viernes, 13 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 24

Efectivamente, se habían casado. Pero no habían vivido felices el resto de sus vidas. Muy al contrario.

Y no pensaba volver a pasar por eso.

Paula cambió de postura. Ahora tenía el cuello torcido en un ángulo incómodo. Dormida, parecía más joven y más vulnerable. Quizás al día siguiente podía dar de cenar a Emmy un poco más pronto y pedirle a Paula que se pusiera el vestido verde para cenar.

Y después, ¿qué? Acompañarla hasta la puerta de su habitación sin, utilizando sus propias palabras, ponerle un dedo encima. ¿Qué le había llevado a prometer algo tan difícil de cumplir? No era ningún santo, en cualquier caso.

Pero esta noche era mejor mantener su palabra.

Se agachó y tomó a Paula en sus brazos. Ella masculló algo sin sentido. Entonces, en un gesto que hizo que casi se le saliera el corazón del pecho, Paula se acurrucó contra su cuerpo con un suspiro. Sintió el calor de su mejilla traspasar la camisa; el perfume lo inundó todo, entremezclado con el aroma de un jardín repleto de flores de vivos colores. Y los colibríes, recordándole la camiseta que Paula llevaba el día que la ayudó a recoger el arroz esparcido por el suelo de la cocina. Y cómo la había abrazado, dibujando con sus manos la curva de sus pechos.

Pedro se puso en pie. Llevando a Paula en brazos, cruzó la terraza y el cenador. Los dormitorios estaban instalados en un ángulo que favoreciera las corrientes de aire. Su habitación estaba junto a la de Paula. Al empujar la puerta con la rodilla, golpeó con el codo el marco de la puerta. Paula se incorporó de golpe, alarmada como un polluelo.

—Tranquila —dijo Pedro enseguida—. Te has dormido y yo solo…

Su mirada había volado hasta el dormitorio en penumbra, con la cama sobre la que se amontonaban las almohadas.

—Lo prometiste, Pedro—gritó.

Pedro avanzó con suavidad y la dejó sobre la cama.

—Y mantengo mi promesa —afirmó apretando los dientes—. ¿Es que no puedes creer una sola palabra de lo que digo?

Paula se levantó de un salto, con las manos en los bolsillos. Había estado soñando con Pedro, bañada en el calor de su piel, atrapada en su magia. Y ahora estaba ahí. Su enorme cuerpo avanzando hacia ella, empujado por el suave murmullo del viento entre las palmeras. Pero notó, algo tarde, que no parecía mostrar el menor interés en seducirla. Estaba demasiado enfadado para eso.

Paula intentó concentrarse.

—Lo lamento —dijo apurada—. Creo que me he precipitado.
—Puedes estar segura.

—Te pido disculpas, Pedro.

—La próxima vez, concédeme el beneficio de la duda.

—No habrá próxima vez.

—Tienes razón. No habrá próxima vez —afirmó Pedro dejando escapar el aire entre los dientes. Dió media vuelta y salio de la habitación, cerrando la puerta con exagerada delicadeza.

Paula permaneció inmóvil. Quería gritar. Tenía ganas de destrozar las almohadas y llenar la habitación de plumas. Quería acostarse con Pedro.

Lentamente, se hundió en el colchón. Los ojos, abiertos de par en par, brillaban en la oscuridad. «El sueño», pensó aturdida. Quería hacer el sueño realidad. O bien había perdido la cabeza y el juicio desde el momento en que había subido a aquella limusina. Y seguía en ese estado de irrealidad desde que había llegado a aquel deslumbrante retiro.

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