lunes, 7 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 28

La mañana siguiente, Paula estaba apoyada sobre sus manos y rodillas, para poder observar mejor la hilera de azulejos que acababa de colocar. La joven estaba un tanto corta de vista, pero no lo suficiente como para necesitar anteojos. Aún más: el lugar donde ella estaba trabajando tenía una muy mala iluminación y Paula deseaba poder tener una lamparilla para constatar si la leve inclinación hacia la derecha que tenía su hilera de azulejos había sido producto de su imaginación o la más pura realidad.

Farfullando por lo bajo, se incorporó sobre sus pies y se pasó su mano completamente sucia por la frente, para secar el sudor que la bañaba luego de tantas horas de esfuerzo. Molesta al notar la suciedad que había dejado su mano sobre la frente. Se puso de pie y observó su trabajo artesanal.

— Bien, no es tan importante —murmuró exasperada—. Si no está muy derecho, tampoco es ninguna tragedia. No voy a sacarlos y a colocarlos de nuevo por nada en el mundo.

La grave y sexy voz de Pedro Alfonso le contestó desde la puerta:

—Si te pones a hacer un trabajo, tienes que hacerlo bien y si no, no hagas nada.

Paula se volvió con un brusco movimiento para enfrentarlo y durante ese breve trámite, estuvo a punto de perder el equilibrio. Permaneció boquiabierta, sin poder creer que él estaba allí, apoyando un hombro sobre el marco de la puerta y con tanta familiaridad como si se hallase en su propia casa. Pedro le sonreía de un modo que a la joven le pareció un tanto altanero, mientras sus ojos recorrían su cuerpo lentamente, haciéndola sentir bastante mal al pensar que quizás Pedro estuviera recordando lo bajo que había caído su reputación ante él.

Paula llevaba sus jeans, muy viejos, decorados con enormes manchas de pintura y varios parches desteñidos, en armonía con las hilachas que se veían en las costuras del mismo. La suciedad que ella había acumulado durante ese día, estaba oculta tras manchas más viejas, aunque ella consideraba eso como una pequeña bendición. Su camisa estaba en las mismas condiciones lamentables y la muchacha no tenía dudas de que si ella decidía organizar una comisión de caridad, nadie se atrevería a aceptar tan miserable donación.

Tampoco tenía maquillaje sobre el rostro, a menos que se considerara como tal, a las gotas de pintura que realzaban sus rasgos nada pulcros, con una combinación de polvo y suciedad. Por otro lado, su cabellera era un enredo de rizos, sobre todo, en los lugares donde la joven se había pasado los dedos en los varios ataques de cólera que había tenido que soportar cuando los azulejos se decidieron a no cooperar con ella para colocarse en el sitio que ella deseaba. Era obvio que sus cabellos pedían a gritos una buena lavada.

Paula se puso de pie, con las mejillas rosadísimas por la ira que sintió al ver que Pedro contemplaba esa desastrosa imagen con divertida condescendencia, o al menos, así lo creía ella. Sin detenerse para pensar lo que estaba por hacer, ella se decidió a atacar.

— ¿Qué estás haciendo aquí? —demandó—. ¿Y durante cuánto tiempo has estado parado allí criticándome?

Sus cejas oscuras se arquearon en señal de mansa sorpresa, mientras sus labios sensuales, ocultos tras la barba, dibujaron una sonrisa.

—He traído algunas nueces pecanas de mi huerta para Gonzalo y Lola, hace... —en ese preciso instante, bajó la vista para observar su reloj pulsera, con sus endiablados ojos brillando traviesamente—... hace unos treinta minutos. Pero tranquilízate: sólo te he estado observando masacrando esos azulejos durante diez minutos nada más. Además, creo haber demostrado una admirable paciencia al no pronunciar ni media palabra de crítica hacia tí.

Paula  movió su mandíbula y sus ojos tenían el brillo de batalla. Al ver el desafío al cual Pedro estaba retándola, olvidó completamente su lamentable apariencia.

—¿Te crees capaz de hacerlo mejor? —le preguntó con una dulce falta de sinceridad.

Pedro se enderezó y encogió sus impresionantes hombros, en un gesto de modestia, desmentido por su sarcástica sonrisa.

—Bueno, yo sí he tenido algo de experiencia en este asunto —admitió él con una voz modesta que era tan auténtica como su gesto.

— ¡Apuesto a que sí! —replicó, aunque ambos sabían que la joven no se había referido a azulejar baños.

Un minuto después, se sintió tanto arrepentida al recordar lo que su hermano Gonzalo le había contado sobre Pedro. Sin embargo, no pudo hallar las palabras como para disculparse.

De todas maneras, Pedro no parecía estar esperando una disculpa. Su expresión no revelaba otra cosa más que una frialdad momentánea, seguida de una gran diversión. Luego, una íntima y cálida mirada apareció en sus ojos... una mirada que hizo que ella reviviera los momentos de amor que habían compartido en el sofá.

—Paula, Paula —reprobó meneando la cabeza—. ¿No sabes hacer otra cosa que arrojar barro a un político? Nosotros tenemos gran habilidad para quitárnoslo de encima y devolverlo a la persona que lo arrojó de la misma manera.

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