miércoles, 2 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 12

Él pareció darse cuenta de sus necesidades en ese preciso instante.  Paula sintió que le quitaban la copa de vino de la mano para hacerla a un lado. Luego, dos fuertes brazos se ciñeron sobre ella, brindándole la intimidad que ella reclamaba en cada una de las células de su cuerpo. Paula sintió que se convertía en un débil instrumento que se adecuaba a los contornos de Pedro Alfonso, como si conociera cada uno de sus músculos, de sus huesos, de sus recovecos que encajaban en las curvas de la joven con asombrosa exactitud. Él se sentía tan bien y la hacía sentir tan bien, que Paula sintió temor de sí misma: ¿qué sucedería si sus sobrecargadas emociones dieran lugar a más?

Los besos de Pedro se hicieron más profundos. Se dirigieron a las mejillas de la muchacha, descendieron por su cuello y regresaron a sus orejas, mientras que sus manos la moldeaban contra sí, con encantadora y comprobada fuerza. Paula  estaba abrumada de tantas sensaciones, a las cuales ella se había negado durante tanto tiempo. Tampoco las había percibido con tanta intensidad anteriormente. En una ocasión había pensado que estaba enamorada de Facundo Pieres y le había entregado más de sí de lo debido, pero ni siquiera a su lado había tenido esa sensación, la de ser una sola persona... esa sensación que Pedro le inspiraba sin hacer ni el más mínimo esfuerzo.

— Pedro... —suspiró ella cuando los labios del hombre se dirigieron hacia el escote en "V" de su bata.

Pero en realidad, no había protesta alguna en su voz y él parecía no estar obligado a detenerse. En cambio, hizo descender su mano desde la espalda hasta la cintura de la muchacha para aflojar el cinturón de la bata que cubría su desnudo cuerpo. Al apartar la bata, Paula se preguntaba en su estado de total confusión, por qué no se sentía en una situación embarazosa, por qué no tenía vergüenza... Por el contrario, la inspiración de Pedro le indicaba que él también sentía placer y que la encontraba hermosa.

La joven alzó la vista para, observar a Pedro y sintió estirarse como una gata mimosa, para demostrarle el placer qué sentía, para complacerlo y permitirle que completara el acceso a lo que acababa de descubrir.

— Paula... —En su voz se notó una profunda, demandante y aún, suave calidez, que hizo que ella asintiera sonriendo a su pedido.

Fue suficiente respuesta el hacerlo gemir por lo bajo. Besó la boca de la joven con hambrienta fiereza y luego la tendió sobre el diván para besar el resto de su cuerpo, disfrutando del sabor de su piel, cual si probase un dulce néctar, o una enorme gota de miel.

Paula  gimió al percibir sus caricias sobre un seno: Pedro saboreó primero un pezón, luego el otro, hipnotizándola y abrigándola hasta hacerla arder de pasión. Se sintió acongojada cuando descendió hasta el abdomen, pero no tardó mucho tiempo en experimentar nuevos placeres: Pedro  exploraba suavemente las entrañas de ella con gran suavidad y descubría nuevas zonas con sus manos.
En ese momento, Paula sentía deseos de tocarlo con la misma intimidad que él la estaba tocando a ella. Susurró:

— Déjame tocarte —permitiendo que sus ojos imploraran ese privilegio.

Un viril placer se expresó en la sonrisa de Pedro y sus ojos se veían complacientes, mientras se incorporaba para quitarse la ropa y permitir a Paula el acceso a su cuerpo.
El movimiento de Pedro despertó de su perruno sueño a Indio, ya que debió de haber sido muy brusco. Indio se paró sobre sus cuatro patas en un salvaje y rápido salto, que desconcertó a ambos. Luego ladró tan sonora y profundamente que Paula lo sintió dentro de su pecho.
Pedro  estaba alerta pero imperturbable.

— Siéntate, Indio —ordenó con un tono amenazante, haciendo que Indio bajara la cabeza en señal de estar avergonzado por su comportamiento.

La reacción de Paula  había sido completamente diferente: se sentó de golpe y en un abrir y cerrar de ojos, en un devastador momento de lucidez, se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer.
Pedro estaba quitándose la tricota cuando ella lo detuvo.

— No lo hagas —protestó ella, con voz aterrorizada y casi estrangulada.

Él bajó la vista para observarla, levantando una ceja en señal de total confusión. Ella tragó saliva y se llevó una mano a la frente en un gesto de distracción.

— Pedro, lo siento... —Su propia confusión se evidenciaba en el tono de voz, junto con una súplica de comprensión—. No sé lo que estoy haciendo... —agregó conservando el mismo tono de voz—. Ni siquiera te conozco. —Levantó la vista con sus ojos grandes y brillantes llenos de emoción—. No ha sido mi intención tentarte —dijo avergonzada, encogiendo levemente los hombros al recordar que ambos estaba desnudos. Con prisa, se cubrió con la bata y ajustó con torpes dedos el cinturón, demostrando su nerviosa agitación—. Yo no soy así —se lamentaba, mirando a Pedro como si le implorase que le explicara cuál había sido el motivo que la había conducido a comportarse de ese modo, tan inusual en ella.

Él la observaba con una expresión tan extraña que Paula no podía descifrar lo que él estaba pensando o sintiendo en ese momento. Pero podía imaginárselo y el solo pensamiento la hacía sentir arrepentida por lo que había hecho. Pedro Alfonso bien podría pensar que ella era una tonta sin principios y Paula nada podía hacer o decir para hacerle cambiar de parecer. No encontraba explicación que pudiera aclararle a ella misma esa situación y mucho menos, la tendría para él.

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