miércoles, 18 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 43

—No hace falta que me acompañes. No tardaré.

—Isabella necesita un cepillo de dientes nuevo.

—Bien, compraré uno para ella.

—¿Acaso estás planeando escapar? —preguntó con malicia.

—He tenido dos semanas para irme.

—Entonces, vamos —ordenó—. No tengo toda la mañana.

Paula vagó por la farmacia, eligió un montón de cosas que no necesitaba y pagó. Ni siquiera se atrevió a mirar los test de embarazo. ¿De qué hubiera servido? El lunes por la mañana, tan pronto como Isabella se fuera al colegio, tomaría el autobús hasta el centro. Eso suponía pasar otros tres días en vilo. Era peor que una sentencia de muerte.

Guardó silencio hasta que llegaron a casa de Pedro. De nuevo quedó impresionada por el imponente aspecto de la mansión, la armonía de las proporciones, el contraste de la piedra frente a la nieve y el humo saliendo por una de las muchas chimeneas.

—Las obras terminarán dentro de dos o tres semanas —dijo Pedro mientras abría la puerta principal—. Entonces podrás mudarte a tus habitaciones.

De todos modos, el dormitorio y el baño que le habían asignado en el ala de los invitados eran espaciosos y acogedores. Isabella estaba en la habitación contigua y Pedro dormía en la otra punta del pasillo. «Demasiado cerca» pensó Paula, y oyó la voz de Pedro.

—El servicio sabe que estarás aquí un tiempo y tratarán de ayudarte en lo que puedan. Isabella come en casa y vuelve del colegio a eso de las tres. En cuanto a mí, pasaré la mayor parte del día fuera.

Eso suponía que al menos por hoy, no tendría que verlo más.

—No tienes porqué mostrar tanto entusiasmo —dijo de mal humor.

—¿Por qué te enfadas tanto? —gritó Paula—. Has conseguido lo que querías. Estoy aquí para cuidar de Isabella  y tú podrás pasar toda la noche fuera si te apetece.

—Te diré lo que realmente me apetece.

Acto seguido, Pedro la besó. Fue un beso corto, a medio camino entre la furia y el deseo. Paula notó cómo le ardía la sangre. El deseo despertó de inmediato. Se inclinó hacia él y supo, en lo más remoto de su ser, que volvería a hacerlo. Caería en sus brazos y se entregaría a Pedro en la cama sin pensar en las consecuencias.

¿Qué clase de mujer la incitaba a hacer algo así? Una mujer inconsciente.

—No vuelvas a negar que me deseas, Paula. Lo llevas escrito por todas partes.

Hablaba con firmeza, sin mostrar ninguna emoción. Y de pronto Paula supo qué era lo que no funcionaba.

—Ya no me deseas, ¿verdad? —dijo con una voz que le costó reconocer—. Desprecias todo aquello que se obtiene sin esfuerzo. Eso fue lo que me dijiste una vez.

—También dije que no te traía a mi casa para que fueras mi amante. Y lo mantengo.

—Entonces, ¿por qué estoy aquí? —gritó.

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