miércoles, 30 de diciembre de 2015

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 31

—¡Eh, hola! —la saludó Ana alegremente—. No estaba segura de que fueran a venir.

Era sábado por la tarde, pasadas las tres, y  Paula  y su hijo se abrían camino entre los espectadores que llenaban las gradas.

No les había sido difícil dar con el partido ya que éste tenía lugar en la única zona con graderías y vallada. Paula había localizado fácilmente a Ana, sentada en uno de los bancos, mientras aparcaban las bicicletas, y la mujer los había saludado con la mano.

Paula agarró a Nico mientras trepaban hacia los asientos de la parte alta.

—¡Hola!... Sí, lo hemos conseguido. No sabía que Edenton tuviera tantos habitantes. Nos ha costado movernos entre tanta gente.

El centro había sido convertido en zona peatonal y rebosaba de transeúntes. La calle principal estaba decorada con banderas a lo largo de las aceras, donde se alineaban los tenderetes de los vendedores de productos de artesanía, y la multitud caminaba entre ellos parándose para examinar las mercancías y entrando y saliendo de las tiendas con sus compras. Cerca del Cook's Drugstore, había montada una zona para niños donde éstos podían construir sus propios juguetes y hacer manualidades con los productos que los habitantes de Edenton habían donado (pegamento, pinas, cartón, espuma de poliuretano y globos). En la plaza, la feria estaba en su apogeo y se veían largas colas ante las atracciones.

Nico y su madre habían caminado un rato empujando las bicicletas y disfrutando del bullicio del festival. En el otro extremo de la ciudad, el parque estaba atestado de puestos de comida y juegos.

Se celebraba un concurso de barbacoas en una zona cercana a la carretera, a la sombra de los árboles, y en una esquina los Shriners servían en una freiduría de pescado. Por todas partes, la gente preparaba sus propias meriendas a base de hamburguesas y perritos calientes en pequeñas parrillas para familiares y amigos.

Cuando alcanzaron las gradas superiores, Ana se desplazó para hacerles sitio, y Nico se metió entre su madre y ella, apoyándose casi coquetamente en la mujer, riéndose como si la situación tuviera gracia. Acto seguido, tras recobrar la compostura, sacó del bolsillo un avión de juguete que su madre había insistido en que se llevara. Paula no albergaba la menor esperanza de poder explicarle a su hijo el funcionamiento del juego que iban a ver, así que había preferido que Nico  tuviera algo con lo que entretenerse.

—Viene mucha gente de fuera a ver el festival de Edenton —le explicó Ana—. Llegan de todos los rincones del condado. Para muchos es una de las pocas ocasiones de encontrarse con los viejos amigos a los que hace tiempo que no han visto. Es una buena manera de ponerse al día.

—Sí. Eso parece.

Ana le dió un leve codazo a Nico.

—Hola, Nico. ¿Cómo vamos?

Con una expresión muy seria, hundiendo el mentón en el pecho, el chico le mostró orgulloso su juguete.

—«Ayón» —dijo, levantándolo para que lo viera.
A pesar de que Paula sabía que así era como Nico se comunicaba de manera inteligible para él, le dió una palmadita en el hombro y le dijo:

—Nico, dí: «Estoy bien, gracias.»

—«Toy ien, asias» —dijo, moviendo la cabeza adelante y atrás al ritmo de las sílabas. A continuación, se concentró en su juguete.

Su madre lo rodeó con el brazo e hizo un gesto en dirección al terreno de juego.

—¿A favor de quién hemos de ir?

—De cualquiera de los dos, en realidad. Pedro está en la tercera base con los de rojo, que son el equipo de Los Voluntarios de Chowan, los que pertenecen al Cuerpo de bomberos. Los de azul son Los Ejecutores de Chowan, y lo componen las fuerzas de la policía local y el sheriff. Todos los años juegan en beneficio de la ciudad: el equipo perdedor debe donar quinientos dólares a la biblioteca.

—¡Vaya! ¿Y de quién pudo ser semejante idea? —preguntó Paula con socarronería.

—Pues mía, naturalmente.

—Así la biblioteca gana siempre.

—Así es como debe ser —dijo Ana—. La verdad es que todos se lo toman muy en serio. Hay un montón de egos ahí abajo. Ya sabes cómo son los hombres con eso.

—¿Cómo va el marcador?

—Cuatro a dos a favor de los bomberos.

Paula vió  a Pedro en el campo de juego, agachado en la típica postura, golpeándose el guante con la otra mano y preparado. El lanzador tiró una bola increíblemente alta, y el bateador la envió de un golpe certero hacia el centro del campo. El corredor de la tercera base alcanzó la meta y redujo un punto el marcador.

—¿No ha sido Carlos Huddle el que ha bateado?

—En efecto. La verdad es que Carlos es uno de los mejores jugadores. Él y Pedro solían hacer equipo en el instituto.

Durante la hora siguiente, Paula y Ana se dedicaron a ver el partido, a hablar de Edenton y a animar a ambos equipos. El partido se jugaba a siete entradas y estaba resultando más emocionante de lo que Paula había pensado. Se marcaban muchos puntos y no se perdían tantos como había creído. Pedro hizo unas cuantas jugadas para sacar a los corredores, pero la mayor parte del tiempo el juego estaba dominado por los pegadores, y el liderazgo cambiaba de lado con cada entrada. Casi todos los jugadores consiguieron acertar con el bate y mandar la bola al otro lado del campo, lo que obligó a los corredores exteriores a esforzarse. Paula se dió cuenta de que éstos eran bastante más jóvenes y que sudaban bastante más que los del perímetro interior.

Sin embargo, Nico no tardó en aburrirse con el partido tras la primera entrada y se puso a jugar encima y debajo de las gradas, trepando y saltando, corriendo de un lado para otro. A Paula la puso nerviosa la posibilidad de perderlo de vista habiendo tanta gente alrededor y no dejaba de levantarse para localizarlo.

Cada vez que ella se incorporaba, Pedro se sorprendía mirando en su dirección. La había visto cuando ella había llegado con Nico de la mano, caminando despacio mientras examinaba las graderías, indiferente al hecho de que los hombres giraban la cabeza para admirarla: la camisa blanca metida dentro de los pantalones cortos, las largas piernas, las sandalias negras y el oscuro pelo suelto flotando sobre los hombros...

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