sábado, 12 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 40

Durante unos minutos, todos los presentes guardaron silencio por respeto a la sincera expresión de dolor de Pedro. Pero después, Lola notó la presencia de Paula y se apresuró hacia ella, revelando con sus castaños ojos, la compasión de quien sabe lo mucho que estaría sufriendo la muchacha en ese instante, luego de haber oído las palabras de Pedro. Lola tomó la mano de su cuñada y la apretó afectivamente, acompañando ese gesto con una mirada que parecía decir:

"No te preocupes. Tú eres la única que puede ayudarlo a olvidar sus penas".

Lola condujo a su cuñada hacia la sala y la muchacha trató de ocultar sus sentimientos detrás de una agradable sonrisa. No obstante, sus ojos revelaban un profundo pesar al observar el ceño fruncido de Pedro y luego, la cariñosa y cálida mirada de su hermano Gonzalo.

— Ella es la hermana de Gonzalo: Paula —la presentó con vivacidad—. Ha venido a ayudarnos a poner un poco de orden en esta casa y nosotros nos sentimos muy felices de que así lo haya hecho. Ya ha demostrado sus habilidades en el patio, donde comeremos nuestras salchichas asadas.

Paula mantuvo su agradable sonrisa mientras le presentaron a Helena y a su esposo Samuel y luego a Javier y Sabrina Jenks, quienes eran los únicos vecinos de la zona, aunque no habían nacido allí. Ellos, al igual que Gonzalo y Lola, habían llegado recientemente al pueblo, en busca de tranquilidad, fuera de la ruidosa ciudad. Sin embargo, su estadía allí sólo sería temporaria, ya que, ambos hombres tenían importantes cargos en la ciudad de Kansas. Cuando las formalidades de las presentaciones llegaron a su fin, Pedro se aproximó a ella, apoyando levemente su mano sobre la cintura de la joven. Paula se sintió confundida por su falta de tacto: hacía muy pocos instantes, Pedro había asegurado a todo el mundo que extrañaba muchísimo a su esposa. Pero él parecía estar mucho más interesado en Paula puesto que la observaba con mucha calidez y le preguntaba qué deseaba para beber.

— ¿Quieres algo liviano? —preguntó él bromeándola—. ¿O prefieres otra cosa más... audaz?

La actitud de él la hizo ruborizar. No se atrevía a mirarlo a los ojos aunque no evidenciaba haber perdido la calma.

—Prefiero algo suave, por favor —respondió sonriente—. Me temo que mi estómago no podría soportar ni siquiera el vino casero de Lola y mucho menos, las mescolanzas de Gonzalo. Estoy sorprendida de que aún no haya sido arrestado por los hombres y como empleada del gobierno federal, todo lo que puedo hacer por él es evitar que lo atrapen.

Todos rieron por la broma de Paula, pero su atención estaba totalmente distraída debido a la extraña actitud que había tenido Pedro. Antes de dirigirse al bar a preparar un trago para ella, la estrechó ligeramente hacia él, para darle un breve abrazo. Paula se percató de las miradas que ambas parejas invitadas habían posado sobre ellos y también, de los ojos satisfechos de Gonzalo y Lola. Sin embargo, para ella aquella actitud estaba totalmente fuera de lugar. Se sorprendió preguntándose por qué Pedro había sido tan poco cuidadoso, por qué le inspiraba esa reacción física tan familiar cada vez que la tocaba.

Una vez que Paula  tenía su copa en la mano, Gonzalo  propuso que todos salieran al patio y bajo su influencia y la de Lola, la reunión pronto adquirió un tono festivo. Afortunadamente, eso sirvió para que Paula lograse equilibrarse, especialmente, porque Pedro, después de habérsela pasado todo el tiempo observándola a ella exclusivamente, distrajo su atención con Javier, con quien comenzó a discutir el tema de la recesión, relacionado con los efectos que causaba en su empresa de agentes de bolsa y corredores.

Lola estaba muy ocupada preparando su mesa de picnic y Paula trataba de prestar su colaboración, haciendo el papel de co anfitriona y conversando con las otras dos damas. Mientras tanto, Gonzalo y Samuel estaban encargados de atender el fuego. Paula ya estaba a punto de lograr su habitual tranquilidad y buen humor, cuando Lola la apartó de la reunión por algunos instantes, aprovechando la oportunidad para alentarla.

—¿Está todo en orden? —susurró ella—. Te ves mucho mejor ahora que cuando bajaste para reunirte con nosotros.

— Estoy bien, Lola—dijo casi impaciente, porque no quería discutir con ella el tema de cómo se había sentido al escuchar las palabras de Pedro referidas a su esposa.

—Como el demonio —agregó secamente—. Estás preocupada porque sabes que Pedro sigue pensando en Laura, ¿no es cierto?

—Lola... —El tono de voz de la joven estaba adquiriendo una nota de advertencia, mientras que sus ojos le imploraban comprensión.

— No te preocupes, Pau. —hizo un gesto de impaciencia—. Sé que no es el momento ni el lugar para discutir este tema en detalle, pero sólo deseo formularte una pregunta: Si yo me muriese, ¿qué preferirías: que Gonzalo se la pasase llorando por mi muerte durante el resto de sus días o que encontrase otra mujer, que lo hiciera feliz y que le hiciera disfrutar otra vez de la vida?

Sorprendida por la pregunta de Lola, Paula se limitó a mirarla un instante.

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