miércoles, 11 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 20

Estaba contenta de verlo. David era tan sencillo y tan diferente a Pedro.
Él le sonrió; pero Paula notó con fingido malestar que David parecía excesivamente tenso.
—Vengo de visitar a mi tía —añadió—. Me apetecía caminar hasta casa.
—¿Te gustaría salir a comer algo?
—Me encantaría.
Sentados frente a frente en el restaurante, jugaban con la comida en un incómodo silencio.
—¿Qué ocurre? —preguntó finalmente Paula—. No pareces el mismo.
—Es cierto. Tengo que hacerte una pregunta.
Sus ojos marrones la miraron sin malicia. Pero sujetaba la cuchara con la misma fuerza con que sujetaría un hacha antes de derribar una puerta.
—Adelante. Te escucho.
—Hemos salidos juntos en bastantes ocasiones. Hemos ido al cine y a alguna fiesta. Hemos comido juntos —no dejaba de mirar la comida con extrañeza mientras hablaba—. Te he besado en la frente y hemos caminado de la mano. Pero nunca ha pasado nada. Siempre había algo que me retenía…
—David, yo…
—No, déjame terminar —interrumpió—. Vas a estar de baja varios días y yo tengo cinco días de vacaciones pendientes que debo aprovechar antes de marzo. Vámonos juntos, Paula. Podemos ir a una cabaña en San Lorenzo. O a un hotelito en Quebec. La verdad es que no me importa. Solo quiero que estemos juntos —David tomó la mano de Paula entre las suyas—, y acostarme contigo.
Paula bajó la mirada. Dos veces en el mismo día era demasiado. Deseaba que David no hubiera elegido precisamente esa noche para romper un silencio de tantos años. Miró de reojo sus manos. Podía sentir toda la ternura que irradiaban. Pero no quería apretarlas contra su pecho ni sentía deseo alguno de recorrer con la lengua las líneas de su mano. Si hubiera sido Pedro…
—Eso es muy bonito, David —acertó a decir.
—Creo que no lo estoy haciendo bien.
Acto seguido, David se levantó, acercó su silla a la de Paula y la atrajo hacia si. Entonces la rodeó con sus brazos y la besó profundamente, con evidente placer.
Paula siguió abrazada a él, pero le asaltaron unas terribles ganas de llorar. Porque no había sentido nada. Nada en absoluto. David la soltó y dió un paso atrás. Alguien silbó desde otra mesa, pero David no le dió importancia.
—Acepta, Paula. ¡Por favor! —imploró David con urgencia.
—No puedo, David. No puedo.
—¿Por qué no? Podemos irnos y ver qué pasa. Sin ningún compromiso. Sencillamente, pasaremos unos días juntos.
Paula sabía que tenía que acabar con esto.
—No estoy enamorada de tí —sentenció—. No siento nada. Por eso no puedo ir. No sería justo para ninguno de los dos. Nunca podría darte lo que quieres.
Podía notar la rigidez en el cuerpo de David. Pudo notar, a través de los dedos entrelazados con los suyos, parte de la fuerza que la había salvado el día del incendio, agarrándola por la manga.
—Se va a enfriar la sopa —añadió Paula con una sonrisa forzada.
—Lo dices en serio, ¿verdad? —preguntó. David movió la cabeza afirmativamente—. ¿Hay otra persona?
—¡No!
No podía contarle lo que había ocurrido.
—De verdad, lo siento mucho. Pero es lo mejor. Somos amigos, David. Y quiero que sigamos así.
David bajó los brazos, recuperó su asiento y empezó a comer como un autómata. Paula hizo lo propio. Le dolía el hombro y sentía que todo había ido demasiado lejos. Pero no podía abandonar a David. No lo merecía. Trató de iniciar una conversación sobre el trabajo y la tormenta de nieve que se esperaba. Cuando finalmente el camarero trajo la cuenta, podría haber gritado para expresar su alivio. David  la llevó hasta casa. Detuvo el coche frente al portal.
—Preferiría que no nos viéramos por un tiempo, si no te importa —dijo David con severidad.
—¿Es que ya no somos amigos?
—Ahora mismo, no podría.
—¿Sabes? Estoy pensando en dejar el trabajo.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué piensas hacer?
—Estoy cansado. Hace diez años que estoy en el cuerpo y ya he tenido suficiente. Necesito un descanso. Un cambio.
—Los demás no pensamos lo mismo.
—No me hagas sentir culpable —protestó enfadada—. Por favor, David. Tengo que irme. Cuídate. Lo siento mucho.

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