domingo, 20 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 66

— Ummm —ronroneó ella complacida—. Me hace recordar a aquella noche que te metiste en nuestro cuarto de baño y me ayudaste a bañarme.

— ¡Paula! —parecía impactado—. Jamás he estado en tu tina de baño en toda mi vida. —La observó como desaprobando su comentario. —Jamás habría hecho tamaña cosa a una señorita.

Como Paula sabía que eso sólo no había ocurrido por falta de oportunidad y no por falta de deseo, lo miró con escepticismo.

—Tienes razón —acordó sarcásticamente—. Sólo se trató de tu mano que daba vueltas alrededor del jabón y del agua y... de otras cosas...

— Sí —asintió cálidamente—. Pero eso fue durante los días que tratabas de huir de mí.

Ella le sonrió dulcemente.

— Hablando de huidas —lo empujó ella sobre la cama— ... ¿No estás cansado de estar allí de pie cuando muy cerca nuestro hay una abrigada camita?

Pedro resistió la presión, manteniendo a Paula donde estaba, al tiempo que comenzaba a desvestirla deliberadamente. Una vez desnuda, él se deshizo de sus pantalones y la estrechó contra sí, ejerciendo una gran fuerza sobre todo su cuerpo, desde la cabeza hasta sus muslos.

—Bien... —dijo finalmente con tono ronco y vacilante—. Debo admitir que la cama sea probablemente más cálida, pero también hay que decir algo sobre las oportunidades que uno tiene en esta posición. ¿Quieres ver a qué me refiero?

El corazón de Paula comenzó a latir con más velocidad y ella murmuró tímidamente:

—Si insistes...

Al recibir tal permiso, Pedro comenzó una lenta exploración con su boca y sus manos, la cual comenzó por la frente de Paula. Cuando él estuvo casi de rodillas frente a ella, hundió su cabeza en el estómago de ella. Paula no estaba segura de que sus piernas pudieran resistir su peso durante toda la demostración. Hacía tanto tiempo que su cuerpo no recibía la calidez de esas caricias, que la joven olvidó la cama, olvidando toda otra brisa del ambiente que no fuese la respiración de Pedro.

Cuando él descendió aún más, las piernas de Paula comenzaron a temblar cada vez más, al tiempo que Pedro permitía que su boca descendiera hasta la parte más baja de su abdomen. Se detuvo un instante antes de continuar con el descenso.

—¿Mmmm? —preguntó con tono embriagador.

—Mmmm —suspiró ella asintiendo a su pregunta, pero antes de que pudiera soltar ese "mmmm", Pedro estaba otra vez allí, demostrándole una nueva manera de amarse.

Aquella actitud la derritió y en poco tiempo más, se derrumbó junto a él, exhausta y temblorosa al recibir el impacto de la etapa final de aquella demostración sobre las ventajas obtenidas fuera de la cama.
Pedro la mantuvo abrazada, estrechando su tembloroso cuerpo contra el de él, hasta que la joven se relajó. Pero cuando él comenzó a moverse otra vez junto a ella, Paula notó que aunque él había logrado satisfacerla, su deseo permanecía inalterable.

— ¿Pepe? —alzó sus ojos para absorber el ardor que emanaban de los de él.

— No te vayas a dormir todavía, niña —murmuró él contra su boca—. Todavía nos resta una parte de la demostración, pero esta vez te toca a ti tomar la parte activa.

Paula sonrió contra los labios que estaban jugando con los suyos, mordiéndolos con tanta hambre que, inexplicablemente, volvió a sentir apetito ella también. Le mantuvo la cabeza en alto para susurrarle:

—No creo que pueda soportar estar de pie para hacerlo. ¿Está bien si comenzamos aquí abajo?

— Donde quieras... —gimió él, con su cuerpo temblando con anticipación.

—En ese caso... —se apartó de él para arrodillarse y luego sé dirigió directamente hacia el corazón de su deseo, determinando que después de haber recibido tan cálida exploración por parte de él, era justo concederle el mismo derecho.

— ¡Eso no es justo! —gritó, con un gemido que murió en su garganta cuando Paula le brindó el alivio que necesitaba y con tanta rapidez que apenas le dio tiempo para pronunciar su nombre antes de que una explosión se apoderase de todo su cuerpo.

Cuando finalmente estuvo calmado, Paula se acurrucó en el hueco de su cuerpo y él protestó:

—¡Por Dios, Paula! Tú debiste de haberte llamado Alfonso!

Paula sonrió complacida y jugueteó con el vello que cubría el pecho de Pedro, donde ella tenía reposada su cabeza.

— Estoy tratando de adaptar mi manera de ser al apellido que voy a llevar —replicó con cautelosa humildad—. Los Chaves podemos ser como pájaros, pero los Alfonso se divierten mucho más en el mundo de la naturaleza. —Comenzó a atormentar su pecho con su travieso dedo.— ¿Conoces a alguien que se apellide Abejas?

Con otro gemido, Pedro hundió su cabeza en la rizada maraña de ella y la levantó para observarla.

— ¡No! —declaró—. Y si alguna vez conozco a alguien, o sea, a un hombre que se apellide de ese modo, nos mudaremos a un estado donde no haya ninguno de ellos. Tu marido se encargará de darte toda la educación que necesitas con respecto a la cama, ¿me has oído?

Paula besó desesperadamente sus mejillas y adoptó una respetuosa expresión.

—Sí, mi amo —agregó tímidamente—. Sólo...

—¿Sólo qué? —gruñó ásperamente.

— Sólo que recuerdo tus palabras acerca de esa teoría sobre lo de la cama... que a veces es excelente pero... que en otras oportunidades, se pueden obtener mejores beneficios estando en otra posición y pensé que...

— ¡Cállate! —Las carcajadas de él los acompañaron durante todo el trayecto hacia la cama, donde durante toda la noche, Pedro demostró a Paula que había subestimado las ventajas de un buen lecho considerablemente.

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