domingo, 27 de diciembre de 2015

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 17

—Nico, ¿qué dan en la tele?

—«Cubiuu» —respondió sin mirarla.

Ana sonrió.

—¡Vaya! Mi hijo Pedro también solía verlo de pequeño —comentó. Luego, hablando más despacio, preguntó—: ¿Es divertido?

Nico asintió con entusiasmo:
—«í, e ivetido.»

Los ojos de Paula reflejaron una cierta sorpresa. «Gracias, Dios mío, por estos pequeños detalles», se dijo.

Ana volvió su atención hacia la madre.

—Es increíble que todavía den este programa.

—¿Scooby-Doo? Lo emiten dos veces al día —comentó Paula—. Nosotros lo vemos por la mañana y por la tarde.

—Pues tiene suerte.

—Sí. ¡Menuda suerte! —contestó Paula, entornando los ojos.

Ana rió por lo bajo.

—Bueno, ¿cómo lo llevan?

Paula se sentó más erguida sobre la cama.

—Bien. Nico, aquí presente, está fuerte como un roble. Por su aspecto nadie diría que pasó por todo lo de anoche. En cuanto a mí... Bueno, digamos que podría encontrarme mejor.

—¿Saldrán pronto del hospital?

—Espero que mañana. Eso, suponiendo que el cuerpo me lo permita.

—¿Quién se ocupará de Nico si usted tiene que quedarse?

—No será necesario. Se quedará conmigo. Los del hospital han sido muy comprensivos en ese aspecto.

—Puedo tutearte, ¿verdad? Bien, en caso de que necesites que alguien se ocupe de él, no tienes más que decírmelo.

—Sí, claro. Muchas gracias por la oferta, pero creo que nos las podremos arreglar —repuso Paula mientras le lanzaba un rápido vistazo a su hijo—. ¿Verdad, muchacho? Mamá ya ha estado lo bastante alejada de ti por un tiempo.

En la pantalla, la tumba de una momia se abría de repente y Shaggy y Scooby huían despavoridos, seguidos de cerca por Velma. Nico se echó a reír, aparentemente ajeno al comentario de su madre.

—Además, usted..., tú ya has hecho bastante por nosotros —añadió Paula—. Lamento que anoche no estuviera en condiciones de darte las gracias, pero...

Ana levantó ambas manos para interrumpirla.

—¡Oh! No te preocupes por eso. Me alegro de que todo acabara como lo hizo. ¿Has visto ya a Carlos?

—¿Carlos?

—Sí. El policía de anoche.

—No. Todavía no. ¿Va a venir?

Ana  hizo un gesto afirmativo.

—Sí. Eso tengo entendido. Pedro me ha dicho esta mañana que a Carlos todavía le quedaban algunos cabos por atar.

—Pedro es tu hijo, ¿no es así?

—Sí, el único que tengo.

Paula  luchó con los recuerdos de la noche anterior.

—Fue él quien me encontró, ¿verdad?

—En efecto —le confirmó la mujer—. Estaba comprobando que la tormenta no hubiera derribado postes eléctricos cuando se topó contigo.

—Supongo que también debería darle las gracias a él.

—Yo se las transmitiré de tu parte si te parece. Aunque lo cierto es que no fue el único que intervino. Al final, reunieron a más de veinte voluntarios. Un montón de gente de la zona acudió para ayudar.

Paula meneó la cabeza, sorprendida.

—Pero... si ni siquiera me conocían.

—Las personas a veces la sorprenden a una, ¿a que sí? La verdad es que por aquí abunda la buena gente. Edenton es una ciudad pequeña, pero tiene un gran corazón.

—¿Has vivido siempre aquí?

Ana asintió, y Paula le lanzó una mirada de complicidad.

—Entonces, seguro que estás al tanto de todo lo que sucede...

Ana  se llevó una mano al pecho, como si imitara a Scarlett O'Hara, y habló lenta y pesadamente.

—Cariño, podría contarte historias que harían que se te saltaran los ojos de sorpresa.
Paula rió.

—Quizá pueda ir a visitarte algún día. Así podrías ponerme al corriente.

Ana  siguió interpretando el papel de inocente dama sureña.

—Pero eso sería cuchichear, y el cuchicheo es pecado.

—Lo sé, pero soy débil.

Ana le guiñó un ojo.

—¡Estupendo, yo también lo soy! Lo haremos: quedaremos un día y así te contaré cómo era tu madre de pequeña.

Una hora después del almuerzo, Carlos Huddle se entrevistó con Paula y acabaron con el papeleo. Aliviada y mucho más despierta que la noche anterior, ella le contó todo con detalle. El asunto, que ya estaba oficialmente cerrado, no le ocupó más de unos veinte minutos. Entre tanto, Nico se distrajo jugando con un avión que su madre había pescado en el fondo del bolso. El sargento Huddle se lo había devuelto, junto con el resto de sus cosas.

Cuando hubieron finalizado, el policía guardó sus papeles en una carpeta pero no se levantó; en cambio, cerró los ojos y ocultó un bostezo con la palma de la mano.

—Discúlpeme —dijo, intentando quitarse de encima la modorra que lo había asaltado.

—¿Cansado? —preguntó Paula, comprensiva.

—Un poco. La verdad es que fue una noche complicada.

Paula se acomodó en la cama.

—Bien, me alegro de que haya venido. Quería darle las gracias por lo que hizo. No se puede imaginar lo mucho que ha significado para mí.

El policía se limitó a asentir, como si todos los días se viera involucrado en situaciones como aquélla.

—No me lo agradezca. Es mi trabajo. Además, yo también tengo una hija pequeña y, si se hubiera tratado de ella, me habría gustado que toda la gente en un radio de ochenta kilómetros dejara lo que estuviera haciendo y acudiera para ayudarme a encontrarla. Anoche, nadie me habría podido apartar de allí.

—Así que tiene una niña...

—En efecto. Fue su cumpleaños el pasado viernes. Cumplió cinco. Es una buena edad.

—Todas las edades son buenas, según tengo entendido. ¿Cómo se llama?

—Camila.

—¿Es su única hija?

—De momento, pero dentro de unos cuantos meses dejará de serlo.

—¡Caramba, felicidades! ¿Niño o niña?

—Todavía no lo sabemos. Será una sorpresa, como lo fue con Camila.

Paula asintió, cerrando los ojos un instante. El sargento se dió un golpecito en la pierna con la carpeta y se levantó para marcharse.

—Será mejor que me vaya. Probablemente tiene que descansar.

Aunque tuvo la impresión de que se refería más a sí mismo, Paula se incorporó en la cama.

—Perdone, pero es que... antes de que se fuera me gustaría hacerle algunas preguntas sobre la búsqueda de anoche. Con tanto barullo todavía no me he enterado de lo que sucedió exactamente. Al menos, no por boca de los protagonistas.

—Claro. Pregunte lo que quiera.

—¿Cómo pudieron...? Me refiero a que era de noche, y con aquella tormenta... —Hizo una pausa mientras buscaba las palabras adecuadas.

—¿Se refiere a cómo fue posible que lo encontráramos?

Paula asintió y miró un momento a Nico, que seguía jugando con su avión en el rincón.

—Bien, me gustaría poder decirle que fue gracias a nuestra pericia y buen entrenamiento, pero no sería verdad. Tuvimos suerte, muchísima suerte, porque, con lo enmarañada que es esa marisma, su hijo podría haber pasado días perdido en ella. Durante un buen rato no tuvimos ni idea de hacia dónde podía haber ido. Fue Pedro el que imaginó que el chico habría caminado a favor del viento, dejando los relámpagos a su espalda. La verdad es que tuvo toda la razón.

Huddle le lanzó una mirada a Nico como la que le lanzaría cualquier padre al hijo que regresara a casa después de ganar la final de los campeonatos de la escuela.

—¿Sabe, señorita Chaves? —prosiguió—. Tiene usted ahí a todo un campeón. El hecho de que esté a salvo tiene más que ver con él que con nosotros. Cualquier niño, todos los que conozco, habrían estado aterrorizados; pero el suyo no lo estaba. Es realmente increíble.

Paula frunció el entrecejo ante aquel comentario.

—Espere un momento. Ha mencionado a un tal Pedro. ¿Se refiere a Pedro Alfonso?

—Sí. Él fue quien la encontró a usted. —Se rascó el mentón—. De hecho, él los encontró a los dos. Descubrió a Nicolás escondido en un puesto para cazadores de patos y lo sacó de allí. El muchacho no se separó de Pedro hasta que los trajeron aquí. Se agarraba a él como una lapa.

—Entonces ¿fue Pedro el que encontró a Nico? Pensaba que había sido usted...

El sargento recogió su sombrero de encima de la cama.

—No. No fui yo; aunque puede apostar lo que quiera a que no fue porque no lo intentara. Es sólo que Pedro parecía tener una especie de conexión con él durante toda la noche. No me pregunte cómo.

Huddle pareció perderse en sus pensamientos.

Desde la cama, Paula pudo ver las oscuras bolsas bajo los ojos. Tenía el aspecto de un hombre exhausto que sólo desea acostarse y hacerse un ovillo en la cama.

—Bueno. Muchas gracias de todas maneras. Sin usted, probablemente Nico no estaría ahora aquí.

—No tiene que agradecerme nada. Me gustan las historias que tienen un final feliz y me alegro de que ésta lo tuviera.

Tras despedirse, el sargento se marchó, y Paula se quedó mirando el techo, pero sin verlo.

«¿Pedro Alfonso? ¿Ana Alfonso?»

No podía creer que todo aquello fuera coincidencia; sin embargo, los sucesos de la noche pasada estaban marcados por el azar: la tormenta, el ciervo, el cinturón de seguridad que la sujetaba por la cintura pero no por los hombros —nunca se lo había quitado a medias y nunca volvería a hacerlo—, Nico perdido mientras ella estaba inconsciente... Todo. Incluyendo a los Alfonso.

Una le hizo compañía; el otro la encontró después del accidente. Una resultó haber sido amiga de su madre; el otro acabó dando con Nico.

¿Era una coincidencia? ¿El destino? ¿O quizás alguna otra cosa?

Más tarde, al anochecer, con la ayuda de la enfermera y del listín telefónico, Paula envió sendas notas personales de agradecimiento a Carlos y Ana, y otra dirigida al Cuerpo de bomberos y destinada a todos los que habían participado en las labores de rescate.

Por último, le escribió unas líneas a Pedro Alfonso. Mientras lo hacía, no pudo evitar preguntarse qué clase de hombre sería.

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