domingo, 29 de noviembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 5

—Siéntate, Indio.

El perro obedeció de inmediato la orden de su amo y para sí, Paula soltó un suspiro de alivio al comprobar que al menos en apariencia, el animal podía ser controlado. No obstante, en menos de un segundo recordó que era el dueño el que podría no tener control de sí.

—Déme su mano para que la olfatee —dijo torciendo la boca bajo su espesa barba al descubrir el evidente temor que ella sentía.

Paula dirigió sus ojos azorados hacia él e hizo un pronunciado gesto negativo con la cabeza.

— ¡No! —replicó ella con énfasis. Pensó que su decisión había sido la correcta puesto que el perro, al verla efectuar tal repentino movimiento, gruñó lentamente. La muchacha debió esforzarse para no ocultarse detrás de su anfitrión—. ¿No se da cuenta de que no le caigo bien? ¡No estoy dispuesta a darle una oportunidad para que demuestre lo mucho que me odia!

Inmediatamente, la expresión de exasperación por la intransigencia femenina se transformó en una de serenidad persuasiva. Con la otra mano, tomó el hombro de Paula y cuando ella alzó la vista para mirarlo, sin saber si estaba a punto de enfrentar un nuevo peligro, la diversión que se leía en los ojos del hombre hizo que la joven frunciera la boca sediciosamente.

—Sucede que tengo que presentarlos, a usted y a Indio, en la forma adecuada para que él la acepte sin hacer ningún tipo de cuestiones —explicó con un tono de gran paciencia, haciéndola sentir como si fuese una chiquilla caprichosa—. Le prometo que no le hará daño —agregó suavemente—. Sólo déle tiempo para que se habitúe y pueda relajarse. No podemos estar en este sitio toda la noche.

—De acuerdo —murmuró ella, con voz elocuente en señal de un presagio maligno—. Pero haré que se disculpe en caso de que me arranque toda la mano.

Una risa entre dientes, casi enfurecida, refutó la profecía.

—No. Creo que será usted quien deberá ofrecer sus disculpas —replicó divertido—, pero si algo desafortunado ocurriese, no le permitiría que se acercara ni a un kilómetro de Indio.

El hombre observó a su perro y a su huésped con indulgencia. Luego, pronunció un leve sonido entre dientes y al escucharlo, Indio se encaminó pesadamente hacia ellos.
Nuevamente, Paula se puso tiesa. Su agónica indecisión duró un instante y después extendió su mano hacia la boca abierta del animal, bordeada de diabólicas hileras de dientes. Cerró los ojos para no ver aquellos dientes tomando su indefensa mano. Primero sintió que un hocico muy frío olfateaba sus dedos, luego la palma de la mano, hasta que la humedad de la lengua del animal lamiéndola hizo que abriera los ojos y lo observara incrédula.

— ¡Está lamiéndome! —dijo ella con sorpresa involuntaria.

Cuando el animal le dió otro lengüetazo, su dueño le soltó el brazo a Paula.

— Considérese afortunada— dijo él, con una cálida y ronca diversión en su tono de voz que hizo que la joven se volviera a mirarlo con idéntica sorpresa—. Esto significa no sólo que él prefiere su comida para perros antes que sus dedos, sino también que usted le ha caído bien. No mucha gente tiene el honor de recibir las caricias de Indio inmediatamente después de ser presentados.

Paula volvió a dirigirle la mirada a  Indio y se relajó completamente al comprobar la dulzura que existía en los castaños y tiernos ojos del perro.

— ¡Tú sí que eres todo un fiasco! —murmuró ella como reprochándole—. No tienes ni una pizca de fiereza. Eres sólo pura apariencia.

El extraño le quitó el impermeable a la joven y lo colgó en un perchero, mientras ella se arrodillaba para acariciar la peluda cabeza de Indio. El animal correspondió a su caricia colocándole la cabeza entre las manos, como si sintiera deseos de disfrutar del cariño que ella le estaba brindando.

— No haga que se sienta avergonzado —gruñó el hombre—. A Indio le encanta pensar que él es King Kong y Leo el León al mismo tiempo. Jamás se le ocurriría pensar en ser tratado como un coqueto caniche cada vez que implora que le den cariño.

— ¿Y usted le satisface esa necesidad de cariño? —preguntó acusándolo.

Indio estaba disfrutando tanto de las caricias de la joven que ella se preguntaba si su dueño se tomaría la molestia de brindarle todos los mimos que el perro tan obviamente reclamaba.

— Él no me da demasiadas oportunidades —fue la única respuesta—. Trate de detenerse antes que él desee que lo haga y verá lo que quiero decir.

Paula quiso comprobar la aseveración quitando la mano de Indio. El resultado fue que el perro volvió a insertar su hocico bajo la palma de la mano de Paula para que ella siguiera acariciándolo en el sitio exacto que él quería.

2 comentarios:

  1. Muy buen comienzo! que feo Paula quedarse varada así, pero parece que Pedro no era tan mal anfitrión al final! ;)

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  2. Ya me gustó esta historia. Parece divertida jaja

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