lunes, 16 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 36

Pedro hizo una mueca de disgusto.

—Si cambias de opinión acerca de mi oferta, llámame. Adiós, Paula.

—Adiós —susurró Paula. Lo vió alejarse por la acera, entrar en el coche y perderse al doblar la esquina.

Se había marchado. No la había besado ni había sugerido la posibilidad de un nuevo encuentro. Por fin, el mensaje había quedado claro.

Marzo dió paso a abril. El invierno seguía instalado en la ciudad. Los primeros narcisos aparecían cubiertos por una capa de nieve y una lluvia heladora. Los accidentes de tráfico se sucedían. Había continuos avisos que mantenían a todo el cuerpo de bomberos alerta. Paula no necesitaba tanta tensión añadida para tener los nervios de punta.

La primera semana desde su regreso apenas había dormido y, cuando lo conseguía, soñaba permanentemente con Pedro. Imágenes de un intenso erotismo que, cuando despertaba, solo la ofrecían una cama vacía y un deseo insatisfecho. A veces, imágenes terribles en las Pedro quedaba atrapado en un avión en llamas y ella no podía rescatarlo. Entonces se despertaba empapada en sudor, con el corazón latiendo violentamente.

¿Cómo era posible que, en tan poco tiempo, Pedro hubiera calado tan hondo en su ánimo? ¿Y cómo iba a aguantar las noches solitarias en su apartamento? La única solución pasaba por cansar tanto a su cuerpo en el trabajo que por las noches solo pensara en dormir.

Tenía que olvidar su cuerpo y apartar de sí todo indicio de sexualidad.

La segunda semana fue una auténtica pesadilla. Tres personas habían muerto en un incendio provocado. David se había roto el brazo en un almacén en llamas. Esteban había tenido que ser ingresado en cuidados intensivos por culpa de los vapores.

El último turno de Paula esa semana había sido el jueves. Terminaba a las seis y, después de ponerse ropa de calle, había corrido a refugiarse en el Pub más cercano. Necesitaba el calor de la gente, rodearse de bullicio. Pidió una copa de vino tinto y una ración de carne en salsa con patatas fritas. No era precisamente comida sana, pero no la importó.

Iba a dejar su trabajo. La decisión había tomado cuerpo esa misma semana. Tenía que pensar en la mejor manera de decirlo. Además, necesitaba el dinero para el curso de ayudante de veterinario que pensaba hacer a continuación.

Paula se acomodó en una mesa algo apartada y bebió con delectación un sorbo de vino. Después sacó un cuaderno, un lápiz y empezó a cuadrar las cuentas con gesto de verdadera dificultad. Si no hubiera gastado sus ahorros tan alegremente el verano pasado en su viaje a París y a Provence, ahora podría hacer frente a los gastos.

—¿Puedo sentarme?

Paula  hubiera reconocido esa voz en cualquier parte del mundo. Levantó la vista sobresaltada, con una mezcla de pavor e incontenible alegría.

—Hola, Pedro.

Estaba increíblemente guapo con unos pantalones negros de pana, un jersey azul marino y una cazadora de cuero. El viento lo había despeinado. Colgó la cazadora en el respaldo de la silla y se sentó. Paula notó como la camarera se apresuraba hacia su mesa. Pedro pidió una cerveza y algo de picar. Después se inclinó hacia delante y la miró.

—Tienes un aspecto horrible —dijo.

—¿Cómo me has encontrado?

—Te he seguido.

—¿En serio? —preguntó—. ¿Y puedo preguntar por qué?

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