sábado, 12 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 39

La muchacha debió bajar la cabeza, para no ver la sonrisa confidente de él.

— Paula—prometió delicadamente, mientras apartaba la toalla y se encaminaba hacia la puerta—. En muy poco tiempo habrás de pertenecerme, te lo prometo. —Después, volvió a sonreír, casi desfachatadamente, cuando ella alzó la cabeza para mirarlo.— Pero por ahora, será mejor que termines de bañarte y te vistas. Todo el mundo está esperándote... —Su sonrisa se tornó aun más amplia y su mirada la envolvía de tal manera, que Paula sentía terror e irritación al mismo tiempo.—... incluso yo —agregó suavemente mientras abría la puerta y salía del cuarto de baño.

El cuerpo de la joven pareció ganar fuerzas luego de haber adoptado una actitud de rebeldía. Por ello, sin perder demasiado tiempo, terminó de bañarse. Mientras se secaba, sus pensamientos estaban concentrados en buscar la forma de demostrarle a ese Pedro Alfonso que él no haría lo que deseara con ella por el simple hecho de que lograba hacerla arder como el fuego cada vez que la tocaba.

Mientras se vestía con unos nuevos ajustados jeans y una tricota de terciopelo en color púrpura pálido, Paula decidió que la mejor manera de tratar a un hombre con aquella irritable seguridad en sí mismo, era demostrarle una amistosa indiferencia... No podía intentar escapar de él, ya que no estaba preparada. Por otro lado, si la indiferencia era total, sería negativo para ella, puesto que Pedro redoblaría sus ataques físicos hacia ella para conseguir lo que se proponía. En cambio, si se mostraba amistosa y gentil, pero sin dejar que se le acercara demasiado, él se daría cuenta de que ella no era una mujer fácil sólo porque respondiera a su atractivo sexual con tanta firmeza.

Una angustiante mirada se dibujó en su rostro al descubrir que sí era una mujer fácil, siempre y cuando Pedro Alfonso estuviera involucrado. Lo había sido desde un principio y esa situación se había ido incrementando cuando comenzaron a conocerse mejor. Estaba a muy poco de enamorarse perdidamente de él, aunque su mente le decía que era una perfecta tonta y le advertía acerca de las desventajas que acarreaba enamorarse de un hombre a quien siempre lo persiguen todas las mujeres, quien siempre piensa primero en sus obligaciones para los conciudadanos y no... en su esposa. ¿Y por qué demonios la querría justamente a ella como esposa? Paula no era para eso. Le había dicho muy claramente lo que pensaba acerca de la vida de los políticos. ¿Acaso era posible que en ese preciso momento Pedro estuviera reponiéndose de la muerte de su esposa y haya sido Paula la primera mujer atractiva que se le cruzó por el camino? Y de ser esa hipótesis cierta, ¿no sería mucho más sensato dejarlo volver al mundo para que encuentre su destino, en lugar de tomar ventaja de esa situación?

Mientras Paula continuaba observando su imagen en el espejo, los celos luchaban crudamente contra su sentido común. Tampoco contaba con el tiempo suficiente como para esclarecer todos los dilemas que Pedro le había ocasionado. Él no tardaría demasiado tiempo en poseer su cuerpo y tal como se lo había vaticinado, una vez que lo hiciera, también se habría ganado su corazón. ¡Seguro que sí! Paula lo sabía mucho mejor que él. Pero, descartando el aspecto sexual, ¿estaban realmente "hechos el uno para el otro"? Lo dudaba mucho y estaba aterrada porque presentía lo mucho que sufriría en el caso de que se enamorase de Pedro.

Paula meneó la cabeza, como tratando de liberarse de aquellos turbadores pensamientos. Aplicó una delgada capa de maquillaje sobre su rostro y luego se inspeccionó cuidadosamente en el espejo. Sus ojos se tornaron vivaces. ¿A quién estaba tratando de impresionar? ¿A ella misma? ¿A Pedro? ¿O se trataba de que estaba comenzando a interesarse por su apariencia física en vista a que sería la esposa de un renombrado político?

Con un abrupto movimiento que indicó su resistencia a tal evento, Paula volvió la espalda a su propia imagen y abandonó la habitación, con paso decidido, revelando su falta de entusiasmo por el programa de esa noche. Al acercarse a la gran sala, su depresión se hizo mucho más profunda: una de las mujeres invitadas de Lola, dijo, en voz muy alta:

—Jamás olvidaré lo encantadora que se veía su esposa aquella vez que la ví, en una cena de caridad en Saint Louis, señor Alfonso. Seguramente, usted debe de extrañarla muchísimo.

Paula logró controlar el duro golpe que había recibido por la invocación de la mujer y continuó su paso sereno hacia la sala, justo a tiempo para escuchar la respuesta de él.

— Llámeme Pedro—respondió él con gran amabilidad—. ¿Puedo llamarla Helena?

Ese "Helena" ya era demasiado para empezar con un hombre tan fascinante como Pedro Alfonso pensó Paula mientras observaba a la mujer, quien resultó ser una rubia muy atractiva, visiblemente complacida ante el trato que él le estaba brindando. Pero después, Pedro  continuó hablando y la joven creyó caer en un pozo de amargura.

—Sí, extraño a Laura —dijo él y en su voz se notaba un sentimiento de calidez y apesadumbrada tristeza—. Ella era mi mejor amiga y partidaria, así como una esposa adorable. —Y luego, con una lánguida sonrisa que dirigió a Helena, quien comenzaba a sentir compasión por él, agregó:— Siempre la extrañaré.

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