miércoles, 11 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 18

Nunca consigo localizarla en el castillo. Como sabes, tiene una gran vida social. Se codea con la flor y nata de nuestra sociedad. La semana pasada estaba en un crucero por el Mediterráneo con los condes de…
Marta no paraba de hablar; Paula se acomodó y se dispuso a escuchar a su tía, interviniendo muy de vez en cuando. Mariana ya había cumplido los treinta y cinco y casi no trabajaba como modelo. Prefería entregarse de lleno al mundo de la jet-set. Paula  trató de hacer memoria. Calculó que habían pasado cuatro años desde la última vez que Mariana, en una de sus visitas relámpago a Montreal, la había llamado por teléfono. No había tenido ocasión de ir a visitarla. En aquella época se estaba dilucidando quién tendría la custodia legal de Isabella. Podía recordar la conversación con tanta nitidez como si hubiera sido veinticuatro horas antes.
—Isabella va a quedarse con Pedro—había dicho Mariana con la voz quebrada.
—¿No se queda contigo? —replicó Paula atónita.
—Solo en vacaciones.
—Pero, un niño necesita a una madre.
—Estoy segura de que Pedro cuidará bien de ella.
Mariana estaba llorando. Paula estaba segura.
—No puedo creer que te haya arrebatado a tu hija —agregó enfurecida.
—Supongo que es lo mejor para ella —suspiró Mariana.
—¡Ese hombre no tiene corazón! Es mezquino.
—No quiero peleas. Eso atraería a la prensa y solo conseguiría herir a Isabella.
—Eres demasiado buena —exclamó Paula—. Pobre Isabella.
—Por favor, Paula, hablemos de otra cosa —imploró Mariana—. ¿Has visto la última colección de Donna Karan? He encargado un montón de modelos. Es increíble como utiliza los colores.
—Y también eres muy valiente —añadió con franqueza—. Sí, he leído un artículo en una revista sobre la nueva colección.
Paula volvió al presente de golpe, a tiempo para oír la última pregunta de Marta.
—Francamente, Paula, me parece que no has escuchado ni una palabra de lo que te he dicho.
—Pensaba en Mariana —reconoció Paula con sinceridad—. Y en el coraje que demostró cuando perdió la custodia de Isabella frente a Pedro.
—¡Pedro! —espetó Marta—. Utilizó todos sus contactos legales y exprimió todo lo que pudo el hecho de que Mariana se mudara a Francia. Como si eso afectara a una niña de tres años.
—He conocido a Isabella. Tiene los ojos de Mariana—dijo Paula—. Supongo que ya habrás oído que hubo un incendio en casa de Pedro hace tres días. Yo formaba parte del cuartel.
Marta clavó los dedos, adornados con diamantes, en el brazo de la butaca.
—Pedro Alfonso arruinó la vida de mi hija. La niña viene a comer un domingo al mes. Es todo lo que se me permite verla.
Un nuevo motivo en contra de Pedro. Tampoco permitía que la niña tuviera contacto con su abuela.
—¿Crees que Isabella es tímida? —preguntó Paula.
—La niña apenas habla. Estoy segura que él la ha puesto en contra mía.
—¿Hace cuanto que no ve a su madre?

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