lunes, 16 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 38

—Teniendo en cuenta lo que vas a pagarme, puedo permitirme el lujo de conservarlo. Lo necesitaré dentro de cuatro meses.

—¿Y qué ocurrirá si, en este tiempo, Isabella se encariña contigo?

Paula borró la sonrisa de sus labios.

—Deberías haberlo pensado antes de hacerme la oferta —dijo vacilante—. Seamos francos, Pedro. Los dos nos beneficiamos con esto. Tú podrás viajar sin preocuparte por Isabella y yo podré ahorrar la mayor parte del dinero. Y me ocuparé de dejarle claro a Isabella desde el principio que mi presencia solo será temporal.

—Has tenido en cuenta todas las posibilidades excepto una.

Paula sabía perfectamente a qué se refería Pedro. Se ruborizó.

—No se repetirá lo que pasó en Dominica. Tienes que acceder antes de que piense en mudarme.

—Tú también tienes que acceder. Al fin y al cabo, tú provocaste aquella situación.

—¡Ojalá no hubiera visto nunca aquel vestido!

—Cómete las patatas —señaló Pedro —. Has adelgazado.

—Tú, en cambio, pareces rebosante de salud.

—Sabía que volvería a verte, pero no sabía cuándo —aseguró—. ¿Tú también suspirabas por mí, Paula?

—¡Déjame en paz!

—Sigues teniendo el mismo color de pelo y el mismo carácter —rió Pedro—. ¿Qué has estado soñando estas dos últimas semanas?

Paula se atragantó con una patata, bebió un sorbo de vino y trató de recuperar la dignidad.


—He tenido pesadillas —apuntó Paula—. Y tú eras el protagonista.

—Isabella tuvo otra pesadilla anoche —dijo con repentina amargura—. Esa es otra de las razones por las que te he seguido.

—No creo que yo sea la persona indicada para ayudarla.

—Yo creo que sí —afirmó con determinación, y cambió de tema—. ¿Vienes mucho a este sitio? ¿Sola?

—No siempre.

—¿Qué tal está David? —preguntó sin quitarle los ojos de encima.

—Se rompió el brazo el lunes en el incendio de un almacén —recordó Paula con un escalofrío—. Podía haber muerto.

—Haz el favor de cuidarte estas dos próximas semanas —gritó Pedro con violencia.

—Estás muy alterado —dijo Paula con asombro.

—Es un reflejo exacto de cómo me siento —señaló mientras exprimía un limón sobre su plato de pescado.

—No estarás enamorado de mí, ¿verdad?

—Deja que te explique algo. Me enamoré de Mariana con veintitrés años. Tú vivías con ella y recordarás cómo me sentía. Veneraba el suelo que pisaba. Pero nuestro matrimonio no funcionó. El efecto, a largo plazo, ha sido inmunizarme frente a la posibilidad de volver a enamorarme. Una vez fue suficiente.

—¿Todavía la quieres? —dejó escapar Paula.

—¿A qué viene eso?

Esa no era una respuesta. Pero, de ser así, ¿quién podría reprochárselo? En la cima de su carrera como modelo, Mariana resultó elegida entre las diez mujeres más bellas del mundo.

—Volviendo a los peligros de tu trabajo —dijo en tono sombrío—, no tengo que estar enamorado de ti para que me aterrorice la simple idea de verte caer desde un sexto piso de un edificio en llamas.

—Siempre voy con cuidado. No quiero pasar a engrosar la estadística de bajas en el informe anual.

Paula estaba confusa. ¿Acaso Pedro no había admitido, en cierta manera, seguir enamorado de Mariana?

—¿Cuándo tienes el último turno?

—Dentro de dos semanas a partir de hoy —dijo consultando su horario—. Saldré a las ocho.

—Pasaré a buscarte el viernes por la mañana. Así te dará tiempo a instalarte antes de que Isabella vuelva del colegio.

—¿Sabes? —dijo Paula con una voz muy débil—, debo estar loca para haber aceptado. Tú y yo somos adultos y podemos cuidarnos. Pero Isabella, no quiero hacerle daño.

Paula se inclinó hacia delante y su expresión reflejaba una intensa emoción.

—Busca a otra persona para cuidar de ella, Pedro. Alguien que vaya a quedarse y la ofrezca una seguridad.

—Es tarde para echarse atrás —replicó Pedro con frialdad—. Ya has aceptado el puesto.

Las patatas se habían enfriado y la salsa de la carne resultaba intragable. Paula retiró su plato. Aún tenía que preguntar algo. ¿Qué pasaría si ella se encariñaba con Isabella? Pero no había caído en eso a tiempo y ya era demasiado tarde para preguntar.

Había permitido que Pedro la manejara a voluntad, como si ella no tuviera voluntad propia. Un peón frente a la reina. Había ganado por jaque mate.

No hay comentarios:

Publicar un comentario