sábado, 12 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 41

— No importa, Pau. No tienes que responderme ahora. Piénsalo y más tarde lo discutiremos.

— ¿Qué es lo que discutirán más tarde? —susurró Pedro en el oído de Paula, confundiéndola, ya que ella no lo había oído aproximarse.

Evidentemente, Lola Sí se había percatado de ello, puesto que les dedicó una amplia sonrisa y luego se marchó, dejando a su cuñada sola para que se las ingeniase en inventar una respuesta.
Él pasó su brazo sobre el hombro de Paula y la llevó hacia la fogata. La hizo sentar sobre un tronco y él también se sentó a su lado, sin apartar su brazo del hombro de la muchacha.

— ¿Estaban hablando de mí? —la presionó él, aproximando su boca a la oreja de ella para formular la pregunta.

Paula echó una mirada a su oscuro y atractivo semblante y luego volvió a mirar hacia delante inmediatamente. Trató de que su voz sonara hosca, con la esperanza de liberarse de aquel hechizo que su presencia ya estaba creando sobre ella:

— Ya te estás tornando demasiado engreído, Pedro Alfonso ¿Qué demonios te hace pensar que eres la única persona en el mundo de quien se puede hablar? —Ella sintió deseos de salir corriendo, pero él la tenía con tanta firmeza que al menor movimiento, la tomó con más fuerza para que permaneciera donde estaba.

—Entonces te creo que no estaban hablando de mí —dijo con mansa inocencia. Sin embargo, sus ojos no se veían para nada inocentes cuando la hizo mirarlo, tomándola por el mentón—. Y seguramente debo de haberme equivocado cuando creí leer mi nombre en los labios de Lola.

Ella hizo una mueca con los labios y lo miró.

— Siempre estás haciéndome preguntas a mí, Pedro. Me pregunto qué harías tú si de pronto fuese yo quien comenzara a ametrallarte con interrogatorios.

Él salió del paso con una respuesta ocasional y ella se enfureció más todavía.

— Puedes guardarte tus secretos, señor Alfonso. ¡Para que lo sepas, no tengo ni la menor curiosidad por enterarme de ellos!

Inesperadamente, él suavizó su expresión y bajo su espesa barba, se vislumbró una socarrona sonrisa:

— ¿No? —preguntó tiernamente—. Perdóname Paula, pero no te creo. Es más, creo que te mueres de curiosidad por averiguar todo lo referido a mi pasado. —Se interrumpió y luego agregó, en tono muy íntimo:— Del mismo modo que yo me muero por conocer el tuyo.

Paula no sabía si enfadarse o echarse a reír. Estaba molesta por la vanidad de Pedro y al mismo tiempo, satisfecha por la confesión que él había hecho respecto de su curiosidad. Luego, fue él quien soltó la carcajada y deslizó su mano hasta la cintura de ella para darle un breve abrazo.

— Nos desembarazaremos de nuestras respectivas curiosidades más tarde, querida —susurró él—. Tendremos todo el tiempo del mundo para hablar en nuestra cama, luego de haber hecho el amor.

Con aquella excitante promesa retumbando en los oídos de Paula, lo vió alejarse hasta el sitio donde Lola estaba dando los últimos retoques a su mesa de picnic.

Paula se sentía bastante segura hasta que, una vez que todos habían terminado de cenar y de acomodar las cosas y se habían sentado alrededor de la fogata para cantar y narrar historias, Pedro  la hizo sentar nuevamente junto a él. Después de todo, estando todos presentes, Pedro no podría hacerle absolutamente nada y, además, ella tendría la oportunidad de disfrutar de su proximidad, de su fragancia masculina, de la calidez de su brazo que la rodeaba y al mismo tiempo, no tendría que preocuparse: Pedro no podía turbar sus sentidos.

Su tranquilidad duró tanto como dos minutos: Pedro evidenció a las claras que era capaz de ejercer sus poderes con un grado de creatividad admirable. Era alarmante todo lo que él podía conseguir.
Él le rodeó la cintura y luego apoyó su mano en una cadera de Paula. Ella permaneció tiesa y luego se relajó falsamente, bajo la seguridad de que él había comenzado a cantar junto con todo el grupo. En consecuencia, se decidió a cantar. En ese momento, Pedro deslizó su mano por debajo del dobladillo de la tricota de Paula y comenzó a acariciarla. La muchacha volvió a paralizarse y el magnífico tono de soprano que tenía se tornó abruptamente en un alto.

Le echó una furtiva mirada para que se quedara quieto, pero al notar que Pedro estaba absorto en su canto, decidió que no era necesario apartarse. Quizá, sus caricias sólo fueran un gesto ausente y ella probablemente estuviera empezando a tener los síntomas de una paranoica cuando de él se trataba.
Sin embargo, la otra mano de Pedro la atrajo contra su cuerpo con más firmeza, para aprisionarla. La mano que estaba sobre la cintura se movía de arriba a abajo, produciendo terribles temblores en la espalda de ella. Se dio cuenta de que tendría que haberse movido, si Pedro le hubiera dado la oportunidad, puesto que prácticamente, la tenía inmovilizada. El sitio donde estaban sentados estaba a oscuras y como todos los demás estaban rodeando la fogata, sin alcanzar a ver la imagen de ellos, Paula se percató a su pesar, de que Pedro tenía toda la razón del mundo en no interesarse por el hecho de tener ambos brazos alrededor de ella. ¡Y todavía seguía cantando tranquilamente!

No hay comentarios:

Publicar un comentario