lunes, 7 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 29

El suavísimo tono de voz de él le indicó a Paula que siempre sabía cómo, dónde y cuándo encontrar sus armas de defensa, y por ello, la joven se ruborizó al recordar los momentos compartidos. Luego se dio cuenta de que por primera vez, Pedro había hecho referencia a su pasado.

Afortunadamente, Pedro no parecía inclinarse por hacer alarde de su victoria. Cuando él entró al cuarto de baño y se agachó para contemplar de cerca el trabajo de la muchacha, ella se quedó mirándole su cabellera castaña con gran resentimiento. El hecho de que él llevase una ropa tan vieja como la de ella, no la hacía sentir mejor ya que estaba limpia y bien planchada. Por otro lado, en él se veía tan bien que Paula concluyó que Pedro era atractivo por más que estuviese harapiento.

Él continuó hablando, como si detrás de sus palabras no se ocultase ningún otro contenido secundario.

— En la actualidad, los oponentes responsables van directamente al tema en cuestión para atacar solamente ese punto —dijo él con tranquila seguridad en sí mismo— y aquí, el tema en cuestión parece ser una lamentable incapacidad para mantener una línea recta.

Paula levantó la vista hacia él e intentó abrir la boca para lanzarle algún punzante insulto, pero antes que pudiese hacer nada, él la interrumpió:

—Todo esto tiene que salir bien. Es una suerte que sólo hayas comenzado con el trabajo, ya que de ese modo, se nos simplificará un poco la tarea. —se extendió para tomar un palustre y quitar todos los azulejos que ella se había dedicado a colocar durante una mañana entera.

Paula  gruñó indignada.

— Aguarda un minuto, —protestó enojada—. ¿Qué crees que vas a hacer? He estado trabajando con eso durante largas horas y no estoy dispuesta a soportar que tú...

Esa protesta, murió en la garganta de la joven cuando Pedro se volvió para mirarla por encima de su hombro, con un gesto que autoritariamente le decía que no tenía ningún caso protestar.

— Paula —dijo tranquilamente—, sólo un tonto rechaza una mano cuando se trata de recibir una ayuda en un trabajo manual. —Luego, le sonrió con tanto encanto que Paula perdió todo deseo de luchar contra él. —Y tú no eres ninguna tonta, ¿verdad, mi hermosa Paula?

Aquel elogio, junto con su genuino gesto de aprobación, hicieron que la joven perdiera prácticamente el habla.

—No —respondió ella, sólo con un pálido vestigio de su caprichito anterior, aunque la voz de su conciencia y su mecanismo de defensa le decían que ella era una perfecta tonta.—Paula: No —repitió con énfasis—.

— Ahora... ¿podrías traerme otra caja de azulejos? —Su pregunta hizo que pasara de ser muy personal a muy práctico y Paula debió calmar su molestia y obedecer al pedido.

Durante las dos horas siguientes ambos trabajaron conjuntamente, en clima de pacífica cooperación y armonía que logró completar un trabajo leñado y casi perfecto que Paula sola no habría podido realizar y logró mitigar la sensación que le producía la presencia de Pedro, tratando de concentrarse únicamente en el trabajo que tenía entre manos. Sin embargo, cada vez que sus manos se tocaban inadvertidamente, o sus ojos se encontraban pronto, o sus cuerpos se rozaban inesperadamente, Paula debía esforzarse al máximo para aquietar esa caliente sensación que recorría todo su ser apoderándose de ella.

En consecuencia, estaba mucho más cansada después haber trabajado una hora de lo que habría estado si hubiese trabajado sola durante todo el día. Sus ánimos también estaban alterados, especialmente porque notaba que a Pedro su presencia no lo afectaba del mismo modo que a ella.

La joven se sintió aliviada cuando él se sentó sobre sus talones y sugirió que tomasen un descanso.

— Nos vendría muy bien una buena taza de café —dijo satisfecho, al completar la última hilera de azulejos de un sector—. Y pienso que nos la tenemos muy bien merecida, ¿verdad?

Paula  se limitó a asentir levemente con la cabeza, negándose a mirarlo directamente a los ojos o hablar en forma audible por miedo a delatarse. No obstante, Pedro notó esa evasión por parte de ella y suavemente le acarició el cuello y le levantó la cabeza con el pulgar. Luego de haber observado con gran satisfacción la reacción de sorpresa de Paula, Pedro besó sus labios, prolongando ese beso hasta que sintió que ella comenzaba a responderle también. Cuando la soltó, se incorporó sobre sus pies antes que ella pudiese reponerse de tan breve y devastadora exploración. Loco de alegría, Pedro tomó una toalla para secarse las manos y se encaminó hacia la puerta del cuarto de baño. Sólo se detuvo para reprenderla:

— Anda, ¿qué esperas? —dijo, antes de desaparecer de su vista.

El beso había sido muy breve y la actitud de Pedro  bien podría haberse interpretado como algo impersonal, pero Paula se quedó paralizada por un momento, sin poder explicar su propia reacción. Desde el punto de vista de ella, aquel breve contacto había sido tan avasallante como si él le hubiera hecho el amor con todas sus ansias.

No obstante por estar paralizada, se dió  cuenta de que estaba corriendo un inminente peligro: si él era capaz de hacerla sentir así con un simple beso, ¿qué conseguiría de ella si tratara de seducirla?

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