lunes, 14 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 50

Paula soltó una carcajada, al imaginarse a su hermano, furioso, con un arma en la mano, enfrentando al villano que había herido el honor de su hermanita.

— No te preocupes —rió ella—. Gonzalo no tiene armas y si las tuviera, no podría usarlas debido a su blando corazón.

—Gracias a Dios —dijo sonriente—. Creo que no quedaría muy bien que me apareciera en el altar lleno de agujeros.

Sin embargo, media hora después, cuando ella y Pedro debieron enfrentarse con el iracundo Gonzalo Chaves en el vestíbulo de su casa, Paula perdió la certeza de que su hermano tuviera un corazón tan blando.

—Gonzalo, discúlpame si te he hecho preocupar... —comenzó ella, anticipándose a las miles de acusaciones que estaban a punto de aflorar en los labios de Gonzalo—. Pedro y yo hemos estado en su casa. Nosotros... eh... eh... —Y allí terminaron sus explicaciones.

Aquella era la primera vez que se enfrentaba a una situación en la cual tenía que rendir cuentas a su hermano por venir de la cama con el hombre a quien amaba.
Pedro no tenía ninguna gana de tener delicadezas para con Gonzalo, pero de todas maneras, mantuvo el tacto y la diplomacia.

— Necesitábamos estar un tiempo solos.

Gonzalo trataba de aquietar su irritación y comprender las implicaciones que la frase de Pedro había producido. Paula se quedó pasmada al oír de boca de su hermano, la pregunta que jamás imaginó que formularía. Enfrentó a Pedro y se miraron el uno al otro, de hombre a hombre. La expresión de John se veía un tanto apagada; la de Pedro, imperturbable, aunque apenas confusa.

— ¿Tienes intenciones de casarte con ella? —preguntó.

—Absolutamente —respondió tranquilamente.

— Si le destrozas el corazón, yo te destrozaré el cuello —le prometió él, después de haberse tomado un segundo para asimilar la respuesta que había obtenido.

— Estarías en todo tu derecho —dijo con una tenue sonrisa.

— Absoluto derecho —dijo con fuerza y luego, después de haber observado la desmesurada expresión de su hermana, hizo una sonrisa. —Y ahora que ya hemos arreglado todo el asunto, llamemos a Lola para tomar una copa y celebrar.

— Gonzalo Chaves... eres... eres un... —farfulló indignada, por haber sido víctima del pésimo sentido del humor de su hermano.

Pedro  estaba riendo y al estrecharla entre sus brazos, todo su enojo se esfumó. Luego, le llegó el turno a Gonzalo: la liberó posesivamente del abrazo de Pedro para estrujarla él en su lugar, quitándole el poco aliento que le quedaba para continuar sus reproches.

— ¡Lola! —gritó, dirigiendo su voz escaleras arriba.

Un segundo más tarde, Lola apareció, con una mirada inocente y vestida con una bata blanca. Paula  podía apostar todo lo que tuviera en favor de que su cuñada había estado escuchando todo lo conversado, aunque Lola se esforzara por aparentar que acababa de levantarse de la cama.

— ¿Sí, Gonzalo? —preguntó cándidamente, mientras bajaba las escaleras—. Oh... hola, Paula… Pedro...

Hizo una leve reverencia con la cabeza para saludar a ambos, tratando de mantener una expresión indiferente, pero el brillo de sus ojos la delataba.

— Da por terminado el acto, Lola—ordenó secamente—. Tu oreja aún está colorada de tanto que la has apretado contra la puerta de tu habitación.

Lola se irguió, al tiempo que pronunciaba con desdén:

— No  es verdad.— Y luego se soltó en una sonora carcajada.— Tenía la puerta abierta, tontuela. No vas a decirme que pensabas que me perdería el gran enfrentamiento, ¿no?

Lola la abrazó con gran cariño y luego, los cuatro, se dirigieron a la cocina para tomar su copa y celebrar el acontecimiento. Sin embargo, los festejos llegaron mucho más lejos que a una simple copa y cuando Paula acompañó a Pedro hasta su Jeep, una hora más tarde, el día ya estaba naciendo. La muchacha se sentía como si estuviera flotando en el aire. Un poco por la felicidad que la invadía y otro tanto, por las copas que había bebido.

—Pedro. Me siento como si recién acabara de nacer —suspiró con una expresión de total felicidad, mientras contemplaba el nuevo día—. Nunca nada en mi vida logró equiparar este momento.

Él le elevó el mentón con su dedo índice y la miró con sorna.

— ¿Nada? —preguntó inocentemente.

Paula  ni siquiera se molestó en ruborizarse al escuchar la referencia de Pedro a haber hecho el amor. Era casi imposible sentir vergüenza ante él y ella no tenia ni la más mínima intención de jugar a la tonta.

—Corrijo —entonó solemnemente—: debí haber dicho que nada en mi vida logró equiparar esta noche.

—Eso está mejor —murmuró él, inclinándose hacia delante para besar los labios de la joven—. Y ten muy presente que hay muchas otras noches por venir. Mi intención es que conserves esta maravillosa imagen.

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