miércoles, 30 de diciembre de 2015

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 30

—¿Dónde estaba el padre durante todo ese calvario?

Paula hizo un gesto de resignación, y una expresión de culpabilidad le ensombreció el rostro.

—Su padre no estaba. Digamos que no había contado con quedarme embarazada. Nico fue un desliz. Ya sabes a lo que me refiero.

Hizo una pausa y, durante unos instantes, las dos mujeres contemplaron al niño en silencio.

Ana no había parecido sorprenderse ni escandalizarse ante aquella revelación. Por su expresión se habría dicho que no había establecido ningún juicio de valor. Paula prosiguió.

—Tras el nacimiento de Nico, pedí una excedencia en la escuela en la que daba clases. Mi madre acababa de morir, y yo sólo tenía ganas de ocuparme de mi hijo. Pero, inmediatamente después, me encontré con que ya no podía regresar al colegio porque nos pasábamos los días yendo de especialista en especialista, para hacerle pruebas de todo tipo, hasta que finalmente dimos con una terapia que yo podía aplicar en casa. El resultado fue que tuve que descartar cualquier trabajo de jornada completa porque Nico se convirtió exactamente en eso: un trabajo de veinticuatro horas. Entre tanto, había heredado esta casa, pero no quería venderla. El dinero se me acababa, así que... —Paula miró a Ana con expresión compungida—. En pocas palabras, se podría decir que me vine a vivir aquí empujada por la necesidad y para poder seguir trabajando con Nico.

Cuando hubo acabado, Ana se quedó mirándola unos instantes antes de darle de nuevo unas palmaditas en la pierna.

—Perdóname la expresión, pero eres una madre que los tiene bien puestos. Muy poca gente habría estado dispuesta a hacer los sacrificios que tú has hecho.

Paula contempló a su hijo, que jugaba apaciblemente.

—Sólo quiero que se ponga bien.

—Por lo que me has dicho, diría que ya ha empezado a hacerlo.
Ana  dejó que la frase surtiera su efecto antes de recostarse en su asiento y proseguir.

—¿Sabes? Me acuerdo de haber visto a Nico en la biblioteca mientras tú usabas los ordenadores, pero nunca se me ocurrió que pudiera tener alguna minusvalía, no importa de qué tipo. Parecía igual que el resto de los chicos, con la diferencia de que era más educado.

—Puede, pero todavía le cuesta hablar.

—A Einstein y a Teller les pasó lo mismo, pero al final acabaron convirtiéndose en dos de los más grandes científicos de su tiempo.

—¿Cómo sabías eso?

Aunque Paula estaba al corriente de aquella anécdota porque había leído todo lo que se podía leer acerca del tema, la sorprendió, aparte de impresionarla, que Ana estuviera también al corriente.

—¡Oh! Te sorprendería de la cantidad de información trivial que he llegado a acumular con el paso de los años. No me preguntes por qué, pero soy como una especie de aspirador cuando se trata de estos temas.

—Deberías presentarte a ese concurso de la televisión...

—Me encantaría, pero el presentador es tan guapo que estoy convencida de que me quedaría en blanco tan pronto como me dirigiera la palabra. Me quedaría mirándolo, pensando en el modo de conseguir que me besara, como sucede en las películas.

—Vaya. ¿Qué diría tu marido si te oyera hablar así?

—Estoy segura de que no le importaría. —Su voz se entristeció ligeramente—. Murió hace ya bastantes años.

—¡Oh! Lo siento. No lo sabía.

—No te preocupes.

Paula jugueteó con las manos en el repentino silencio.

—Y... ¿nunca más te volviste a casar?

Ana negó con un gesto.

—No. De alguna manera fue como si no tuviera tiempo de conocer a nadie más. Pedro me daba bastante trabajo y tenía que dedicarme si quería mantenerme a su altura.

—¡Caramba, eso me suena! Yo tengo la impresión de que todo lo que hago es trabajar en el restaurante y trabajar con Nico.

—¿Estás en Eights, con Rafael Torres?

—Pues sí. Conseguí el puesto nada más llegar.

—¿Ya te ha hablado de sus hijos?

—Sí, sólo unas doscientas veces.

A partir de aquel momento, la conversación derivó hacia el trabajo de Paula y la multitud de proyectos que parecían ocupar el tiempo de Ana. El ritmo de una conversación era algo a lo que ella no estaba acostumbrada y lo encontró sorprendentemente relajante.

Al cabo de media hora, Nico se cansó de jugar con los camiones y los dejó en el porche (sin que nadie tuviera que decírselo, Ana se percató de aquel detalle) antes de acercarse a su madre. Tenía el rostro enrojecido por el sol y el flequillo pegado de sudor a la frente.

—«¿Edo omer carones on eso?»

—¿Macarrones y queso? —repitió Paula—Claro, cariño. Vamos a prepararlos.

Las dos mujeres se levantaron y fueron a la cocina mientras Nico las seguía y dejaba sus huellas en el suelo. Fue hasta la mesa y se sentó mientras Paula abría la despensa.

—¿Quieres quedarte a almorzar? Puedo añadir unos bocadillos.

Ana miró su reloj.

—Me encantaría, pero no puedo: tengo una reunión en el centro para hablar del festival de este fin de semana. Aún quedan cuestiones que debemos resolver.

Paula estaba llenando una cazuela con agua y la miró por encima del hombro.

—¿Festival?

—Sí, este fin de semana. Es una especie de acontecimiento anual que inaugura el verano. Espero que puedas asistir.

Paula  encendió el fuego y puso el recipiente encima.

—No lo había pensado.

—¿Por qué no?

—Pues por una sencilla razón: porque nunca había oído hablar de él.

—Realmente, eso quiere decir que no estás en la onda.

—No hace falta que me lo recuerdes.

—Entonces tienes que ir. A Nico le encantará. Hay comida, tenderetes con productos de artesanía, concursos y una feria ambulante. Hay para todos los gustos.

Inmediatamente, Paula empezó a hacer una lista mental de los posibles gastos.

—No sé si podremos —dijo al final, pensando en una excusa—. El sábado por la noche debo ir a trabajar.

—Vamos. No hace falta que os paséis todo el día. Pueden ir por la mañana si te parece. Es francamente divertido. Si quieres, puedo presentarte a gente de tu edad.

Paula no respondió inmediatamente, y Ana percibió sus vacilaciones.

—Bueno, piénsalo. ¿De acuerdo?

La mujer recogió su bolso y Paula se cercioró de que el agua no hirviera antes de acompañarla a la puerta. Se pasó una mano por el cabello y se arregló algunas mechas desordenadas.

—Te agradezco que hayas venido. Ha sido agradable poder hablar con un adulto, para variar.

—Lo he pasado estupendamente —repuso Ana, al tiempo que le daba un efusivo e inesperado abrazo—. Gracias a tí por invitarme.

Cuando Ana se dió la vuelta para marcharse, Paula se dió cuenta de que se había olvidado de mencionarle algo.

—¡Por cierto! No te he dicho que ayer me encontré con Pedro en el centro.

—Ya lo sabía. Hablé con él anoche.

Tras un breve silencio, Ana se ajustó la correa del bolso.

—Tenemos que repetir lo de hoy —dijo.

—Sí. Me encantaría.

Paula la vió bajar los escalones del porche y encaminarse hacia su coche. Cuando Ana abrió la puerta se volvió hacia ella.

—¿Sabes?, Pedro irá al festival con el resto del Cuerpo de bomberos —explicó como si no le diera importancia—. Su equipo de softball juega a las tres de la tarde.

—¡Oh! —fue todo lo que a Paula se le ocurrió decir.

—Bueno. Si decides ir, ya sabes dónde puedes encontrarme.

Paula permaneció bajo el porche mientras la mujer se sentaba al volante y ponía el coche en marcha con una leve sonrisa en los labios.

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