vista en un gesto lleno de hostilidad que enmascaraba cualquier otro sentimiento. Estaba feliz por no haber llorado. Pedro no merecía sus lágrimas.

Una ráfaga súbita atravesó el bosque y la lluvia la empapó la cara. Paula se agachó por instinto. Pedro la cobijó con el cuerpo y guardó la linterna en el bolsillo. Llevaba una gabardina encima del chaqué. Paula aspiró el aroma de su colonia.

Era la gota que colmó el vaso. Atrapada en un caos emocional, entre el deseo, la rabia y el dolor, Paula lo golpeó en el pecho con los puños.

—¡Suéltame! ¿Cómo te atreves a tocarme? Te odio, Pedro Alfonso, te odio.

Un escalofrío recorrió su espalda. Pedro la empujó. Sus ojos eran dos tizones negros como el carbón.

—Volvamos a casa y arreglemos esto de una vez por todas. Ahora, Paula.

—No voy a subir al coche con Mariana.

—¡Por el amor de Dios! —explotó—. Mariana está en su hotel. ¿Vas a venir por tu propio pie o voy a tener que llevarte en brazos?

—Todavía puedo andar —replicó—. Estoy embarazada, pero no soy una inútil.

Tenía el corazón roto, pero el resto del cuerpo todavía le funcionaba. Le dolía pensar lo mucho que había soñado con el momento de decirle la verdad a Pedro y cómo él reaccionaba prometiéndola amor eterno. Igual que en los cuentos de hadas.

Pedro señaló el camino con la linterna y salieron del bosque. Abrió la puerta del copiloto, y debió advertir cómo Paula se aseguraba que no había nadie en la limusina antes de entrar.

—Sigues sin creer una sola palabra de lo que digo, ¿verdad?

—¿Acaso debería?

Cerró de un portazo, subió junto a ella y pisó a fondo el acelerador. El limpiaparabrisas funcionaba a toda velocidad. La casa aparecía oscura y lúgubre. Paula se acurrucó en su asiento. Tenía frío y estaba agotada. Aun así, había algo que todavía le rondaba la cabeza. Mariana había regresado a su hotel.

¿Era cierto? ¿Y qué podía significar?

Pedro detuvo el coche junto a la entrada. Paula salió antes de que él le abriera la puerta y subió las escaleras. Pedro abrió con su llave. El calor del interior le dio en sus mejillas como una caricia y Paula empezó a temblar.

—Estás empapada —dijo Pedro con voz áspera—. Sube y te prepararé un baño caliente.

—¿Por qué abandonaste la fiesta con Mariana? —preguntó Paula.

—No vamos a discutir esto mientras sigas mojando toda la casa.

—¿Vas a casarte con ella otra vez?

Pedro, a punto de perder la paciencia, la empujó escaleras arriba.

—¿A santo de qué iba a hacer algo así?

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