sábado, 21 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 48

—Eres demasiado pequeña para comprender ciertas cosas —dijo con severidad—. ¿Le has pedido a Marina que preparase el chocolate?

—Pensó que a lo mejor preferías tomar café. Por eso he vuelto.

—Vuelve a la cocina y dile que el chocolate es perfecto, cariño.

Isabella regresó a la cocina con el gesto enfurruñado.

—Es demasiado lista para no darse cuenta de lo que ha pasado —dijo Pedro visiblemente irritado—. He sido un estúpido al besarle. No volverá a pasar. Puedes creerme.

Paula creía en su palabra. Se sentía desamparada, excitada, furiosa, asustada… Se puso en pie y guardó el equilibrio con cierta dificultad.

—Esta noche le recordaré que solo estaré aquí un tiempo —dijo titubeante.

—Desde luego que lo harás.

—No sé por qué estás tan furioso. Fuiste tú quien me besó.

—¿Crees que no me doy cuenta? —explotó—. No tienes más que mirarme con esos ojos verdes y pierdo la compostura. Me comporto como un adolescente.

—Y odias actuar así —susurró Paula.

—Es una explicación tan válida como cualquier otra para expresar lo que siento.

—Entonces, ¿por qué no me despides antes de que perdamos el control de la situación? Le gusto a Isabella y… Oh, Dios. ¡Pedro! Nunca debí aceptar.

—¿Sabes qué? —gruñó—. He levantado un emporio económico de la nada, pero todo lo que he aprendido en este tiempo se desvanece siempre que estás cerca. ¿Puedes explicármelo?

—Es simple química. Esas fueron tus palabras.

—Voy a la cocina antes de que Isabella vuelva a buscarnos —dijo—. Esto nunca volverá a repetirse. ¿Me has comprendido?

—Te estás repitiendo —replicó Paula y se bajó la cremallera de su cazadora—. Sencillamente, no puedes controlar tu odio.

—¿También detesto que me psicoanalicen!

—Sobre todo si es una mujer —añadió sin aliento, sacudiendo la melena.

Pedro se acercó y le levantó la barbilla con un dedo.

—Hay algo que te conviene saber. Acepto los retos de los que huyen el resto de los mortales. No juegues conmigo.

—Creía que ibas a buscar a Isabella.

—No olvides lo que te he dicho. Por tu propio bien.

Pedro enfiló el pasillo en dirección a la cocina. Pese a la adrenalina que corría por sus venas, Paula no se sentía con fuerzas para caminar. No lo estaba llevando demasiado bien para una mujer acostumbrada a enfrentarse a situaciones de alto riesgo.

Pero, al menos, Pedro no sospechaba nada. Odiaba estar junto a ella. Lo último que necesitaba era saber que esperaba un hijo suyo.

Un par de días más tarde, se habían reunido los tres para comer en el solario. Otro de los síntomas del embarazo parecía ser una suerte de continuo letargo. Paula se sentía cansada y perezosa. Agradeció que Isabella llevara el peso de la conversación. Después de comer, Pedro se dirigió a ella.

—Cuando Isabella vuelva al colegio, ¿podrías pasar un momento por el despacho?

—Claro.

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