lunes, 7 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 31

No encontraba las palabras indicadas como para poner a Pedro en su sitio él aprovechó esa oportunidad para interrumpirla, mirándola traviesamente.

— Razón por la cual he decidido ayudarla. Esta es una maravillosa bien amada residencia y me corresponde a mí, en mi carácter de ciudadano, con hondo sentido del bienestar público, velar para que nuestra Paula no logre dañar el potencial de vuestra morada.

Se dirigió entonces a Lola, burlándose con fingida formalidad, pero con una expresión en sus ojos que le demostraba a Lola todo lo que ella necesitaba saber para conocer lo que había detrás de esa generosidad.

— Estimada Lola, por este mismo acto me comprometo a ofrecer mis servicios para terminar con la tarea de azulejar el cuarto de baño. ¿Tiene usted alguna objeción para ello?

Ella asintió, sonriendo dulcemente.

— Estás autorizado, claro que... también te permitimos que emplees a un asistente... si es que lo necesitas...

Arqueó las cejas en señal de inquisición.

— Claro que sí —acordó, intercambiando una mirada con Lola, como si ambos acabaran de firmar un contrato bilateral con el objeto de cumplimentar un único objetivo en común, aunque ellos dos parecían ser los únicos que sabían en qué consistía dicho objetivo.

Sin embargo, Paula tenía sus sospechas, sobre todo, en base de lo que había conversado con su cuñada la noche anterior. La joven estaba decidida a no servirles de títere en su estúpido juego.

—Bien —dijo ella como restándole importancia al asunto—. ¿Entonces nuestro genio del arte puede colaborar contigo? Después de todo, se trata de su cuarto de baño, ¿no?

Lola y Gonzalo elevaron sus protestas al mismo tiempo, aunque por razones completamente distintas.

—No puedo perder el tiempo en esas cosas —gruñó.

— Tiene una exhibición para dentro de dos semanas y aún no está listo para ella —agregó.

— ¡Y tú eres tan buena asistente! —se burló Pedro sonriendo entre dientes de un modo demasiado antinatural—. ¿Están todos de acuerdo en que Paula sea mi asistente? —Él mantuvo en alto su mano, como si estuviera aceptando de antemano la votación, a la cual se unieron Gonzalo y Lola—. Los votos cantan —anunció Pedro, mitigando las protestas de Paula: la tomó del brazo y la hizo sentar en una silla que estaba a su lado—. ¿Quieres una rosquilla? —preguntó—. Necesitas tener muchas fuerzas para poder llevar a cabo el trabajo que vas a realizar.

Era imposible mantenerse irritada, frente a la alegría que se notaba en los rostros de Pedro, Lola y Gonzalo y antes que pasara mucho tiempo, Paula comenzó a reír junto a ellos, aceptando resignadamente su destino. De todas maneras, la joven tenía la sospecha que no le alcanzaría una vida entera para lamentar cada minuto de los que pasaría junto a Pedro Alfonso. ¡Era tan peligroso...! y ella lo sabía, pero ante sus encantos estaba tan indefensa, cual si fuese un pececito famélico frente a una deliciosa carnada que, aunque sepa que detrás de ella habrá de encontrar el maléfico anzuelo, no puede evitar tragársela.

Momentos después, Gonzalo estaba contemplando a través de la ventana, el maravilloso paisaje que daba a la parte posterior de su casa. Cuando al pasar, comentó:

—Amo el mes de octubre. El clima, cuando es favorable se torna, realmente embriagador. Me hace recordar mi infancia, las Noches de Brujas... los paseos en los carros de heno... las salchichas...

—Pero este es el mes de noviembre, Gonzalo, ¿recuerdas? —Le corrigió su esposa. Luego, pareció como si el demonio se hubiera apoderado de sus ojos, aunque su mirada se mantuvo benevolente—. Pero no veo la razón por la cual no podamos comer salchichas ahora —exclamó, al tiempo que con su mirada, interrogaba a los presentes.

Gonzalo y Pedro aceptaron la oferta con gran entusiasmo. Paula dudó un poco, completamente segura de lo que Lola intentaba decir.

— Allí afuera hay demasiada vegetación muy crecida —dijo manteniendo calma su voz—. Podríamos perdemos y nunca nadie nos encontraría.

Aquella objeción hizo que Lola sonriera sospechosa y dulcemente.

— Tienes razón, Pau —dijo ella con gran tranquilidad—. Ante todo, deberíamos realizar un gran trabajo allí afuera.

Gonzalo  gruñó y luego observó a Pedro y Paula.

— ¡Bueno! Acaban de caer en sus redes! Lola  puede parecer una santa madonna, pero créanme que piensa como Maquiavelo. Mi bocota sólo le ha dado pie para que nos convierta a todos en esclavos.

Y bien Gonzalo —protestó suavemente—. De todos modos, sabes que esa tarea ya estaba incluida dentro de la lista de trabajos a realizar. Esto nos dará un poco más de motivación para cumplir con el trabajo.

— ¿Ven lo que les digo? —preguntó a Pedro y Paula lánguidamente—. ¡Un genio para disfrazar las cosas y hacer caer en su trampa hasta al más perspicaz!.

— Yo creo que es una gran idea —expresó Pedro y sus palabras hicieron que Paula sospechara aún más que él y Lola, de alguna manera, habían formado una alianza secreta que iba a terminar con la paz y tranquilidad de su vida. Pedro siguió dando detalles—. ¿Cuándo comenzaremos?

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