domingo, 8 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 10

A regañadientes, Paula agarró la cafetera, filtró el café y buscó un par de tazas, leche y azúcar.
—Supongo que estás acostumbrado a hacer las cosas a tu manera.
—Ese es el secreto del éxito. Tener claro qué es lo que quieres y no parar hasta conseguirlo.
—¿Esa es tu filosofía?
Pedro se acercó a ella sin llegar a tocarla.
—¿Algún problema con eso?
—¿Y qué ocurre con aquellos que pisoteas en tu camino a la cumbre?
—Me consideras un verdadero monstruo, ¿verdad?
Pedro tomó la cafetera, vertió un poco de agua y la enchufó.
—La razón por la que he venido es Isabella. Tiene muchas pesadillas. Sueña con el incendio. Se despierta en medio de la noche gritando. Cree que un enmascarado la persigue. Pensé que si te conocía… eso podría ayudarla a superarlo.
—Llevaba puesta una máscara para el oxígeno —recordó Paula sin esfuerzo—. Además, nuestro uniforme abulta mucho. Supongo que debió asustarse al verme.
—¿Vendrías a casa, Paula? —preguntó Pedro mesándose los cabellos—. Sé que pido mucho teniendo en cuenta tu estado actual. Pero no puedo seguir escuchando sus gritos cada noche sin hacer nada.
Pedro se había emocionado al decir eso. Y si estaba fingiendo, ella había caído de lleno. Paula era consciente de que no tenía elección y de que corría un serio peligro al aceptar, mayor que cuando subió al ático para rescatar a Isabella.
—Está bien —dijo—. Iré.
—¿En serio?
—¿Pensabas que me negaría?
—No estaba seguro.
—No soy un monstruo, Pedro. ¿Quieres que vaya hoy?
—Cuanto antes mejor. Llega a casa alrededor de las tres y media.
—Estaré allí a las cuatro.
—Eres muy amable.
Pedro le dedicó una sonrisa que provocó en Maite todo tipo de emociones. Parecía incómoda.
—No, no lo soy. Es una niña y, créeme, sé por lo que está pasando. Bueno, olvídalo.
—Tus padres fallecieron en un incendio, ¿verdad?
Paula torció el gesto.
—He dicho que iría. No tientes tu suerte.
—Mandaré un coche a recogerte.
—No te molestes. Llamaré a un taxi.
—Veo que no necesitas nada de nadie.
—Tomaré eso como un cumplido —respondió con guasa.
Se levantó para sacar dos tazones del armario. En ese instante, Pedro se le acercó por detrás. El roce de su mano con el brazo de Pedro la hizo estremecer. Con su dedo índice, Pedro recorrió la piel de Paula desde la mejilla hasta la raíz del pelo, donde se entretuvo jugando con uno de sus rizos. Paula notó como cada movimiento se le grababa en la piel.
—Eres un enigma para mí, ¿lo sabías? —preguntó Pedro con voz ronca.
Estaba tan cerca que Paula podía ver cada uno de los diminutos puntos negros de sus ojos. Esa cercanía era suficiente para vencer todas sus defensas. Y Paula odiaba sentirse tan vulnerable y tan expuesta. Trató de retroceder pero, antes de darse cuenta, Pedro la rodeaba la cintura con el otro brazo. El corazón le latía con tanta fuerza que se sentía desconcertada. La atrajo hacia sí con la mirada fija en ella. Cada centímetro de su cuerpo la gritaba que saliera corriendo. Con su única mano sana apoyada en su pecho, trató de rechazarlo. Pero el calor que despedía el cuerpo de Pedro era tan intenso que atravesó la camisa de algodón y le quemó los dedos a Paula. Un cúmulo de sensaciones se adueñaron de ella. Luchó por no perder el control, para actuar con sentido común y prudencia, pero todos sus esfuerzos se perdían en la profundidad de aquellos ojos grises. En ese momento, Pedro ladeó la cabeza. Presa de la emoción, a medio camino entre el miedo y el deseo, Paula supo que la iba a besar.
Hizo un último intento por liberarse del brazo que la tenía presa.
—Pedro, no lo hagas —pidió jadeante—. Por favor, no.
Antes de que pudiera seguir, los labios de Pedro sellaron los suyos con un cálido beso. Tan pronto como notó el contacto de su boca, Paula supo que estaba perdida. Su fantasía se había hecho realidad y ahora se concretaba en la pasión de un beso y de unos labios que buscaban más. La mano se deslizó dentro de la camisa y subió por el pecho hasta que sus dedos se enredaron en su nuca. Dejó que su cuerpo se entregase por completo en sus brazos. Paula abrió la boca sin resistencia, ávida por recibir la lengua humedecida. Pedro la apretó contra sí y la besó con frenesí. Ella notó cómo crecía en su interior un deseo salvaje, desconocido hasta entonces. Olvidó cualquier precaución y se entregó sin contemplaciones. Cegada por el deseo, hundió los dedos en el pelo y sintió la creciente erección de Pedro contra su ombligo.
La impresión provocó una reacción en cadena. Oyó como Pedro gruñía su nombre entre gemidos, al tiempo que la cubría de besos en la boca, en las mejillas, en los párpados. Paula pensó que Pedro recorría cada centímetro de su cuerpo con la misma emoción con que un explorador examinaría la tierra prometida. Notaba sus pechos levemente aplastados contra él, y el torbellino que se había apoderado de su cuerpo era un estallido de deseo. No quería luchar contra eso. Al contrario, deseaba entregarse, seguir su instinto sin importarle lo que pudiera suceder.
Se había saltado las reglas. Tal y como David solía decir.
Como un jarro de agua fría, la imagen alegre de David se interpuso entre Pedro y ella. Muchas veces, se había preguntado si David estaría enamorado de ella. Desde luego, era su mejor amigo. Un hombre al que conocía bien, como solo se conoce aquellos que trabajan codo con codo en tareas peligrosas. En cambio, Pedro… Pedro era su enemigo. ¿En qué estaba pensando para besarlo de esa forma?
Con un gemido de puro dolor, Paula se apartó de Pedro gracias a un fuerte empujón. Como si le atravesaran el brazo con el filo de un cuchillo, sintió como el dolor le recorría el brazo hasta el hombro. Gritó con todas sus fuerzas, dándole la espalda. Los ojos se le llenaron de lágrimas casi sin querer.
—¡Paula! ¿Qué ocurre?
—¡Aléjate de mí! —imploró entre sollozos—. ¡Por favor, vete!
—Por favor, no llores.
—¡Pedro, déjame!

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