miércoles, 18 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 42

Pedro y ella no habían tomado precauciones. La noche en que él había irrumpido en su habitación, cuando aquel lagarto la había asustado tanto, solo llevaba puestos los calzoncillos. Y no había sido algo planeado.

Estaba embarazada.

Paula hundió la cara entre sus manos, ahogando un gemido de dolor. ¿Era posible? ¿Estaba realmente embarazada? ¿O todas las emociones de las últimas semanas habían provocado el retraso? Desde que había vuelto de Dominica, había luchado por dominar los instintos de su cuerpo, ansioso por recuperar la compañía de Pedro.

Había una farmacia a un par de manzanas donde podría comprar un test de embarazo. Pero había oído en la radio que la mayoría de las tiendas habían cerrado pronto a causa de la tormenta. Y sabía que no tendría tiempo por la mañana antes de que Pedro pasara a recogerla.

¿Qué podía hacer para no venirse abajo cuando lo viera venir?

No estaba embarazada. No era posible. Sencillamente, por primera en su vida, se había retrasado. Y había una buena razón para ello. Su relación con Pedro la había convertido en una mujer nueva. Y eso debía reflejarse de algún modo en sus biorritmos.

Animada por ese pensamiento, Paula metió algunas faldas, un par de pantalones y dos vestidos. Después, bajó la fotografía de sus padres de la librería y limpió el polvo acumulado en el marco dorado. Su madre tenía el rostro afilado y la mirada inteligente: su padre hacía gala de una sonrisa contagiosa. Paula se mordió el labio, consciente de que en lo más profundo de su corazón los echaba de menos. El fuego se los había arrebatado traumáticamente en aquella fatídica noche de febrero. Y durante los últimos diez años, Paula había tratado de recuperarlos enfrentándose cara a cara con su asesino.

Involuntariamente, apretó el marco de la foto con más fuerza. Si estaba embarazada, llevaba dentro su nieto. La sangre de sus padres correría por las venas del bebé. Por un momento, se abrazó a sí misma con tanta ternura como alegría. Tenía que cuidarse. Por el bien y la salud de su futuro hijo.

Pero entonces su pensamiento fue un poco más lejos. También era el hijo de Pedro Alfonso, fruto de su cuerpo. Igual que lo era Isabella.

Había luchado por cuidar de su primera hija. Le había arrebatado la custodia a Mariana. ¿Por qué razón iba a permitirla a ella, Paula, quedarse con su segundo vástago?

Un nuevo peón en el tablero.

No le permitiría llevarse a su hijo.

De pronto, Paula notó que se había mordido el labio con tanta fuerza que estaba sangrando. ¿En qué estaba pensando? Todavía no era seguro que estuviera embarazada y ya estaba preocupándose por cuál sería la reacción de Pedro. Por la mañana, le pediría que parase un momento en una farmacia. De una forma u otra, tenía que estar segura.

Paula terminó de empaquetar. Después, pasó tres horas quitando el polvo, limpiando y pasando el aspirador. Al final, el apartamento relucía como una patena y ella estaba tan cansada que cayó rendida en la cama.

Durmió como un tronco. Pero cuando sonó la alarma del despertador por la mañana, lo primero que pensó fue que ya llevaba diecisiete días de retraso. Y estaba a punto de ponerse histérica.

Se puso una falda vaquera y una camisa de seda malva que había comprado en las rebajas. Se recogió el pelo con un pasador de cuero y se maquilló, abusando ligeramente del colorete y pintándose los labios con un color vivo. Finalmente, se calzó las botas altas y eligió una cazadora verde para abrigarse, también de las rebajas. Frente al espejo, decidió que su aspecto era irreprochable.

Pero no apreció la profunda vacilación reflejada en sus ojos verdes o la tensión acumulada en el gesto de la boca. Cuando abrió la puerta cinco minutos después, Pedro se la quedó mirando fijamente.

—Ni que fueras a tu propio funeral —espetó.

Su mirada profunda parecía leer en su interior y eso solo provocó en Paula desconcierto y miedo. Decidió contraatacar.

—Tú tampoco tienes muy buen aspecto.

—¿De veras? Es que no estaba seguro de que fuera a encontrarte. Podías estar en Mongolia.

—¿Tan importante resulta ganar para tí?

—Me pregunto si alguna vez dejarás de pensar siempre lo peor.

—En Dominica comprendí que eras un buen padre —acertó a decir, e inmediatamente palideció.

¿Y si fuera a hacerlo padre por segunda vez? ¿Qué ocurriría?

—Paula, ¿qué demonios te pasa?

Pedro se había acercado a ella y su rostro distaba unos pocos centímetros del suyo. Deseaba tanto besarlo que casi podía sentir la suave presión de sus labios contra los suyos. Retrocediendo, Paula habló entre dientes.

—Me he comprometido a vivir en tu casa los próximos cuatro meses. ¿Qué más quieres que me pase?

—Vámonos —dijo con prisa, y la autoridad con que habló estremeció a Paula—, el tráfico está imposible y no quiero llegar tarde a mi reunión. ¿Esas maletas es todo tu equipaje?

Pedro cargó con las maletas y Paula llevó el neceser. Presintiendo una fatalidad, Paula cerró con llave el apartamento y bajó con Pedro en el ascensor. Conducía un Cherokee azul marino nuevo con tapicería de cuero. Guardó el equipaje en el maletero y Paula subió al coche. En el momento en que quitaba el freno de mano, Paula se apresuró a hablar.

—Anoche no tuve tiempo de pasar por la farmacia. ¿Te importaría parar en la primera que veas? Solo será un momento.

Pedro asintió. Paula miró por la ventana, buscando algo de qué hablar. Pedro estacionó en un solar junto al supermercado, apagó el motor y fue a abrir la puerta del coche.

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