miércoles, 25 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 66

Paula apeló a su buena educación y fue a despedirse de sus anfitriones. Y permitió que Rolando la acompañara hasta la puerta del taxi con un paraguas. Estaba lloviendo, y el viento racheado soplaba sobre la entrada. Entró con dificultad en el taxi y Rolando cerró la puerta. Paula indicó la dirección de Pedro y se hundió en el asiento. Demasiado alterada para pensar, trató de poner la mente en blanco para no imaginarse lo que Pedro estaría haciendo en esos momentos… con Mariana. Ya tendría tiempo en el futuro. ¿Cómo podía culpar a Pedro? Había dejado muy claro que no estaba interesada en él. Ella no era la causa de que Pedro hubiera corrido a refugiarse en los brazos de Mariana y le hubiera pedido que se casaran de nuevo.

Minutos más tarde, subía las escaleras hacia su habitación, levantándose la falda para no tropezar. Marina ya estaba acostada. Isabella dormía plácidamente rodeada por tres libros y su peluche. Paula se quedó un momento en la puerta y notó cómo el corazón se le partía de nuevo. ¿Cómo era posible que se hubiera encariñado tanto con Isabella en tan poco tiempo?

Era la última noche que pasaría ahí, de pie, atenta a la respiración de la pequeña a la que había rescatado del incendio y que, en compensación, le había cambiado la vida.

Paula se apresuró a regresar a su habitación. La ropa de calle que había llevado esa mañana todavía seguía tirada en la cama. Unos vaqueros y una camiseta. Era el tipo de ropa que vestiría en adelante. Instintivamente, arrojó lejos las sandalias y se intentó bajar la cremallera del vestido, ansiosa por desprenderse de él y de todo lo que implicaba. Poco después, vestida con la ropa de calle, se estaba quitando las horquillas del pelo. Se cepilló con fuerza hasta que su larga melena recuperó la forma. Dejó los pendientes sobre el escritorio. Pero fue incapaz de quitarse el colgante.

Temerosa de cualquier pensamiento, se puso el chubasquero y las botas de agua. Necesitaba dar un paseo. No podía acostarse sin más y enfrentarse a sus propios fantasmas. Siempre le habían encantado las tormentas. Y un poco de lluvia no le haría ningún daño. Por último, buscó la linterna que guardaba en la mesilla de noche.

El viento soplaba con tanta fuerza que Paula tuvo que hacer un esfuerzo para caminar. La lluvia la golpeaba en la cara, pero no le importaba. Ahora estaba sola y podía llorar con libertad y dejar que las lágrimas se confundieran con las gotas de lluvia y rodaran por sus mejillas. Pero estaba demasiado desolada para eso. En lo más profundo de su ser, se sentía traicionada.

Pedro se había acostado con ella y ahora estaba en la cama con Mariana. ¿Cómo podía hacer algo así?

La cabeza baja, los ojos semi-cerrados, Paula se abrió paso con dificultad. No tenía la menor idea de hacia dónde caminaba. ¿Daría la vuelta y regresaría a la habitación? ¿Caminar a través de las calles desiertas hasta caer rendida? «Ya tomaré una decisión cuando llegue a la carretera» pensó, agradecida al notar la tensión en sus piernas.

El haz de la linterna proyectaba un cerco de luz sobre el asfalto mojado. Paula la apagó y dejó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. No le resultaba difícil seguir el borde del camino. Las ramas de los árboles se agitaban y el viento arrastraba las hojas. Si cerraba los ojos, Paula podía imaginar que estaba al borde del mar, escuchando el sonido de las olas rompiendo contra el acantilado.

De pronto, una luz brillante iluminó sus párpados cerrados. Paula abrió los ojos de par en par. Un coche avanzaba en su dirección, y las luces lanzaban destellos a través de los árboles. Entonces el conductor la vió y los frenos chirriaron. El coche se detuvo a pocos metros de ella. Era la limusina. Paula se quedó paralizada, con el corazón en la boca. La puerta del conductor se abrió y Pedro bajó del coche.

Pedro, la última persona a la que deseaba ver en esos momentos.

2 comentarios:

  1. Ay! quiero creer que Pedro no está pensando en volver con Mariana en serio! No? es invento de esas brujas nomas! :(

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