miércoles, 18 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 40

—David —dijo Paula de pronto—. No quiero que te enteres por boca de otro. Mañana daré la noticia.

—¿Lo dejas? —preguntó David tan sorprendido que tiró un poco de café.

—Estoy quemada. Y no es un juego de palabras.

—Podías hacerme compañía en la oficina una temporada.

—No puedo. Necesito un cambio, David. Estoy cansada de los turnos de noche, de las tragedias y de presenciar tanto dolor. Voy a prepararme para ser ayudante veterinaria.

Paula respiró hondo antes de continuar.

—Mientras tanto, me han ofrecido un trabajo de canguro de jornada completa. Así podré ahorrar algo de dinero.

—¿Vas a trabajar como canguro? —repitió David incrédulo.

—¿Te acuerdas de la niña que sacamos de la azotea, hace tres semanas? Voy a cuidarla.

—La hija del tipo que conocí en el hospital —dijo David mirándola con hostilidad—. No tenía idea de que siguieran en contacto.

—Lo conozco hace años. Es el ex marido de mi prima.

—Deberías andarte con ojo. Parece la clase de tipo que actúa sin importarle las consecuencias.

—Puedo cuidarme sola —dijo Paula, pero sabía que David tenía mucha razón.

—Creo que no le gustó que bromeara contigo en el hospital.

—David, solo es un trabajo. Nada más.

Tal vez, si lo repetía una y otra vez, terminaría por creérselo.


—Te echaré de menos —dijo David—. Solo espero que…

—Lo siento, David —dijo compungida—. Pero sé que no estoy hecha para ti. Puede que, cuando me vaya, encuentres a alguien. Eres un verdadero encanto y…

—Entonces, ¿por qué no sientes nada?

Paula tendría que explicarle que la culpa era de un hombre con el pelo negro como la noche y los ojos tan azules como el mar de fondo que la había enseñado lo que era la pasión… pero no podía decir eso.

—Las cosas son así —admitió Paula—. ¿No vas a desearme suerte? Me gustaría que siguiéramos en contacto.

—Cuídate —dijo sin mucho énfasis.

Era el segundo hombre que le decía lo mismo esa noche. Cinco minutos más tarde se despidió de él en la acera y corrió tras el autobús. Comprendió que estaba quemando las naves. Esta noche iba a contárselo todo a su tía y al día siguiente lo anunciaría en el trabajo. Entonces sería demasiado tarde para rectificar.

Su tía estaba en casa y la saludó con la misma frialdad de otras veces. Paula aceptó una copita de jerez. Después de intercambiar impresiones, Paula dejó caer la noticia bomba con despreocupación.

—Por cierto, Tante, dejo el trabajo dentro de dos semanas. Y he aceptado, temporalmente, trabajar como niñera de tu nieta Isabella. Supuse que te gustaría saberlo.

—¿Quieres decir que ese hombre te ha contratado?

—¿El padre de Isabella? Sí.

—Paula, esto es ridículo. Tienes que alejarte de ese hombre o arruinará tu vida igual que arruinó la vida de Angeline.

—No tengo planeado casarme con él, Tante.

—Ya no se casa con sus mujeres —dijo Marta amargamente—. Ahora se limita a deshacerse de ellas cuando han dejado de interesarlo.

—Seré una buena influencia para Isabella—añadió Paula con calma.

—¡No me estás escuchando! Deja que te enseñe algo —dijo Marta acalorada.

Revolvió entre las revistas que guardaba en una antigua mesa de madera de cerezo y sacó una carpeta de plástico.

—Esto te hará ver las cosas de otra manera.

Paula abrió la carpeta con nerviosismo. Su tía había reunido fotografías recortadas de las revistas del corazón y las había pegado como si se tratara de un álbum de fotos. Pedro aparecía en todas ellas. Siempre estaba acompañado por una mujer muy hermosa, elegantemente vestida. Nunca era la misma mujer. Paula hojeó las páginas con premura. Las fotografías no estaban fechadas y tampoco se sabía su procedencia. ¿Acaso eso importaba? El mensaje era claro. A Pedro le gustaba la variedad. Cambiaba de mujer con la misma facilidad con que se cambiaba de ropa. ¿Qué más necesitaba saber?

La última foto mostraba a una deslumbrante morena, vestida con un modelo de Valentino en la puerta de la Opera de Milán. Pedro la sonreía y el esmoquin favorecía su arrogante masculinidad. «Así que en esto consisten los celos» pensó Paula apenada. Un cuchillo atravesándola el corazón.

—Estás enamorada de él —advirtió Marta con sabiduría.

—¡No es cierto! —protestó Paula.

—No se fijaría en alguien como tú. No eres bonita y no tienes dinero como Mariana.

Ese era el mensaje que había recibido durante su infancia, pero todavía le dolía. Pero lo que Marta no sabría nunca es que Pedro se había interesado por ella. Durante una noche, en una isla tropical, habían hecho el amor como si ella fuera la única mujer que realmente contara para él. Pero no era cierto. Y eso la hirió profundamente.

Reunió todo su valor, cerró la carpeta y la dejó sobre la mesa.

—Cómo dices, no soy su tipo. Estaré a salvo. Y creo sinceramente que podría ayudar a Isabella.

Había recuperado el orgullo y su tono había adquirido un cierto desprecio.

—¿No te alegras de que por fin deje de ir vestida con botas de agua?

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