miércoles, 16 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 55

Era casi de mañana, luego de una fatigosa noche de dar vueltas y vueltas en la cama. Con poquísimos momentos de sueño, Paula emergió de las profundidades de su cansancio. Así logró descansar a medias, con ese estado mental en el cual a veces se reposa y de inmediato, el cerebro comienza a funcionar con devastadora eficiencia. Esa vez, sus pensamientos no fueron para nada piadosos al encaminarse al tema del padre de Pedro, preocupándola también por el mismo Pedro... por si había logrado llegar bien a Jefferson... a tiempo... y también por el lugar que ella misma ocupaba en la vida de él.

Sólo había tratado con él durante un mes escaso, en el cual Pedro se había tornado tan importante, que ella abandonó su carrera... luego de haber luchado tanto para conseguir el cargo que tenía... y se dedicó de lleno a él, sin más ni más. Y aún en ese momento, enfrentada con su primera separación, miles de temores la acosaban, temores de los cuales no conocía su naturaleza. Pero... ¿era verdad eso de que no conocía su naturaleza?, reflexionaba, mientras se sentaba en la cama, con los codos apoyados sobre sus rodillas, sosteniéndose con ambas manos la cabeza.

Su temor más persistente era el que Pedro sólo hubiese necesitado de ella temporalmente. Que ella hubiera llegado a su vida en el preciso instante en que él había decidido escapar de su exilio auto impuesto y estaba listo para tomar la vida nuevamente en sus manos. ¿Acaso sería eso más reconfortante para la vida que una mera relación entre un hombre y una mujer? Pero una vez que Pedro volviera a estar inmerso en su viejo hábitat, ¿sentiría lo mismo hacia ella que con respecto a la mujer que ocupaba su sitio anteriormente?

Paula meneó la cabeza violentamente, deseando haber podido subir a ese Jeep con él la noche anterior, llevando consigo sólo la ropa que tenía puesta. La ropa y los artículos de toilette podrían comprarse allá. En cambio, el amor de Pedro no, y ella se sentía como si lo hubiese abandonado justo en el momento en que él más necesitaba de su compañía.

Suspiró profundamente, mientras con sus brazos formaba una cómoda almohada para apoyar el mentón. Se quedó con la mirada fija, en blanco... Su segundo temor, apenas menos intenso, martillaba su cabeza y la bombardeaba una duda: ahora que Pedro estaba de regreso en el seno familiar, sin duda, cumpliendo con las obligaciones de su padre que sin querer, lo pondrían nuevamente en escena, ¿podría revivir su pasión por la vida política? ¿Se podría resistir Pedro a ella si eso ocurriese? ¿Debía resistirse a ella cuando era un hombre tan prometedor y con tantas cosas para ofrecer? Y si Pedro no se resistía, ¿podría ella, Paula Chaves, penetrar en ese mundo con el corazón abierto a la política, tal como lo había hecho Laura, que, por otra parte, era lo que él se merecía de su esposa?

Paula  soltó un gemido de preocupación mientras se levantaba de la cama y se encaminaba hacia el cuarto de baño para tomar una ducha. Todo lo que sabía de sí era que, básicamente, era una persona a quien le gustaba mantener la privacidad de su vida. Además, la idea de casarse no involucraba en absoluto, el tener que compartir a su marido con un infinito número de extraños. Claro que ella tampoco era una pegajosa, pero, sin embargo... quería ser la primera, la más importante para él. Por eso no se sentía segura de poder ser feliz si se la relegaba al último lugar, hecho que seguramente acontecería si la carrera de Pedro fuese más importante que su familia. Y tampoco podía soportar la idea de privarlo a él de algo tan importante, por sus propias razones egoístas.

Media hora más tarde, con todo su bagaje de dudas y temores, Paula bajó las escaleras, para enfrentar a Gonzalo y a Lola en la mesa del desayuno, quienes tenían la misma expresión de desazón que ella. Ambos la contemplaban con muda compasión y Paula era consciente de que sus ojeras y su posición cansada revelaban cómo se sentía interiormente. Sólo guardaba la esperanza de que no adivinasen todas las razones que alimentaban su abatimiento.

Se esforzó por enderezar los hombros y dibujar una fingida sonrisa sobre sus labios. Intercambió los acostumbrados "buenos días" y luego rechazó la taza de café que Lola le había ofrecido.

— Tengo algo que hacer primero, Lola—dijo ella tranquilamente—. Quiero ir a casa de Pedro para asegurarme que Joe tenga el alimento y el agua suficientes. No hay nadie que lo cuide ahora que él no está allí.

—Tráelo aquí —ofreció su hermano generosamente—. A menos que creas que es conveniente dejarlo en casa de Pedro para que la vigile.

Ella sonrió cálidamente a su hermano por la gentileza que había tenido y por sus dulces intenciones.

— Gracias, Gonzalo—respondió—. Quizás deba traerlo. Si cierro bien las puertas con cerrojo, no creo que haya necesidad de un perro guardián que la vigile. Me imagino que Indio se debe de sentir muy solo sin nadie que lo mime. —Luego, deliberadamente, miró a Lola como pidiéndole también su autorización.— ¿Te importaría, Lola? —preguntó un tanto ansiosa.

— Por supuesto que no —respondió su cuñada con énfasis—. Adoro los perros, y Gonzalo y yo hemos estado planeando conseguir uno para nuestro pequeño.

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