jueves, 10 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 36

— Tienes razón —dijo él lentamente—. Aún no me conoces del todo bien y yo tampoco te he contado muchas cosas sobre mí. Hay cosas que son muy difíciles de explicar y cuando estoy a tu lado, siempre siento deseos de que me hables de tí... o de besarte... o de hacerte el amor. —Dio un paso hacia atrás y luego le tomó los hombros entre sus manos y la contempló.— Siempre he estado instigándote para obtener una relación física contigo, porque me llamas mucho la atención físicamente... y porque tú me quieres. —Él sonrió al notar que ella se ruborizaba.— No me lo niegues, Paula. Tú sí me quieres.

— Ya te he admitido eso —le respondió casi con violencia—. Y eso le pasa a toda mujer que se acerque a un kilómetro de tí.

Una lenta sonrisa se iba dibujando bajo su espesa barba.

— ¿Aún Lola? —preguntó él con burlona duda.

— Bien... —se encogió de hombros irritada.— Lo haría si no estuviera tan enloquecida con Gonzalo. Así me lo confesó.

Él rió y la estrechó rápidamente.

— Paula, Paula... —dijo él casi reprendiéndola—. Las personas que están casadas no tienen anteojeras sobre los ojos para con el sexo opuesto, sólo por el hecho de estar enamoradas y dedicadas a sus respectivos cónyuges. Siempre hay algún miembro del otro sexo que los atrae de una manera u otra. Lo que cuenta es lo que tú pienses al respecto.

Ella lo observó con ojos beligerantes.

— ¿Y qué crees tú que debería hacer cualquier persona al respecto? —lo desafió.

Su mirada parecía abrupta, aunque su voz sonó muy sincera al responder:

—Ser fiel a la persona a quien se ama —dijo seriamente—. Por lo menos, esa es mi opinión. ¿Cuál es la tuya?

A Paula le sorprendió que él se lo preguntara y su expresión la delató. Consideraba que sus puntos de vista habían sido más que elocuentes.

— La misma —exclamó—. ¿No te habías dado cuenta de ello?

Él meneó la cabeza.

—Yo tampoco te conozco bien, ¿recuerdas Paula? —dijo suavemente.

La respuesta de Pedro la irritó.

—Entonces no tiene ningún sentido que nos vayamos juntos a la cama —dijo ella caprichosamente.

Pedro volvió a menear la cabeza.

—Tenemos todas las razones para acostarnos juntos.

Ella montó en cólera.

—No veo por qué —protestó—. Sólo porque somos... sólo porque nos atraigamos mutuamente, no estamos obligados a someternos a esa atracción.

—Sí, si es que vamos a casarnos —dijo con placentera paciencia.

Paula permaneció observándolo, como si se hubiera vuelto loco.

— ¿Qué has dicho? —gritó.

— Dije que nos casaremos.

Ella no lograba salir de su asombro y tampoco podía hablar por la emoción que sentía. Se sentía triunfante, atemorizada, incrédula y confundida.

— ¡Pedro, eso no tiene ningún sentido! —gruñó ella.

— Sí lo tiene para mí. —Su tono era muy firme—. He estado enamorado antes. Y sé reconocer el amor cuando lo siento. ¿Tú no?

— Sí. —Pero al tiempo que ella confesó eso, apartó a Pedro de sí violentamente.—Tienes una encantadora manera de decir: "te amo"

— Paula—dijo él secamente—. No puedo aguantar más las ganas de experimentar la manera que tienes de hacer el amor. Probablemente he de terminar en el hospital.

— Estás loco de atar —gruñó nuevamente, sosteniéndose la cabeza entre las manos—. No es así como las cosas deben suceder entre las personas.

—¿Quién dijo? —volvió a aproximarse a ella con una sonrisa medio irónica, pero al notar su expresión, debió borrar de su sonrisa todo el sarcasmo que tenía.— De acuerdo. Sé que soy muy poco ortodoxo —admitió encantadoramente—. Si eso te hace sentir mejor, te compraré una caja de bombones, un ramo de flores, me pondré mi mejor traje y me arrodillaré ante tí. ¿Es eso lo que quieres?

— ¡No sé lo que quiero! —gruñó, cerrando los ojos ante la desorientación que sentía. Luego volvió a abrirlos para observar a Pedro—. ¡Sí es eso! —dijo con firmeza—. No quiero casarme con un político.

Pedro entrecerró los ojos, pero no reaccionó ante tal afirmación.

— No es eso lo que quieres... es lo que no quieres —explicó.

—Es la misma cosa —le gritó—. Quiero una vida tranquila... niños... tiempo para pasar a solas con mi esposo. No quiero vivir en un circo.

Pedro permaneció tieso por unos instantes y luego, lentamente, acortó la distancia que lo separaba de Paula, para tomar su cuerpo entre sus brazos.

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