miércoles, 30 de diciembre de 2015

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 32

Por alguna razón que no supo explicarse, sintió una punzada de envidia por el hecho de que era su madre y no él quien estaba sentado al lado de ella.

Su presencia lo distraía, y no sólo porque le hacía pensar en lo que Melisa le había dicho.

Paula estaba sentada en las gradas que había entre la primera base y la de meta, y él, desde su posición en la tercera base, no podía evitar tenerla en su campo de visión. Tampoco podía evitar lanzarle frecuentes miradas, como si quisiera asegurarse de que no se había marchado. Cada vez que lo hacía se reprendía a sí mismo, pero no hubo manera de que lo dejara. En una ocasión, se entretuvo más de la cuenta observándola. Ella se percató y lo saludó con la mano. Pedro  devolvió el gesto con una sonrisa de compromiso y se dio la vuelta mientras se preguntaba cómo era posible que aquello lo hiciera sentirse de nuevo como un maldito quinceañero.

—Con que es ella, ¿eh? —preguntó Matías  mientras ambos estaban sentados, entre juego y juego.

—¿Quién?

—Paula, la que está con tu madre.

—No sé. No me he dado cuenta —repuso Pedro mientras hacía girar el bate, esforzándose por aparentar indiferencia.

—Pues tenías razón.

—¿Razón? ¿En qué?

—Es guapa.

—Yo no he dicho nada. Lo dijo Melisa.

—¡Oh!... Es verdad.

Pedro se concentró en el partido, y Matías hizo lo propio.

—Entonces, ¿por qué la mirabas? —preguntó al cabo de un rato.

—No la estaba mirando.

—¡Oh! Ya entiendo —exclamó Matías de nuevo, sin apenas molestarse en disimular una sonrisa.

En la séptima entrada, cuando a Pedro le llegó el tumo de batear, los Voluntarios de Chowan iban por detrás con un marcador de catorce a doce.

Nico había dejado momentáneamente sus correrías y estaba paseando cerca de la valla cuando vió a Pedro haciendo sus ejercicios de bateador.

—«¡Oha, Pepe!» —dijo alegremente, igual que cuando se habían encontrado en Merchants.

Al oír aquella voz, Pedro dió media vuelta y se acercó a la verja.

—¡Eh, Nico! Me alegro de verte. ¿Cómo estás?

—«E hornero» —dijo Nico señalándolo con el dedo.

—Claro que lo soy. ¿Te divierte ver el partido?

En lugar de contestar, Nico alzó su avión de juguete para que Pedro pudiera verlo bien.

—¿Qué tienes ahí, campeón?

—«Ayón.»

—¡Caramba, es cierto! ¡Qué avión tan bonito!

—«Edes agadaddlo» —dijo, pasándoselo a través de la verja.

Pedro vaciló; luego, lo tomó y lo estudió atentamente mientras Nico lo miraba con aire orgulloso. De repente, oyó que lo llamaban al terreno de juego.

—Gracias por enseñarme tu avión. ¿Quieres que te lo devuelva?

—«Edes agadaddlo» —repitió.

Pedro dudó antes de decidirse.


—Está bien —dijo—. Será mi amuleto de la suerte. Te lo devolveré. —Se aseguró de que Nico veía cómo se lo guardaba en el bolsillo. El niño juntó las manos—. ¿Está bien así? —preguntó Pedro.

Nico no contestó, pero no pareció que le molestara.

Pedro aguardó un par de segundos para estar seguro y se marchó a ocupar su lugar en la meta.

Paula le hizo un gesto afirmativo. Tanto ella como Ana habían sido testigos de la escena y de lo que ésta implicaba.

—Tengo la impresión de que a mi hijo le gusta Pedro.

—Y yo tengo la impresión de que es mutuo —repuso Ana.

En el segundo lanzamiento, Pedro mandó la pelota de un poderoso golpe al campo de la derecha y se lanzó a la carrera hacia la primera base mientras otros dos jugadores también corrían. La pelota cayó y botó tres veces antes de que los contrarios pudieran recogerla. El jugador que la atrapó perdió el equilibrio al arrojarla, y Pedro se lanzó hacia la segunda base mientras se preguntaba si podría alcanzar la base de meta. Al final, su buen juicio se impuso y llegó a salvo a la tercera. Los Voluntarios habían conseguido dos puntos y empatar el encuentro. Pedro anotó otro punto cuando bateó el siguiente jugador. Camino del banco de los suplentes, le devolvió el avión a Nico con su mejor sonrisa.

—Ya te dije que me daría suerte, campeón. Es un buen avión.

—«í, ayón beno.»

Habría sido una estupenda manera de acabar el partido, pero desgraciadamente no fue así. Al final de la séptima entrada, los Ejecutores se anotaron la victoria porque Carlos Huddle envió la pelota fuera del terreno de un golpe certero.

Al terminar el partido, Paula y Ana abandonaron las gradas junto al resto de los espectadores que se encaminaban hacia el parque, donde esperaban la cerveza y la comida. Ana señaló el lugar donde se iban a sentar.

—Se me está haciendo tarde —se disculpó—. Se supone que tengo que ir a ayudar. ¿Qué te parece si me reúno contigo allí?

—Perfecto. Nos encontraremos en unos minutos. Primero debo ir a buscar a Nico.

Cuando Paula se acercó, el niño estaba todavía al lado de la valla, cerca de donde Pedro recogía sus cosas. No se dió la vuelta cuando lo llamó, y ella tuvo que darle un golpecito en el hombro para captar su atención.

—Nico, ven conmigo. Nos vamos.

—No —repuso, negando con la cabeza.

—El partido ha terminado.

Nico  la miró con expresión preocupada.

—«No, no sa cabado.»

—¿Te gustaría que fuéramos a jugar?

—«No, no ta» —repitió, ceñudo, y en voz más grave.

Paula  sabía exactamente lo que aquello significaba: era una de las maneras que Nico tenía de expresar su frustración ante las dificultades para hacerse entender. También era el primer paso previo a una colosal pataleta, y Nico tenía buenos pulmones. Vaya si los tenía.

Lo natural es que todos los niños tengan alguna rabieta de vez en cuando, y Paula no esperaba que su hijo fuera perfecto; pero Nico las pillaba porque le costaba expresarse con la suficiente claridad.

Se enfadaba con su madre porque ella no lo comprendía. Paula se enfadaba con él porque no sabía expresarse, y todo degeneraba en un círculo vicioso, cuesta abajo y sin frenos. No obstante, lo peor eran los sentimientos que semejantes situaciones despertaban en ella.

2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyy, qué buenos los 5 caps Naty. Me encanta cómo Nico habla con Pedro.

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  2. Hermosos capítulos!!! que linda lo conexión de Pedro y Nico!

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