viernes, 18 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 60

Paula subió sus manos hasta la parte superior de los muslos de Pedro, sintiendo su deliciosa fortaleza, deseando con desesperación, tener un contacto directo con su piel.

— Esto es lo que quiero —susurró ella, desde las profundidades de su alma, acariciándolo y atormentándolo. Sintiendo la gloria del creciente deseo que ella era capaz de provocar en él.

De repente, como si Pedro no hubiese podido soportar más las barreras existentes entre ambos, apartó la mano, dirigiéndola violentamente hacia la cremallera de sus pantalones, casi desgarrando el género de los mismos ante la prisa. Liberado de su ropa, desbarató a Paula de las de ella, arrancándole el vestido y las bragas con tanta fuerza que las desgarró. Aquella pasión era tan primitiva y tan completa que ella no lograba respirar del todo bien. Sólo atinaba a exigirle que se aproximara más y más a su tembloroso cuerpo. Pedro se acostó sobre ella, interrumpiéndose sólo por una fracción de segundo para mirarla a los ojos, antes de penetrar en ella, diciendo:

— ¡Tómalo entonces! —en un salvaje murmullo, haciéndola sentir muy mujer ante la gloria de su innegable virilidad.

La cópula fue rápida, casi violenta, pero no menos satisfactoria de lo que habría sido si hubieran pasado varias horas descubriéndose y atormentándose el uno al otro antes de saborear el clímax final. Cuando todo terminó, ambos estaban exhaustos por haber logrado su mutuo objetivo con total plenitud. Estaban tendidos uno al lado del otro, abrazados, con la respiración aún agitada y disfrutando de aquella posición hasta que Pedro rodó sobre uno de sus costados para alcanzar las ropas de Paula.

—Esto es mucho mejor que la ducha fría que tomé esta mañana —murmuró él suavemente—. Aunque fue un tanto difícil con la ropa...

Ella sonrió tiernamente, alcanzando la mejilla de Pedro con la palma de su mano.

— No lo sé —dijo ella pensativa—. Un par de bragas pueden no costar demasiado, teniendo en cuenta la recompensa... y especialmente, cuando tengo en mente cargártelas en tu cuenta.

Él sonrió bajando las cejas por el cinismo de Paula.

— ¿Eso es todo lo que va a costarme? —preguntó con socarrona ternura, deslizando su mano posesivamente sobre su muslo desnudo—. Mmmm... las mujeres son mucho más baratas de lo que pensaba. ¿O acaso vas a endosarme algún otro gasto?

Ella sonrió satisfecha.

—Nada que tú no puedas pagar —dijo ella—. Quizás una o dos semanas en Acapulco, una vez que tu padre se recupere.

Pero al mencionar a Horacio Alfonso, Paula recordó que estaban en casa de los padres de Pedro. La muchacha se apartó de él, frunciendo nerviosamente el ceño.

— ¿Qué sucede? —preguntó, levantándose para apoyar la cabeza sobre la mano y observarla perplejo.

—¿Qué hora es? —preguntó ella—. Tu madre está esperándonos abajo para cenar.

— Tenemos algunos minutos. —rió vagamente, extendiendo su mano libre para alcanzar los labios de Paula y explorarlos con el dedo—. Y me gustaría escuchar algo más sobre ese viaje a Acapulco. Ese aún parece ser un precio demasiado bajo cuando pienso que tú habrás de prestarme todos tus servicios, para otorgarme un beneficio extra.

Paula lo miró sorprendida y estuvo a punto de salirle con otra broma como respuesta cuando se oyó que golpeaban a la puerta y la voz de la señora Alfonsodijo:

— Vamos, Paula. La cena estará lista en poco tiempo más.

Temiendo que la señora Alfonso acompañara su llamado entrando a la habitación, Paula se quedó tiesa por el pánico que se había apoderado de ella. Empujó a Pedro y se colocó el vestido en un santiamén, con torpes dedos apresurados, al tiempo que contestaba.

— De acuerdo, señora Alfonso. Ya bajo.

Ella lo miró furiosa, mientras él reposaba tranquilamente sobre su espalda, con las manos detrás de su cabeza y sonriendo por la tonta reacción de Paula: ella estaba tratando de destruir la evidencia de lo que habían estado haciendo, cuando Pedro estaba sobre la cama, con la cremallera de sus pantalones abierta y el nudo de su corbata deshecho. ¡Era ridículo! Él revelaba abiertamente lo que Paula imperiosamente deseaba ocultar.

— De acuerdo, querida —gritó la señora Alfonso, con un tono más bajo que indicaba que se estaba alejando.

Paula se alivió y se enderezó para observar a Pedro.

—¿Y qué si a ella se le hubiera ocurrido entrar? —le gruñó, molesta por su actitud indiferente—. Tu madre es un encanto y no quiero que piense que soy... que soy... —ella se detuvo debido a la socarrona sonrisa de él.

— ¿Qué tú eres qué? —deslizó él, acariciando sus imaginarios bigotes con su lánguida mano—. ¿Una mujer decadente? ¿Débil ante las manos de un endemoniado amante como yo? ¿Falta de principios? ¿Inmoral? ¿Degradada por las asqueantes pasiones que moran en tu endiablado cuerpo?

Paula lo miró disgustada mientras se acomodaba el vestido. Defendió su honor con vivacidad.

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