viernes, 4 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 18

Pedro  la soltó y por un instante, Paula sintió que se tambaleaba hasta que poco después, logró recuperar el equilibrio. Siguió la mirada de Pedro  y vio que su hermano estaba bajando del automóvil, del otro lado del árbol. La muchacha se mordía los labios, ya que no sabía cuánto había alcanzado a ver Gonzalo. Él la reprendería sin piedad si pensara que algo había habido entre ella y Pedro, por haber pasado una noche juntos. Y por primera vez en la vida, Paula no estaba con el humor como para soportar los retos de su hermano... ni tampoco que estuviesen relacionados con ese hombre... ¡ni tampoco con la noche anterior!

Hermano y hermana se confrontaron uno a cada lado del árbol: ella con una exageradamente entusiasta bienvenida, tratando de ocultar sus deseos de que Gonzalo hubiese llegado unos minutos después y él, con una mirada especulativa y con los comentarios típicos de todo hermano:

— ¿Qué diablos has hecho ahora?

Paula no estaba dispuesta a que John le dijera más cosas de las que ya le había dicho por teléfono y se lo expresó con una elocuente mirada. Con una sonrisa y meneando apenas la cabeza, Gonzalo Chaves le guiñó el ojo y luego le dio la bienvenida para enfrentar a Pedro Alfonso.
Paula se sintió totalmente inútil al ver que ninguno de los dos hombres esperó a que ella los presentara.

—¿Gonzalo Chaves? —preguntó Pedro mientras estrechaba su mano por encima del tronco.

Gonzalo asintió.

— Y usted debe de ser Pedro Alfonso—deslizó con certeza con una sonrisa entre dientes mientras estrechaba su mano.

— Siento no haber podido darle la bienvenida a este vecindario con anterioridad —dijo con su rostro tieso, pero con un brillo en los ojos, al observar la expresión embarazosa que había en la mirada de Paula—. Se me ha dicho que me falta bastante para ser un buen vecino, pero trataré de rectificarme de ello de aquí en más.

— Yo diría que ha empezado muy bien —respondió divertido—. Quedarse estancado con mi hermana en mitad de la noche ha de haber sido una gran experiencia.

— ¿Has llamado a la grúa, Gonzalo? —preguntó ella, con un dejo de petulancia en sus ojos al ver que ambos hombres parecían haber olvidado su presencia.

Aún peor: parecieron extrañados al notar que ella estaba allí.

Durante un segundo, Gonzalo  pareció turbado y luego dirigió una especulativa mirada a Pedro. Al observar nuevamente a Paula, sus ojos parecían cálidos, tiernos.

— No —admitió—. Pensé que sería mejor venir primero y comprobar la gravedad del caso. Pensé que quizás podría sacar yo mismo el automóvil de la zanja, pero veo que Pedro ha tenido la misma idea.

Paula observó a ambos.

— ¿Cómo sabes que ha sido Pedro quien sacó el auto de la zanja? —Preguntó con sarcasmo—. Pude haber sido yo.

Gonzalo  la miró con toda la superioridad de un hermano mayor.

— Fui yo quien te enseñó a conducir, ¿recuerdas? Al menos, eso fue lo que traté de hacer —murmuró él por lo bajo.

Enfurecida por tan injusta condena, Paula montó en cólera.

— Correcto, sólo has tratado, ¡Gonzalo Chaves! Tienes un carácter tan desagradable que sólo me dedicabas una hora de tu tiempo y tuve que ir a aprender a la escuela de conductores. ¡Y lo que es más, allí me he convertido en un as!

Manteniendo sus manos en alto, en señal de defensa, Gonzalo dirigió a Pedro una mirada de masculina paciencia ante tal intransigencia femenina, pero él ya estaba riendo cuando John respondió a su hermana:

— Sí, es verdad. Eso fue lo que hiciste. Pero podría haber jurado que te reprobarían sin siquiera tomarte el examen.

Pedro comenzó a reír a carcajadas junto con él y Paula se encolerizó aun más, hasta que comprobó que ambos hombres no eran más que dos arrogantes patriotas... adorables machos patriotas, cierto... pero patriotas al fin.

— De acuerdo, cuando terminen de reírse de mí, ¿les importaría desarrollar toda esa inteligencia que tienen para decirme cómo demonios se supone que haré para conducir mi automóvil hasta tu casa, Gonzalo?

El sarcasmo de Paula fue imperceptible, cuando Gonzalo la miró orgulloso de ella.

— Puedes llegar hasta allí, por otra ruta, Pau. Es mucho más larga pero debe estar lo suficientemente seca como para que podamos llegar a casa por la mañana.

Pedro los interrumpió con una tierna sonrisa y ojos alegres.

— Oh, pero tú no tienes apuro, ¿verdad, Paula? Después de todo, estás de vacaciones, según has dicho. —Alzó las cejas—. No tienes ninguna obligación que cumplir, ¿no es cierto?

— Absolutamente —respondió entre dientes, molesta por la referencia de Pedro de que antes, ella no había podido esperar para alejarse de él—. Sólo díganme cómo llegar hasta allí y lo haré por mis propios medios.

Ambos le dieron las indicaciones necesarias y luego de una superficial expresión de gratitud hacia Pedro por su hospitalidad y de asegurarle a Gonzalo que no se perdería, Paula dejó a ambos en medio de la carretera, observándola partir. Se sintió inexplicablemente triste por tener que despedirse de Pedro tan pronto... Era obvio que sus sentimientos eran una señal de que su corazón se rompería en pedazos si Pedro no cumplía con su promesa de telefonearle o... quizás, si la cumplía...

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