domingo, 29 de noviembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 4

Los faros del Jeep iluminaron el auto de Paula que seguía encajado en la zanja. El conductor lo vio en el mismo instante que la joven. Cuando él comenzó a hablar nuevamente, ella apresuró el paso. Luego su tono de voz pareció tan normal como el de una persona común y mentalmente sana, por ello, ella se detuvo para observarlo asombrada.

—¿Serviría de algo el hecho de que me disculpara con usted por haberla tratado con tanta rudeza? —preguntó él humildemente—. Puedo asegurarle que existe una buena explicación para todo esto.

Paula vaciló, sin saber qué pensar. De pronto, la voz de aquel hombre sonaba suave y encantadora, pero ella también sabía que a menudo, los discapacitados mentales tienen momentos de lucidez y parecen personas normales. Fue entonces cuando decidió ir a lo seguro.

— Acepto sus disculpas, pero no tiene necesidad de hacerse cargo de mí ni de mis problemas —respondió ella con solemne formalidad—. Pasaré la noche en el auto y trataré de hallar el camino hasta la casa de mi hermano mañana a primera hora.

En este instante, el extraño había detenido su Jeep y bajaba de él. Paula estaba en una encrucijada: no sabía si escoger por la tranquilidad de pasar la noche en un automóvil mojado o correr el riesgo de soportar la insanía de su compañero. Antes que ella lograse moverse, el hombre se acercó junto a ella.

— Me parece bastante difícil que pueda pasar la noche allí adentro —acertó él, con sereno autoritarismo, al tiempo que dirigía su mirada hacia el interior del vehículo. Luego observó el árbol caído que bloqueaba la carretera—. Me temo que tendrá que regresar a la casa conmigo le guste o no.

— ¿Tiene teléfono? —preguntó ella, con débil esperanza de que le dijera que no—. Si lo tiene, podría telefonear a mi hermano y decirle que lo espero al otro lado del árbol.

—Sí, tengo teléfono —le contestó secamente—. Ahora suba al Jeep y deje de seguir mojándose con esta lluvia. Por si acaso no lo ha notado aún, yo también estoy mojándome.

En la voz del hombre no existían vestigios de acusación. En cambio, se quitó el impermeable para cubrir los helados hombros de Paula. No obstante, no pudo evitar sentirse resentida por sus palabras cuando recordó que no habría estado tan mojada ni tan helada si él se hubiera comportado como cualquier persona normal al verla llegar hasta la puerta de su casa. Pero, tranquilamente, él regresó a su asiento sin darle ninguna oportunidad para que ella expresase su resentimiento. Su irritación hizo que lo siguiera, aunque por supuesto, no sintió demasiado placer al hacerlo.

Les llevó solamente cinco minutos volver a la casa y la muchacha se sentía agitada al pensar con justificada amargura, que ella había tenido que caminar durante quince minutos las dos veces que debió recorrer el mismo trecho. Lo que más la enfurecía era que uno de esos viajes habría sido totalmente innecesario si ella hubiese tenido la suerte de quedarse encajada en otro lugar, cerca de la casa de alguna otra persona mentalmente sana, en lugar de la de este personaje de... la novela del Doctor Jekyll y el señor Hyde.

El hombre estacionó su Jeep en un garaje que estaba apartado del resto de la casa. Paula también bajó y lo siguió a través de la corta distancia que los separaba del vestíbulo posterior. Los pasos de la joven eran evidentemente lentos. Cuando él abrió la puerta delantera y le cedió el paso, Paula se preguntaba cuánto tiempo duraría tan incómoda situación. Ella avanzó un paso pero se detuvo abruptamente cuando, de pronto, una enorme y amenazante figura obstruyó la entrada.

— ¡Oh, Dios! —gritó ella, en voz muy alta, casi histérica, al tiempo que retrocedió.

El dueño de casa la tomó por el brazo para detenerla y frunció el ceño, indicando su impaciencia al observar aquel comportamiento.

— ¿Qué sucede? —Preguntó él con un dejo de desdén en su voz—. ¿Le teme a los perros?  Indio jamás le haría daño.

Le refutó temblorosa, forcejeando contra la mano que la asía.

— Le temo a este perrito, a quien ya he tenido la oportunidad de conocer. Su mascota me ha demostrado y a las claras, que tiene toda la intención de devorarme parte por parte.

El hombre atrajo a Paula, quien no dejaba de resistirse, hacia sí, ejerciendo tal presión que era casi imposible zafarse.

— Indio es un buen perro guardián, eso es todo —dijo algo impaciente—. No sería capaz de morderla, si es a eso a lo que le teme. Venga y salúdelo correctamente. Verá que tengo razón.

Entraron a una cocina muy acogedora, aunque Paula sólo tenía ojos para las mandíbulas del perro alano que estaba allí, observándola con la misma mirada de recelo con la que ella observaba a su dueño.

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