lunes, 23 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 58

A la mañana siguiente, Paula bajó al vestíbulo a las nueve y media en punto. Vestía su mejor falda de lana, verde oscuro, una chaqueta a juego y botas de cuero. Tenía cara de pocos amigos.

—Yo también te deseo los buenos días —dijo Pedro irónico.

—No finjamos que me gusta hacer esto, Pedro. Y no me presiones. Puedo largarme cuando quiera.

—Pero no lo harás. Por Isabella.

—¿Siempre utilizas la debilidad de tu oponente para tus fines? —preguntó Paula con resentimiento.

—Hago lo que es necesario.

—Entonces, vámonos. Tienes que vestirme como a un maniquí para poder exhibirme esta noche como una de tus dos mujeres.

—¿Es así como lo ves? —espetó.

—¿Es que existe alguna otra forma? —explotó Paula—. Ayer te vi besando a Mariana.

—Se me tiró al cuello. Eso fue lo que viste.

—No hacías mucho para defenderte.

—No te quedaste el tiempo suficiente.

—¿Por qué iba a hacerlo? ¿Para comprobar si usas la misma técnica con ella que conmigo?

—Ten cuidado, Paula —amenazó Pedro—. O puede que decida enseñarte mi técnica aquí mismo.

—¡No te atreverás!

La respuesta de Pedro no se hizo esperar. La sujetó con fuerza por los hombros e, inclinándose sobre ella, la besó. Como un chispazo, la furia de Paula dejó paso al deseo ardiente e irresistible. Pero Pedro la apartó de sí con la misma violencia con que la había atraído.

—Te dije que no presionaras y este beso no ha tenido nada que ver con mi técnica —dijo gruñendo.

—Tiene que ver con el poder. Se trata de eso. No soportas perder. Y menos con una mujer.

La luz del sol de la mañana se filtraba a través de la ventana, arrancando destellos en sus ojos verdes y brillando en su pelo. Pedro tomó aire y suspiró.

—Puede que se trate de sentimientos —dijo con dureza.

Paula no quería entrar en ese terreno con Pedro.

—Quizás sea una cuestión de propiedad.

—Si no te beso es porque sigo enamorado de Mariana. Si lo hago, resulta que soy un mujeriego. Siempre te las apañas pasa pensar lo peor de mí. Lo siento, Paula, pero me rindo.

La amargura en su voz desconcertó a Paula. De no estar embarazada, ¿habría intentando sonsacarlo? Pero su intuición le decía que si confesaba que estaba esperando un hijo suyo, Pedro insistiría en contraer matrimonio. Era una cuestión de propiedad, otra vez.

—Es mejor que nos marchemos —dijo Paula—. Quiero estar de vuelta antes que Isabella.

—Claro, Isabella. Ella es tu única preocupación, ¿verdad?

—Para eso me pagas.

—Paula, ¿quieres a Isabella?

Paula dulcificó el gesto. Recordaba el cariño con que Isabella la había abrazado esa mañana, la delicadeza de su cuerpo menudo, la mirada de desamparo y la sonrisa cómplice.

—Eso es algo que no puedo permitir que ocurra.

—Así que estás totalmente resuelta a desaparecer de su vida.

¿Qué se suponía que debía contestas? «Lo entenderías si me vieras dentro de seis meses». Paula se mordió el labio.

—Dime qué es lo que te preocupa, Paula—preguntó Pedro enérgicamente.

—El único que me molesta eres tú, Pedro. ¡Vámonos!

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