miércoles, 16 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 57

Muy lentamente, Paula conducía su automóvil por una de las calles de un exclusivo barrio, alejado del centro de la ciudad de Jefferson. Desde el interior de su vehículo, la joven trataba de discernir los números de las coquetas casas, con el césped cuidadosamente cortado, como evidencia del dinero que poseían sus dueños. Ese panorama le recordó lo rica que era la familia de Pedro. Ella se sintió un tanto nerviosa al pensarlo. Sin embargo, estaba decidida a esquivar cuanto obstáculo se cruzara en su camino y cuando finalmente encontró el número que buscaba, suspiró satisfecha al saber que en pocos minutos más, estaría junto a Pedro.

El inmenso chalet, con una fachada de ladrillos rojos, no estaba construido en ningún estilo en particular que ella pudiera reconocer. Pero, en apariencia, era mucho más cómodo y hogareño, que cualquiera de las otras fastuosas mansiones que había en aquella manzana. Paula tomó un largo sendero, con varias curvas, que la conducía hasta la puerta de entrada, a cuyos lados se veían diversas macetas, con coloridos crisantemos que parecían dar la bienvenida a cada visitante.

La amplia puerta se abrió y Paula distinguió a una delicada mujer, de cabellos plateados y muy bien vestida, de algo más de sesenta años, quien salió a recibirla con una cálida sonrisa en su rostro. Una sola mirada a sus destellantes ojos fue suficiente para que Paula adivinara que la mujer era la madre de Pedro. Mientras bajaba del automóvil, se preparaba para la inspección a la cual, sin ninguna duda, habría de someterse en breve. Abrigaba la esperanza de que la señora Alfonso  mantuviera su cálida bienvenida luego de llevar a cabo su minucioso estudio sobre ella.

— ¿Paula? —la señora Alfonso la rodeó en un cálido abrazo; que puso fin a las dudas de la muchacha—. ¡Me siento tan contenta de que estés aquí! —La mujer se apartó de ella y le sonrió con tal encanto, tan similar al de Pedro, que Paula sintió que se le aflojaban las piernas—. ¿Has tenido un buen viaje? —preguntó la señora Alfonso, observando la delgada figura de Paula con una mirada tan maternal que ella sintió deseos de llorar.

De pronto recordó a su madre, quien de haber estado allí, la hubiese mirado con el mismo interés en su bienestar.

—Sí —respondió con voz ronca—. A esta altura del año siempre es maravilloso conducir, porque los colores del otoño embellecen mucho el paisaje.

—Sí, ¿verdad? —asintió la señora Alfonso—. Pero entra a la casa, querida. Hoy está un tanto fresco y me temo que esos bellos colores no le dan al cuerpo la calidez que le brindan a las ojos. Deja tu maleta, querida. Federico te la traerá más tarde. Es mi otro hijo, lo sabes, ¿no? Vendrá a casa a almorzar dentro de poco, aunque me temo que Pedro no. Tenía un almuerzo de negocios al que debía asistir en lugar de su padre y no regresará hasta la hora de cenar.

Paula oyó esas palabras con disgusto al saber que Pedro no estaba allí para recibirla. La señora Alfonso notó sus sentimientos y le guiñó un ojo.

—Sé cómo debes estar sintiéndote, Paula, pero no te preocupes, habrá mucho tiempo para tí y para Pedro luego.

Paula sonrió lánguidamente, sintiéndose un tanto avergonzada por lo posesiva que era con Pedro, en un momento en el que ella sabía perfectamente que su familia lo necesitaría tanto como ella por las terribles circunstancias que estaba viviendo. También admiraba la valentía de la señora Alfonso, cuando cualquier otra mujer en su lugar, estaría muerta de preocupación por su esposo. Decidida a seguir el ejemplo de su anfitriona, trató de olvidar todas sus angustias y acompañó a la señora Alfonso  hacia el interior de la casa.

Por dentro, la casa era cómoda, espaciosa y con un aire hogareño, que hizo que Paula se sintiera muy a gusto de inmediato. Había algo en el ambiente que le hacía recordar a la casa de sus padres, aunque ésta era mucho más pequeña. La habitación que le había sido destinada estaba decorada en blanco y amarillo. Una vez que terminó de refrescarse, la señora Alfonso  la escoltó hasta un apacible sitio, reservado habitualmente para la hora del desayuno, donde almorzarían.

— Sólo utilizamos el comedor cuando tenemos invitados —le confió, un tono que denotaba que la consideraba como a una más de la familia y no como a una simple visita. Al recibir tanta consideración, Paula se sintió mejor—. Es tan grande que, a menos que haya una multitud de invitados, resulta muy incómodo.

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