viernes, 4 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 20

— No lo hemos hecho —contestó con una sonrisa—. Sólo hemos decorado nuestra habitación y ésta, pero los demás ambientes necesitan aún muchas horas de trabajo. Y como puedes ver —continuó, señalando los muros el piso—, tendrás que ayudarnos a terminar este cuarto. Necesitamos empapelar las paredes y nos gustaría mucho que tú escogieras el diseño adecuado y también, una linda alfombra para el piso.

— Es realmente un placer hacerlo —dijo, levantando el tono de voz por la excitación que sentía. Estaba disfrutando de un gran regocijo por estar allí, con una tarea que la haría dejar de lado su aburridísima rutina—. Estoy realmente impaciente por comenzar. — En un momento de gran algarabía, Paula tomó a Lola por la cintura y la hizo girar durante algunos instantes.

— ¡Ya basta! ¡Ya basta! —rió apartando a Paula de sí. Luego la señaló con su dedo y le echó una torva mirada—. Espero que te dure el entusiasmo porque te anticipo que tienes trabajo para hacer durante todo el tiempo que permanezcas aquí y cuando llegue el momento de tu partida, muchas cosas quedarán sin terminar.

Paula  sonrió complacida y Lola meneó su cabeza satisfecha, mientras llevaba a su cuñada fuera de la habitación, cual si fuera una pastora acarreando su ganado.

— De todas maneras, tendrás que meterte ya mismo en la tina de baño mientras yo bajo para prepararte el tónico.

— ¡Uf! —Esa exclamación surgió espontáneamente de Paula, pero luego miró a Lola resignada y asintió con la cabeza. — De acuerdo, se ha salido con la suya, doctor Chaves. Ya me he resignado a mi cruel destino.

La joven extendió sus muñecas como si alguien fuese a esposarla. En su rostro se leía una expresión de desdicha y angustia.

— ¡Aha! —replicó. —. ¡Este sí que es mi día! Ven por aquí, te enseñaré el camino que conduce al cuarto de baño.

El cuarto de baño estaba ubicado al otro lado del vestíbulo y tenía una puerta que lo comunicaba con la habitación de Gonzalo y Lola.

— Me temo que tendrás que compartirlo con nosotros hasta que terminemos de azulejar el que está junto a tu habitación —explicó mientras daba vueltas, buscando toallas limpias y examinando todo cuidadosamente para que Paula tuviese todo lo necesario—. Los sanitarios ya han sido colocados y están funcionando, pero hay tanto lío en el muro que está detrás de la tina de baño, donde Gonzalo ha estado azulejando, que no se puede usar hasta que limpiemos todo y terminemos de trabajar en los otros muros. —Alice observó traviesamente a su cuñada y luego, como al pasar, deslizó: —Claro que yo en tu lugar, si deseara tener un baño privado, me concentraría primero que nada en esa tarea, aunque... está lejos de mi intención...

— ¡Uh! —Interrumpió con una exclamación de disgusto—. Ya veo cuál es el método: ustedes invitan a una persona a pasar unos días en la casa, pero para que el invitado se sienta realmente a gusto debe procurarse las comodidades que necesita. —Con las manos sobre sus caderas, Paula  observó a Lola divertida. — Si crees que sólo porque eres la mejor cocinera del este de las Montañas Rocosas y yo, la mejor catadora de manjares de cualquier parte, tienes derecho a pedir lo que sea, estás muy equivocada, mi querida... —Paula observó la decaída expresión de su cuñada y continuó: — Pero, de todos modos, te daré la razón. ¡Luego del desayuno, empezaré con ese maldito cuarto de baño!

Al mencionar el desayuno, Paula se dio cuenta que su hermano estaba abajo, estropeando probablemente todo lo que estuviese a su alcance en ese preciso instante. Señaló la puerta del baño y empujó suavemente a Lola hacia ella.

—Hablando de desayuno, será mejor que bajes y comiences a cumplir tu parte en este trato. Si mi hermano no ha cambiado en los últimos tiempos, estoy segura de que sea lo que sea lo que esté cocinando, no podrían comerlo ni siquiera los cerdos y, para tu información, tengo planeado aumentar por lo menos tres kilogramos de peso durante mi estadía aquí.

Imperturbable, Lola echó su cabeza hacia atrás y se detuvo en la puerta, antes de salir. Miró a Paula  de arriba a abajo, como ella había comenzado a desabotonar su camisa.
Siguiendo su estilo de brevedad habitual, tomó la última palabra.

— Puedes usarlo. Esperemos que calces en el sitio adecuado. —Con esas palabras, se retiró, riendo por la cólera de Paula.

Aquella situación se debía a que ambas muchachas habían sostenido siempre una dura batalla: Lola obviamente tenía un abundante busto y Paula, uno bastante menos prominente.

Una vez que Lola desapareció, Paula terminó de desvestirse y contempló su cuerpo desnudo en el gran espejo que estaba fijo, sobre la puerta el cuarto de baño. Por lo general, ella contrarrestaba las burlas de Lola con gran habilidad, arguyendo que las mujeres más diminutas eran las más delicadas. Sin embargo, Gonzalo nunca había contribuido mucho: siempre demostraba imparcialidad y sobre todo, mucho tacto. Admitía que Paula era el tipo de mujer ideal para llevar esos vestidos especialmente diseñados para usar sin sostén, pero también admiraba la exuberancia de su esposa, la cual consideraba una abrigada delicia para compartir en un lecho matrimonial durante las frías noches de invierno.

Sin embargo, en ese momento, Paula se hallaba frente al espejo, estudiando su delgada figura y, frunciendo el ceño, se preguntaba qué era lo que los hombres les gustaba en realidad. Luego, se le cruzó por la mente la idea de que Pedro Alfonso se había quedado muy satisfecho con lo que había visto y acariciado la noche anterior. Inmediatamente, se obligó a liberarse de ese pensamiento y se reprochó severamente por tal actitud.

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