viernes, 6 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 5

—Volveré mañana a primera hora. Pero quiero que sepas lo agradecido que… la verdad es que no hay palabras. Has salvado a mi hija, Paula, arriesgando tu propia vida. Nunca podré agradecértelo lo suficiente.
Paula abrió los ojos de golpe. Lo miró boquiabierta, tratando de asimilar sus palabras, recordando la búsqueda de pesadilla de habitación en habitación, la carrera por las escaleras que subían al desván y la niña acurrucada en la esquina.
—¿Quieres decir que el incendio fue en tu casa? —preguntó con voz ahogada.
Pedro asintió con la cabeza.
—Solo había oído que el dueño estaba fuera y que en la casa había una niña con su canguro. Nadie me dió nombres —recordó con creciente excitación.
—Mi hija. Isabella.
—También es hija de Mariana. ¡No lo olvides!
—Mariana nos dejó cuando Isabella tenía tres años —recordó Pedro con severidad.
—La arrebataste la custodia.
—Ella no la quería.
—Eso no fue lo que me contó.
—Mira —dijo Pedro sin perder el control—. Este no es el momento para analizar mi divorcio. Has salvado la vida de Isabella. Demostraste tener mucho valor.
Pedro tomó sus manos entre las suyas.
—Gracias. Es lo único que tenía que decir.
Paula tomó la calidez de su tacto y notó cómo la fuerza latente brotaba de la punta de los dedos y recorría todo su cuerpo como una llama recorrería una mecha.
—¿Realmente crees que necesito tu gratitud? —gritó.
Odiaba tenerlo tan cerca, y se despreciaba a sí misma por tener conciencia de esta proximidad. No tenía ningún sentido reaccionar como la adolescente enfermizamente enamorada que fue. Tenía veintiocho años y había visto muchas cosas. Él no significaba nada para ella. Nada. Trató de desprenderse de su mano, pero el esfuerzo le produjo un latigazo de dolor desde el codo hasta el hombro que la hizo soltar un grito agudo.
—¡Por amor de Dios, estate quieta! —ordenó Pedro—. Actúas como si me odiases.
—¿Y eso te extraña? —preguntó Paula algo sorprendida por la falta de perspicacia de la que Pedro hacia gala.
Pedro se enderezó y dejó caer su mano junto al costado. Paula sintió un inmenso alivio. Un sentimiento que ella no habría sabido definir cambió el semblante de Pedro.
—Tú creciste con Mariana—dijo en un tono sin matices.
—Yo la adoraba —afirmó desafiante—. Ella representaba todo lo que yo siempre quise ser, y estuvo a mi lado cuando más la necesité.
También era cierto que Mariana solo se había mostrado atenta en determinadas ocasiones y de una forma poco convencional. Algo que Paula había comprendido con los años. Pese a todo, en la etapa que más sola se había sentido, su prima se había tomado la molestia de enseñarle a bailar, la había aconsejado sobre su aspecto y sobre cómo tratar a los chicos. Le había prestado atención. Y eso era más de lo que su tía Marta había hecho.
—La adoración no es el más diáfano de los sentimientos —dijo Pedro.
—¿Qué sabrás tú de sentimientos?
—¿Qué quieres decir con eso?
—Imagínatelo, Pedro—dijo Paula con cansancio.
El calmante empezaba a hacer efecto y el dolor del hombro había remitido. Sintió cómo le vencía el sueño y su cuerpo pesaba. Solo quería quedarse sola. De pronto, la puerta rechinó al abrirse y, con gran sensación de alivio, Paula reconoció a David.
David Martínez era su compañero y casi siempre tenían el mismo turno. Le gustaba trabajar con él. Sabía que podía confiar en él en los momentos de máxima tensión. Todavía vestía el mono de trabajo azul que llevaban bajo la ropa. Parecía agotado.
—David… me alegro de que estuvieras en esa escalera —susurró Paula.
—Sí —respondió—. Esta vez has ido demasiado lejos. Paula.
—La niña no estaba en su habitación. Por alguna razón subió a dormir al desván. Me llevó más tiempo de lo esperado encontrarla.

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