lunes, 30 de noviembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 7

— No me había dado cuenta de que estaba tan mojada —dijo el hombre segundos más tarde y frunciendo el ceño al ver el charco que se había formado bajo los pies descalzos de Paula—. Será mejor que tome un baño caliente y se ponga ropas secas.

Ignoró a Paula que estaba boquiabierta y también la mirada de asombro que se leía en sus ojos. Era como si aquel hombre no hubiera notado la reacción de la muchacha al enterarse de que debía pasar la noche allí. Decididamente, ese proyecto estaba muy lejos de ser atrayente para ella.

— ¡No! —gritó, con una desesperación que era más adecuada para una niña atemorizada que para un adulto. El la observó con sarcasmo y Paula debió tratar de controlarse—. Me refiero a que... ¡a que yo no puedo quedarme aquí! —trataba de aparentar ser una persona muy decidida, pero sus intentos fueron en vano ya que su voz sonó desahuciada—. Si es que no puedo telefonear a mi hermano, ¿sería mucha molestia pedirle a usted que me condujera hasta allí? Debe de haber algún otro camino hasta su casa sin tener que utilizar la carretera obstruida por el árbol, ¿verdad? —Su pregunta sonaba más a una súplica que a otra cosa, pero el rostro impasivo del extraño no dio muestras de compadecerse de ella.

— No existe ninguno que esté en mejores condiciones que el que utilizamos antes, tendría que recorrer muchos más kilómetros de los que estaría dispuesto para una noche como ésta —replicó él.

Paula  se movía nerviosamente, tratando desesperadamente de hallar alguna solución.

— De acuerdo —repuso la joven con admirable serenidad teniendo en cuenta el terrible estado en que tenía sus nervios—. Entonces podría llevarme nuevamente hasta la ciudad, para hospedarme en algún hotel o en un motel. El trecho deteriorado que tendríamos que recorrer para llegar al camino pavimentado es de sólo siete kilómetros y usted tiene un Jeep. Creo que no es demasiado pedir, ¿verdad? —preguntó ella esperanzada.

El extraño hizo un gesto con su cabeza indicando otra negación.

— No, no lo es —admitió razonablemente—. Pero como no hay ni hoteles ni moteles en la ciudad; no tendría lugar donde pasar la noche si yo la llevase. —La mirada de disgusto casi cómica de Paula, parecía haberle dicho al extraño que tratara de convencerla de alguna manera—. Mire —dijo él, sin demostrar ningún tono de burla en su voz, aunque la muchacha sospechaba que sí se estaba mofando de ella—, yo no voy a violarla en su cama si es que a eso le teme.

—Tengo una habitación de más... con cerrojo en la puerta —agregó secamente—. Y también hay cerrojo en la puerta del cuarto de baño. —Después, la miró secamente e hizo un gesto afirmativo con la cabeza, en dirección a la puerta que Indio había atravesado anteriormente—. Además, como Indio se ha hecho tan amigo suyo, dudo que recuerde quién es su verdadero amo en caso de que yo me abalanzara sobre usted haciéndola gritar desesperadamente, luchando contra mí. Creo que si sólo se limita a tranquilizarse y a aceptar la situación tal como se ha presentado, no tendrá ninguna razón para lamentar haberse quedado aquí.

Para su propio asombro, Paula  notó que estaba comenzando a calmarse. Quizás haya sido por la manera tan prosaica con la que él le colocó la taza de café entre las manos. O quizás su reacción se haya debido al hecho de que él tomó su taza de café y se preparó para abandonar la habitación, sin darle oportunidad a la joven para que siguiera discutiendo con él.

— Le traeré una bata y haré que tome un baño —dijo su anfitrión—. Puede desvestirse aquí y colocar su ropa en la lavadora para tener algo que ponerse mañana. Me temo que por esta noche deberá arreglárselas con una bata mía.

El hombre no había alcanzado la puerta cuando Paula recordó la única cosa que podría hacerla sentir como que estaba viviendo la realidad, que no se había convertido en un mero personaje de aquella Noche de Brujas.

— ¿Quién es usted? —interrogó.

El hombre se detuvo y se volvió para observarla sobre el hombro, con una torva expresión que pronto se transformó en impasible neutralidad.

— Mi nombre es Pedro Alfonso—respondió con voz cortante. Luego pareció quedarse observándola, a la espera de alguna reacción por parte de Paula. Al ver que ella no reaccionó, se tranquilizó—. Y el suyo es... —Aguardó gentilmente a que ella le respondiera.

Así lo hizo, reflexionando acerca de su extraño comportamiento.

—Paula Chaves.

El extraño levantó sus cejas oscuras y pareció tranquilizarse aún más.

— ¿Es usted hermana de Gonzalo Chaves? —Preguntó él y al ver que la muchacha asentía, una vivaz sonrisa afloró en sus labios—. Me enteré de que él se había mudado, pero aún no lo he visto. Me temo que usted tenía razón cuando me calificó de paupérrimo vecino. Pero puedo rectificarme mañana, ¿me dará esa oportunidad? —Paula retrocedió cuando él le hizo recordar su mordaz acusación, pero él parecía no culparla por la franqueza que la muchacha había tenido—. Beba su café —dijo él. Por primera vez, su voz sonó completamente natural—. Regresaré en unos minutos.

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