domingo, 27 de diciembre de 2015

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 16

Paula acompañó a Nico, sosteniéndole la mano al tiempo que la camilla lo llevaba hasta la sala de exploraciones. Entre tanto, Ana se mantuvo un paso atrás para no estorbar. Cuando los médicos terminaron y Paula y su hijo se marcharon, dejó escapar un suspiro. De repente se había dado cuenta de lo fatigada que se sentía. Hacía años que no se quedaba despierta hasta tan tarde.

Sin embargo, había valido la pena. No había nada como atravesar un trance emocional para que un viejo corazón como el suyo se pusiera a trabajar como Dios manda. Unas cuantas noches como aquélla y estaría preparada para correr un maratón.

Salió del servicio de urgencias justo en el momento en que la ambulancia se marchaba, y se puso a buscar las llaves en el bolso. Levantó la vista, espió a su hijo, que hablaba con Carlos Huddle junto a su coche de policía, y se sintió aliviada. Pedro la vió en aquel preciso instante y la miró con perplejidad, convencido de que los ojos lo engañaban. Luego, echó a andar hacia ella.

—Mamá... ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con incredulidad.

—Acabo de pasar la noche junto a Paula Chaves. Ya sabes, la madre del chico extraviado... Pensé que quizá le convendría un poco de apoyo.

—¿Y decidiste presentarte en el hospital sin conocerla siquiera?

Se dieron un fuerte abrazo.

—Naturalmente.

Pedro sintió un súbito orgullo ante aquellas palabras. Su madre era una mujer de armas tomar.

Finalmente, Ana deshizo el abrazo y lo repasó con la mirada de la cabeza a los pies.

—Hijo, tienes un aspecto lamentable.

Pedro rió.

—Gracias por el comentario. La verdad es que, a pesar de las apariencias, me encuentro bastante bien.

—No me cabe duda. Y tienes buenas razones. Esta noche has hecho algo increíble.

Pedro  sonrió antes de recuperar su habitual seriedad.

—Y dime, ¿cómo estaba ella? —preguntó—. Antes de que encontráramos al chico, me refiero.

Ana se encogió de hombros.

—Destrozada, perdida, aterrorizada... Puedes escoger el adjetivo que más te guste. Esta noche ha pasado un poco por todo eso.

Él le lanzó una mirada suspicaz.

—Me han dicho que le diste a José un repaso de los tuyos.

—Sí. Y volvería a hacerlo. ¿Se puede saber en qué estabas pensando?

Pedro alzó las manos en un gesto que pretendía ser defensivo.

—¡Eh! A mí no me eches la culpa. Yo no soy el jefe. Además, él estaba tan preocupado como nosotros. Puedes creerme.

Ana le apartó un mechón de cabello de los ojos.

—Supongo que debes de estar hecho polvo...

—Un poco; pero esto se arregla con unas cuantas horas de sueño. ¿Te acompaño hasta el coche?

Ana se apoyó en su brazo, y ambos caminaron hasta el aparcamiento. Al cabo de unos pasos ella le lanzó una mirada.

—¿Cómo es que siendo un joven tan fantástico todavía no te has casado?

—Porque me preocupan los parientes políticos.

—¿Cómo?

—Los míos no, mamá. Los de mi mujer.

Ana se apartó, bromeando.

—Entonces retiro todo lo bueno que he dicho de tí.

Pedro rió para sí y la volvió a coger del brazo.

—Sólo bromeaba. Ya sabes que te quiero.

—Más te vale.

Cuando llegaron al coche, Pedro agarró las llaves y abrió la puerta. Cuando Ana se hubo sentado al volante, se inclinó para mirarla a través de la ventanilla abierta.

—¿Estás segura de que no te encuentras demasiado cansada para conducir? —le preguntó.

—Sí. Estoy bien. No estamos lejos de casa. ¿Dónde tienes tu vehículo?

—Está todavía en el lugar del accidente. Llegué con la ambulancia que trajo a Nicolás. Carlos me acompañará.

Ana asintió mientras giraba la llave de contacto. El motor se puso en marcha al instante.

—Estoy orgullosa de tí, Pedro.

—Gracias, mamá. Yo también lo estoy de tí.

El día siguiente amaneció nuboso y con lluvias esporádicas, pero el núcleo de la tormenta ya se había adentrado en el mar. Los periódicos estaban llenos de noticias sobre lo sucedido la noche anterior, y los titulares hacían especial referencia al tornado de Maysville, que prácticamente había destruido un camping de caravanas, había matado a cuatro personas y herido a otras siete.

El rescate de Nicolás Chaves no apareció por ninguna parte ya que la prensa se enteró de su desaparición al día siguiente, cuando ya había sido hallado. En la jerga de los periodistas, el éxito de la operación había convertido el suceso en «una no noticia», especialmente en comparación con los informes que llegaban de la parte más oriental del estado.

Nicolás y su madre se encontraban todavía en el hospital, donde se les había permitido dormir en la misma habitación. Ambos se habían visto obligados a pasar la noche allí —o, mejor dicho, lo que quedaba de noche—, y los médicos, aunque habrían podido dar el alta a Nicolás después de comer, querían mantener a Paula en observación veinticuatro horas más.

Los ruidos de la actividad del hospital no les permitieron dormir hasta tarde, así que, después de que el doctor de guardia los examinara de nuevo, Paula y Nicolás pasaron el resto de la mañana viendo series de dibujos animados en la televisión. Estaban ambos en la cama, recostados sobre almohadones y vestidos con las feas ropas del centro. Nico estaba concentrado con su serie favorita, Scooby-Doo, que también había sido la preferida de Paula   cuando era pequeña. Únicamente les faltaban las palomitas. Sin embargo, sólo de pensar en ellas, a Paula se le revolvía el estómago. A pesar de que la sensación de aturdimiento había desaparecido casi por completo, las luces brillantes todavía la incomodaban y sentía náuseas con frecuencia.

—«¡Mía, etá coliendo!» —exclamó Nico, señalando la pantalla del televisor, donde las patas de Scooby giraban como aspas de molino.

—Sí, se escapa del fantasma —repuso Paula—. Nico, ¿puedes decirlo? ¿Puedes decir: «Se escapa del fantasma»?

—«Capa antasma.»

Paula lo rodeó con el brazo y le dio unas palmaditas en el hombro.

—Nico, ¿anoche escapaste?

—«f, etá coliendo» —asintió el niño, con los ojos fijos en la pantalla.

Ella lo miró con ternura.

—¿Te asustaste?

—«í, etá ustado.»

A pesar del cambio de entonación, Paula no pudo averiguar si Nico se refería a sí mismo o a Scooby. Su hijo no entendía las diferencias entre los pronombres —yo, tú, él, ella, etcétera— ni empleaba los tiempos verbales adecuados: todos significaban lo mismo. El concepto de tiempo cronológico —ayer, mañana, la noche anterior— estaba también fuera de su entendimiento.

No era la primera vez que Paula intentaba hablar con él acerca de lo sucedido. Lo había probado antes, pero sin éxito. «¿Por qué escapaste?» «¿En qué estabas pensando?» «¿Qué viste?» «¿Dónde te encontraron?» Nico no respondió a ninguna de aquellas preguntas. No es que ella lo esperara de él, simplemente había querido hacérselas. Era posible que algún día las contestara. Algún día, cuando fuera capaz de hablar, quizá pudiera recordarlo todo y explicárselo:

«Sí, mamá, me acuerdo...» Hasta que ese día llegara, todo seguiría sumido en el misterio.

Hasta que ese día llegara...

Ese momento cada vez parecía más lejano.

La puerta se entreabrió.

—¿Se puede?

Paula  se dió la vuelta y vio que Ana Alfonso asomaba la naríz.

—Llamé al hospital y me dijeron que estaban despiertos. Espero no llegar en un mal momento.

Paula se incorporó y se alisó lo mejor que pudo el arrugado camisón de la clínica.

—No, claro que no. Pase. Sólo estábamos viendo la televisión —contestó.

—¿Está segura?

—Por favor. Después de tantas horas de dibujos animados, me irá bien un respiro —añadió, al tiempo que bajaba ligeramente el volumen del aparato con el mando a distancia.

Ana se acercó a la cama.

—Sólo he venido porque tenía ganas de conocer a su hijo. La verdad es que se ha convertido en centro de todas las conversaciones. Esta mañana, me han llamado por teléfono al menos veinte veces.

Paula  ladeó la cabeza y contempló con orgullo a su hijo.

—Pues aquí lo tiene, al pequeño monstruo. Nico, saluda a la señorita Ana.

—«Hoa, eñoita Na» —murmuró el chico mientras seguía concentrado en la pantalla.

Ana agarró una silla, tomó asiento al lado de la cama y le acarició la pierna.

—Hola, Nico, ¿cómo estás? Me han dicho que anoche viviste una gran aventura. Tenías a tu madre muy preocupada.

Tras un breve silencio, Paula dió unos golpecitos en la espalda a su hijo.

—Nico, responde: «Sí, es verdad.»

—«I, es erdá.»

Ana miró a la joven.

—Se le parece muchísimo.

—Sí. Por eso lo compré —bromeó Paula.

Ana se rió de la ocurrencia y enseguida volvió a mirar a Nico.

—Oye, ¿verdad que tu mamá es divertida?

El niño no contestó.

—A Nico le cuesta hablar —intervino Paula a modo de disculpa—. Va bastante retrasado en ese aspecto.

Ana  hizo un gesto de asentimiento y se inclinó sobre él, como si fuera a contarle un secreto al oído.

—Bueno, no pasa nada. ¿A que no? Seguro que es más divertido ver los dibujos de la tele. ¿Qué estás mirando?

De nuevo, Nico se mantuvo en silencio, y Paula tuvo que darle unos golpecitos en el hombro.

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