viernes, 4 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 16

Se encaminó hacia la mesa, cogió su taza de café y la bebió. Luego volvió a apoyarla sobre la mesa con un golpe.

— Puedo ir hasta donde está mi automóvil caminando, Pedro—le informó—. No necesitas seguir tomándote molestias por mi causa. —Al terminar la frase, ella sonrió rígidamente y él le devolvió la sonrisa con otra, endemoniadamente encantadora.

—No permitiría que chapotearas por todos aquellos charcos estando descalza, Paula—dijo él lentamente—. Te llevaré hasta donde está tu vehículo y de paso veremos si encontramos tus zapatos en el camino, aunque dudo que puedas ponértelos luego de haber estado toda la noche expuestos a las inclemencias de la lluvia.

Paula había olvidado sus zapatos. Se mordió los labios para no protestar por la sugerencia de Pedro  de llevarla hasta allí. Habría sido muy estúpido e infantil poner más objeciones y ella ya se había comportado como una niñita tonta durante el breve tiempo en que estuvieron juntos.

— Muy bien —le concedió ella, agradeciéndole casi de corazón, tratando de poner en su voz un tono distinto—. Claro que antes, preferiría despedirme de Indio. ¿Te importaría?

— Él se sentiría herido si no lo hicieras de ese modo —dijo, enderezando su cuerpo e incorporándose—. Iré contigo para ahorrarte los cinco minutos que te demandaría mimarlo y acariciarlo. No podemos hacer esperar a tu hermano John demasiado tiempo.

El tono de Pedro  casi enfureció a Paula, como si en realidad le hubiera querido decir que la que no podía esperar demasiado tiempo para marcharse de aquella casa era ella. Sin embargo, ella no demostró lo que estaba sintiendo. Ya había aprendido bien la lección acerca de cómo comportarse en cualquier situación en la que Pedro Alfonso estuviera involucrado. Y aquella sí que era dolorosa.

Paula se arrodilló en el rincón favorito de Indio. El obvio dilema del animal, que no sabía si despertarse lo suficiente como para recibir una sesión completa de caricias o continuar con su agradable siesta, le causó mucha gracia y logró disipar lo molesta que estaba por el contradictorio comportamiento de Pedro.

— De acuerdo —canturreó ella con un toque de buen humor—. Sigue durmiendo, haragán. De todos modos, no cuento con el tiempo suficiente como para que valga la pena el haberte hecho despertar del todo.

Luego de haber acariciado por última vez la enorme y peluda cabeza de Indio, Paula se incorporó y se volvió para mirar a Pedro, quien estaba apoyado contra el marco de la puerta.

— Ya estoy lista —dijo ella y cruzó la habitación, camino a la puerta.

Al llegar allí, Pedro extendió un brazo para detenerla. Su mano apoyada sobre la cintura de la muchacha parecía arder como fuego y el sitio donde su brazo había hecho contacto con uno de los senos parecía haberse derretido también. Paula estaba tan pasmada por aquel impacto que ni siquiera se atrevió a moverse.

— Quiero volver a verte —dijo, con sus ojos fijos en las confundidos ojos de Paula—. Te telefonearé a casa de tu hermano —Después, aunque parecía de mala gana, bajó la cabeza para acariciar los labios de la joven con los suyos, dejando tras ese breve beso una cálida magia—. Vamos ya —dijo él, soltándola y dando un paso hacia atrás para cederle el paso.


Paula obedeció, con la mente confusa y su cuerpo lánguido por el dominio que Pedro era capaz de ejercer sobre ella. El único pensamiento que tenía en claro, aunque no del todo, era que Pedro Alfonso era un hombre tan enigmático y peligroso como jamás antes había conocido y si a ella aún le restaba una pizca de sentido común, lo que tenía que hacer era alejarse de él inmediatamente, antes que él lograse someterla por completo. Pero de alguna manera, y aunque ella supiera que era muy tonto, Paula sabía que no podía tener nada de sentido común si se trataba de Pedro Alfonso.

Minutos más tarde, mientras conducían bajo el deslumbrante sol otoñal, Pedro la turbó con lo que aparentemente, era un comentario casual.

— Es probable que escuches algunos comentarios acerca de mi vida tanto de tu hermano como de los demás, Paula. Me gustaría que no te tomes todo en serio hasta que tengas la oportunidad de conocerme mejor.

Se volvió hacia él e intentó preguntarle algo, pero él la interrumpió:

— Creo que aquellos son tus zapatos, Paula—dijo él mientras disminuía la velocidad de su Jeep para estacionarlo.

Bajó del vehículo de un salto y poco después estuvo de regreso, trayendo consigo los deformes y empapados restos de lo que alguna vez había sido un caro par de zapatos de paseo

— ¡Mira el trabajo artesanal que ha hecho Indio! —dijo él riendo a carcajadas—. ¿Quieres intentar llevar a cabo una operación de salvataje con ellos o prefieres donárselos a Indio para que siga mordiéndolos? Parece ser un juguete demasiado caro para un perro, pero después de haber alimentado a ese mastodonte durante varios años, ya no puedo inventar nada nuevo que logre saciar su apetito.

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